Quienes me inspiran a seguir

jueves, 20 de octubre de 2011

Me Quedaré Contigo



La guitarra reposaba olvidada en aquel rincón polvoriento de la habitación. Ella estaba allí, sentada en la esquina opuesta, haciendo que el espacio entre ella y el instrumento pareciera una distancia abismal. Ella abrazaba sus piernas fuertemente contra su pecho, con sus brazos temblando, con la cabeza hundida entre las rodillas. Ella estaba triste, ella estaba sola, ella tenía miedo.

Habían tomado todo lo que necesitaban de ella, la habían dejado solo con un profundo pesar en el corazón, y ya no tenía nada más por lo que luchar o por lo que vivir. Estaba sola de vuelta, estaba sola y a nadie le importaba, ni siquiera a ella misma. ¿Dónde había ido a parar su resolución? ¿Dónde estaba la muchacha que decía que sola estaba mejor? Ahora tenía lo que quería, lo que había pedido, ahora estaba sola. Pero ya no le agradaba tanto como antes.

La tormenta afuera de esa oscura habitación se hacía más y más fuerte a cada momento, a cada segundo que pasaba los truenos adquirían más poder sonoro, tronando en el cielo como explosiones sin brillo ni luz, explosiones sin fuego que te alcanzan y te azotan, que te hacen estremecer. Y ella estaba allí, en medio de las explosiones de sonido, aterrada. La tormenta jamás cesaba para dejarla alcanzar su instrumento, y si no lo alcanzaba pronto la tormenta no se iría.

Un trueno resonó más fuerte que los demás, la habitación se iluminó con fuerza, ella gritó de terror, sollozando como una niña pequeña... Y unos brazos de pronto la tomaron y la arrastraron con ellos. Y una voz se alzó en la oscuridad, abriéndose paso entre el sonido casi ensordecedor de los truenos, una voz que cantaba, que reía, que susurraba.

—No temas —le dijo la voz, pero ella no abrió los ojos. Y luchó para soltarse de esos brazos que la asían con fuerza cariñosa, luchó porque aún tenía miedo.

—¡Déjame! —chilló, con lágrimas en los ojos. ¿Porqué no la dejaban sufrir en paz?

—Yo jamás te soltaré ni te fallaré —le dijo la voz, la voz con un cuerpo, con una forma, con mirar profundo y sincero.

Porque ella alzó la mirada para perderse en los ojos de ese ser y se encontró con la realidad, con confianza, con seguridad. De pronto la habitación dejó de dar vueltas, de pronto los truenos no eran más que brisa huracanada, de pronto podía escuchar a las estrellas tintinear como cascabeles, de pronto ya no tenía tanto miedo.

—¿Qué me hiciste? —le preguntó ella a la persona frente a sí, a ese joven que la sujetaba de los brazos con una fuerza cariñosa que la hacía estremecer.

—Te doy mi confianza, ¿puedes darme la tuya? —sonrió él, perdiéndose en los ojos de ella sin saber que hacía vibrar su alma con fuerza.

—No me conoces —tartamudeo ella, incapaz de soltarse del agarre de esos ojos, del poder magnético que habían generado en su persona.

—¿Eso importa acaso? —inquirió él, volviendo a arrastrarla por la habitación suavemente. Ella le siguió, sumisa, confiada— Confiar no es tan difícil, cariño.

Y en un segundo eterno ya estaban al otro lado de la habitación, junto a la guitarra que ahora parecía brillar junto a ellos. Y pudieron ver la habitación regada de papeles en el suelo. Partituras, poemas, historias de caballeros de brillantes armaduras, canciones, sueños puestos en papel, en una ilusión color blanco con puntitos negros. Y los truenos se detuvieron del todo cuando él acarició la mejilla de ella con tanta ternura que ella sonrió como jamás en su vida había hecho. Y el mundo pareció detenerse en ese instante en que sus labios sen encontraron en una caricia suave y fugaz, una caricia de reconocimiento.

—¿Puedo cantar para ti? —dijo de pronto ella, tomando la guitarra del suelo suavemente.

—Canta todo lo que quieras, yo estaré aquí, contigo —sonrió él, sentándose en el suelo, su espalda apoyada en la de pronto brillante muralla.

Y ella rió con ánimos cuando sus dedos tocaron las cuerdas del instrumento y las notas, de colores brillantes y sabores dulces se alzaron en la habitación. Y cuando su voz salió temblorosa durante el primer segundo se sintió tonta, pero lo vio a él y supo, en su corazón, que todo iba de maravilla.

Y ella cantó para aquel que iba a quedarse para siempre a su lado, para aquel que le había mostrado que volver a confiar no era tan difícil, para aquel que ahora la hacía tan inmensamente feliz.





Nota: Dibujo propiedad de Agustín Aguayo, yo solo se lo robé. ¡Gracias, Agustín!

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