Quienes me inspiran a seguir

lunes, 10 de enero de 2011

Lobo Blanco


Caminé el último tramo, los pies levantando tanta nieve al ser débilmente arrastrados que las fuerzas se me estaban agotando con mucha más rapidez que durante los últimos tres días. Había recorrido tanto para nada, tanto esfuerzo tirado a la basura con aquella celeridad que ni siquiera lograba comprender. Agotada me lancé de espaldas sobre la nieve, mi respiración agitada saliendo por mi boca en forma de vaho cual hielo seco sobre un escenario maltrecho. Deprimente, esa era la única palabra para mi situación.

Cerré los ojos tratando de alejar aquellos días de martirio de mi cabeza, sintiéndome más mierda de lo que me había sentido en mucho tiempo. La hiel en mi boca, ese sabor amargo y a la vez metálico inundando mi lengua y paladar... Aquello sí era demasiado para soportar.

Todo había comenzado aquel día, aquel Viernes en el que había decidido estúpidamente huir de mi misma, alejarme de mi pasado y viajar para olvidar todo aquello que me había sucedido. Con solo una maleta repleta de lo suficiente para sobrevivir por lo menos durante una semana en el bosque, una cazadora ligera, mis tan bien amados pantalones de cuero negro y mis botas militares que me recordaban aquellos días en el ejército salí de casa sujetando fuertemente mis placas gravadas antes de guardármelas en el bolsillo y comenzar a alejarme sin mirar atrás. Comencé a caminar, aplastando la nieve con fuerza, a veces pateando con rabia hacia la nada para tratar de alejar ese dolor de mi corazón... Desgraciadamente eso no funcionaba.

Mi primer día de vuelta al bosque había sido un fiasco total. No había podido disfrutar mi caminata en lo más mínimo y se había hecho de noche mucho antes de poder darme cuenta de que no tenía idea de donde estaba parada. Eso era suficiente. Yo había crecido en ese bosque, lo conocía como la palma de mi mano y era prácticamente imposible que de la noche a la mañana hubiera olvidado inclusive la posición de la osa mayor. Arrojé la mochila a la nieve y me dispuse a armar la fogata para mantenerme caliente, primero limpiando la nieve cerca de un árbol que me resguardara de la inminente nevada que se avecinaba, después recolectando aquella imposible madera "seca" para poder encender un fuego y luego buscando mis alimentos para llevarle algo a mi vacío estómago. Y es que había pasado el día sin probar bocado.

Lo peor vino al amanecer, cuando descubrí entre mi somnolencia que estaba rodeada por unos enormes lobos de color gris, lobos enflaquecidos que me miraban hambrientos, observando mis mejillas encendidas del calor del fuego. Me levanté de un salto alcanzando mi escopeta y apuntando al que estuviera más cerca, pero siquiera se movieron al enfrentar mi mirada furiosa. Inspeccioné a mi alrededor en busca de alguna señal de advertencia, de algo que no estuviera en su lugar, más solo pude hallar la retirada de esas colas grises que se arrastraban gráciles por la nieve blanca. Ahora, en soledad y con algo más de calma comencé a inspeccionar mejor lo que me rodeaba, espantándome al notar que mi morral había desparecido.

-Malditos lobos... -mascullé pateando el tronco del árbol que me había hecho de cama, haciendo que un poco de nieve acumulada en sus ramas y hojas terminara cayendo sobre mí.

Eso era suficiente. Me aseguré que la cámara de la escopeta estuviera cargada y comencé a caminar con el dedo en el gatillo, atenta a cualquier movimiento. Aquello era más desgastante de lo que lograba recordar, mucho más de lo que había sido cuando la guerra había alcanzado los límites de ese pueblucho perdido en el mapa al cual yo osaba llamar "hogar". Otra vez, para mi mayor rabia y tormento la noche me alcanzó antes de poder darme cuenta y con ella el hambre y el cansancio. Pero no podía detenerme, no con la poca munición que llevaba en el bolsillo pues el resto estaba en el morral y mucho menos sin alimento ni fuego. Eso sería suicidio estúpido.

