Quienes me inspiran a seguir

miércoles, 26 de enero de 2011

Si hubieramos vivido en estos tiempos III...

Traté de apegarme a su comportamiento lo más que pude... Sorry si es un asco ¬¬







Le acaricié los sedosos cabellos suavemente, gentilmente, con todo el amor que podía evocar con ese simple contacto. Ella sonreía con los ojos cerrados, una expresión relajada en su rostro mientras su respiración acompasada y apenas si se notaba. Me sentía bien al tenerla entre mis brazos, me sentía completo, fuerte y seguro, me sentía casi como un dios todopoderoso de la mitología griega.

Se removió un poco en mis brazos para acomodar su cabeza algo más arriba de mi pecho, quedando casi apoyada en mi hombro mientras sus manos viajaban a mis brazos, sujetándolos fuertemente y sin dejar de sonreír. Me miró con esos ojos chocolate suyos, esos pozos demasiado irreales como para existir y me sentí bien, me sentí… Solo lo sentí.

No sé que he de parecer a sus ojos. Seguramente tengo una cara memorable, digna de la risa del hombre más serio del mundo pero definitivamente solo puedo poner cara de tonto cuando me mira. Volvió a cerrar sus ojos y noté sus mejillas sonrojadas gracias a la luz de la luna que se colaba por la ventana mientras sus hombros se relajaban otro poco, ahora dejando reposar todo el peso de su cuerpo ligero sobre mí. ¿Cuántas veces desee este momento? Definitivamente más de las que puedo recordar.

-Te amo… -me susurró, un susurro que apenas si hubiera alcanzado a oír de no ser por el silencio en la habitación.

Besé su frente antes de acariciar su rostro todo lo amorosamente que pude mientras ella se recargaba más contra mí, como tratando de hacernos uno mismo. Me gustó eso. La abracé con más fuerza mientras una solitaria lágrima corría por su mejilla sonrojada, una lágrima que me pesó en el alma.

-¿Katherine…? –pregunté usando su nombre.

-Nada amor, no es nada –trató de quitarle importancia haciendo una elegante floritura con su mano, limpiando la gota aperlada, la fugitiva que quería huir más allá de su rostro para perderse en su cuello.

Ella era así, jamás decía nada, jamás mostraba sus sentimientos… Entonces noté que no sabía nada de ella más que su nombre y lo profundamente que la amaba. Jamás le había preguntado nada y ella jamás había dicho nada de sí misma más de lo poco que soltaba con palabras entrecortadas cuando estaba triste. Claro, sabía pocas cosas como que estuvo con una chica que no la merecía, que le gustaba el color violeta y que entrenaba muchas cosas para mantenerse en forma.

Katherine en cambio sabía más de mí que yo mismo. Su intuición era buena, nunca fallaba, siempre daba en el clavo. Ocurría en ocasiones que estaba triste y ella sabía la razón cuando yo siquiera sabía porque estaba en esas condiciones. Cuando charlábamos siempre hablábamos de mí y de mis padres, de los pocos pero buenos amigos en el club de natación olímpico y de lo que quería hacer luego de la mayoría de edad pero… ¿Y ella? De ella no sé nada. Tan retraída y misteriosa como una rosa cubierta de espinas, como una hoja de papel en blanco.

-No es nada… -dije algo cansado. ¡Quería saber! ¡Anhelaba saber de ella!- Las personas siempre lloran por algo.

-Cállate, Philip –cortó rápidamente, hundiéndose más en mi pecho-. En serio no es nada.

-No, Katy –aflojé el agarre para voltearla y que me viera a la cara-. Ya no, quiero saber.

No sé si fue por la presión o porque aquella carga que llevaba sobre sus hombros era demasiado pesada como para cargarla sola pero rompió en llanto, un llanto desgarrador que me hizo sentir mal. Así era ella, así siempre sería y así la amaba. ¿Por qué me urgía tanto saber? Pues porque la amo.

Fue la primera vez que la vi llorar de esa manera, soltando esos sollozos tan desgarradores, hablando sobre cosas que no llegué a comprender pero a las que solo asentía. Mi Katy, mi chica fuerte y madura, mi joya se había quebrado y con justas razones. Le susurré que jamás iba a volver a estar sola, que cuando necesitara algo solo debía acudir a mí, que yo jamás la abandonaría como tantos otros lo habían hecho antes y ella… Ella simplemente se aferró más a mí, agradecida, como un cachorrito que busca a su madre porque está perdido.

Decidí entonces dejarla ser, ella me contaría todo cuando quisiera, Katherine sabía lo que hacía.

Ya más calmada me prometió que iba a confiar más en mi, que iba a tratar de ser menos retraída y que me iba a amar para siempre… Yo la amaré para siempre…

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