Quienes me inspiran a seguir

sábado, 25 de junio de 2011

No te rindas





Dejó su espada a un lado, sentándose sobre la arena blanca del desierto en el que había caído. Sus azulados cabellos ondeaban a la suave brisa del atardecer, el sol comenzaba a bajar, el frío a instalarse para calar hondo en su corazón. La voz en su cabeza resonó fuertemente cuando cerró los ojos, agotada.

No te rindas, Miralys, sigue adelante.

-No puedo -masculló entre dientes, dejando que una lágrima fugitiva rodara por su mejilla-. Llevo días caminando, dando vueltas en este desierto... La armadura ya pesa, Señor, el escudo ha sido roto por el mal. No creo poder más.

No hubo respuesta y, resignada, se dejó caer hacia atrás sobre la arena. Sentía aún con los ojos cerrados el calor que le quemaba las retinas, aún con los párpados abajo podía sentir los estragos del quemante desierto que le quitaba la visión poco a poco. Suspiró cuando dejó de sentir el calor sobre el rostro, abriendo los ojos para notar que la noche había caído en el desierto con suma rapidez. Se levantó lentamente, sintiéndose agotada, con las extremidades adormecidas. La armadura que portaba aún estaba tibia gracias a los rayos de sol de la tarde pero no tardaría demasiado en enfriarse para hacerla sentir casi como en el centro de un témpano de hielo. Tomó su espada con la mano derecha y empuñó fuertemente el arma, dando un paso adelante, paso que se le hizo dificultoso, más que los demás. Cuadró los hombros, sujetando su rosario con la mano izquierda y dando otro paso, levantando un poco más de arena que en el paso anterior.

Tu puedes...

Ahora la voz no solo hizo eco en su cabeza, sino que en el desierto mismo, como un coro de ángeles celestiales que estaban allí para animarla a no decaer. Otro paso, esta vez mucho más firme, con mucha más voluntad y la armadura dejó de pesar. Se obligó a dejar el dolor, el cansancio, la sed, el hambre, todo sentimiento negativo que entorpeciera su marcha en el lugar más recóndito de su mente. Tenía que seguir, él dependía de que ella pudiera llegar a su destino, dependía de ella para salvar esas vida.

Estás cerca, no te rindas, Miralys

-Ya voy, Mercuccio -gimió al alba, cuando el sol comenzaba a despuntar en el horizonte lleno de dunas-. No tardaré más, amigo mío, no más...

Un grito en la lejanía, pasos acercándose, casi como caballos en el desierto. Apretó el rosario cuando vio en las entradas de la derruida ciudad aquellos caballeros que iban a su encuentro para impedir su avance. Apretó más el rosario, alzando el filo de su arma, dando pasos más rápidos y seguros sobre los adoquines que ahora se abrían paso bajo sus pies, lentamente, uno a uno. El primer jinete solo se detuvo a un par de metros, mirando a esa mujer que osaba profanar sus tierras. Quiso sentir lástima de ella, más una sonrisa socarrona se posó en sus labios al verla bien. Ciertamente era una mujer hermosa, con ese raro cabello azulado, con esos penetrantes ojos marrones, esas facciones desafiantes. El cansancio por atravesar el desierto pesaba en sus facciones también, más en su mirada estaba el brillo de la determinación.

-¿Que quieres, mujer? -inquirió el jinete, su armadura oscura brillando con el sol de la mañana.

-He venido por Mercuccio Seilen y no me marcharé sin él -dijo ella, alzando la mirada para enfrentar los ojos rojos del jinete.

Vete Miralys

-La ciudad ha caído -se mofó el jinete-, ahora estas tierras y todo lo que en ella habita es nuestro por derecho.

-¡Ustedes no pueden privar de libertad a las personas! -exclamó Miralys, aferrando más sus armas.

-Vete de aquí, mujer, o morirás al igual que tu amigo -gruñó el jinete.

¡Miralys, no!

-¡Mercuccio vive! -gritó ella alzando su arma, desafiando al jinete oscuro.

El jinete desenvainó su espada al tiempo que bajaba de su caballo para enfrentar a la mujer, que le esperaba en su posición de ataque, aferrando su rosario hasta tener los nudillos blancos. Pudo ver lo derruida que estaba la parte baja de la capa de la mujer, como faltaban pedazos de armadura en diversos sectores de su cuerpo, dejándola vulnerable. Alzó su espada de hoja negra y las chispas saltaron al primer choque de los filos. La mujer aguantaba con fuerza los ataques de su adversario, con una voluntad aplastante alzaba su arma, buscando con la hoja blanca los puntos donde causar daño efectivo pero no letal a su contrincante. El escudo del jinete voló por los aires cuando un choque certero de la hoja de ella lo hizo retroceder. Más jinetes se acercaron para rodearla, viendo su deplorable estado mientras continuaba su batalla contra el primer jinete oscuro. A la primera orden ellos atacarían a la mujer sin piedad...

Miralys, vete, vas a morir...

-¡No! -gritó ella, acertando un golpe de su filo en el costado del adversario, haciéndolo caer- ¡No me iré sin Mercuccio! ¡No me rendiré!

Dos jinetes la acorralaron y ella, con mucha dificultad escapaba de las lanzas que querían herir su ya cansado cuerpo. Sin soltar el rosario sujetó su arma con ambas manos, encomendándose a Dios para que la librara bien por lo menos hasta encontrar a su querido amigo. Con sus últimas energías rompió las lanzas de sus adversarios, abriéndose paso entre ellos hasta las puertas de la ciudad, allí, en campo podría perderles hasta recuperar energías. Corrió con todas sus fuerzas hasta uno de los caballos y lo montó con suma celeridad, tirando de las riendas para luego comenzar al carrera hasta las puertas de doble hoja. Escuchaba a los jinetes tras ella, podía sentir sus lanzas cerca de las patas del animal que montaba, tenía que ser rápida.

¡Vete!

-¡No me iré sin ti! -gritó al tiempo de sentir como una lanza atravesaba su costado izquierdo, botándola del animal.

Cayó sobre la arena y los adoquines sobre su costado derecho, aún aferrando sus armas con fuerza, sintiendo como la sangre se extendía en el otro costado de su cuerpo. Los jinetes volvieron a rodearla, acechándola desde sus lugares imponentes y ella sujetó la lanza que la había atravesado solo para quebrar la punta y que esta no la lastimara ya más si osaban tirar del arma nuevamente.

-Morirás ahora, mujer -habló uno, alzando su espada de hoja negra.

Miralys...

-No me rendí, Mercuccio -gimió ella, cerrando los ojos y esperando el final de todo aquello.

1 comentario:

  1. Dios mis respetos guapa me gusto mucho me dejaste con la intriga mis felcitaciones por tener un blog tan la leche con el suyo :3


    Se lo digo de nuevo...
    La quiero y estupendo Blog

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