Continué caminando, apretando el paso todo lo que podía para acortar camino pero por más que miraba las estrellas, estas no me decían nada. NADA. Era primera vez en mi vida en la que mis mejores amigas no me decían siquiera un hola hecho con sus puntitos brillantes y eternos. No importó, lo pasé por alto. No podía detenerme, era imposible siquiera pensarlo por lo que continué hasta que el alba me alcanzó nuevamente.

Ahora estoy aquí, tirada sobre la nieve, empapada hasta los huesos y muriendo. Por que sí, sé que estoy muriendo pues mi cuerpo fatigado lo dice, lo grita con las pocas fuerzas que le quedan. Dejo la escopeta a un lado de mi cuerpo y me olvido de ella pues si los lobos vienen no me va a servir de nada. Matar a uno o dos no quitará el tormento que me crearán los que queden vivos y hambrientos rodeando mi cuerpo.

-¿Estás dispuesta a morir? -me susurró una voz que sonó a inconsciencia.

Abrí los ojos rápidamente. Nunca me había gustado enfrentarme a lo desconocido. Me asombró lo que vi, tanto que ladee la cabeza como un niña pequeña que quiere preguntar algo pero es incapaz de encontrar las palabras para hacerlo. Junto a mi, a menos de medio metro de donde reposaba la escopeta había un cuadrúpedo grande, enorme diría yo, de un espeso pelaje tan blanco como la mismísima nieve y que brillaba de manera aún más intensa de lo que lo hacía la plata líquida al sol. Sus ojos caninos me escrutaban, quizás con curiosidad o con otro sentimiento, no supe descifrar con cual y yo, sin saber si estaba espantada lo miré también, perdiéndome en esas lagunas albinas al igual que su pelaje. Era demasiado hermoso y aterrador para ser real.

-¿Estás dispuesta a morir? -preguntó de nuevo, incansable, y yo dudé en alcanzar la escopeta y apuntarlo. Lo cierto es que los humanos necesitábamos un arma para sentirnos seguros y poderosos. Estupidez.

-No lo sé... -susurré con la voz seca, rasposa. Aquel día sin agua me estaba pasando la cuenta.

-Puedo darte una opción diferente -me dijo con esa voz suya que provenía de todos y de ningún lugar a la vez-. Puedo enseñarte si es tu deseo aprender.

-No lo sé -aquello llegaba a ser estúpido, demasiado para provenir de mí. ¿Desde cuando era una niña indecisa?

-Las oportunidades están siempre, solo tienes que tomarlas -me aclaró acercándose más a mí pero sin dejar de mirarme. En un segundo estuvo junto a mí, brindándome su calor y yo solo pude atinar a abrazar ese cálido pelaje blanco-. Debes saber que el pasado es parte de tu vida, jamás podrás olvidarle.

-Lo sé... -tartamudee sollozando. Era demasiado doloroso admitirlo, estas manos mías habían arrebatado tantas vidas.

No dijo más. Me permitió abrazar su pelaje hasta que la temperatura de mi cuerpo se hubo recobrado, hasta que al despuntar completamente el sol de la mañana mis adormecidos músculos sentían que volvían a funcionar. Me levanté con dificultad, dejando que la nieve cayera por si sola de vuelta con el resto mientras mi cuerpo se estiraba cuan largo era. Miré a la criatura, temerosa de que hubiera cambiado de opinión pero continuaba mirándome. Sí, conocía mi dolor, para esa bestia era palpable en el aire y para mí era demasiado fácil demostrarle con solo una mirada el peso que mi corazón cargaba. El lobo blanco me invitó a seguirlo y yo no dudé, caminé siguiendo sus pisadas como si fuese su sombra.

Y es que tenía tanto que aprender de él como él de mí...







Dedicado a Holy-Wolf, Chibi doll, Ale of the creator,Wolf Of Snow y a todos los chicos geniales del Atlantis RO xD

3 comentarios:

  1. muy lindo el poema un poema el cual se ve y se llega a sentir la pacion de la escritora tiene echos que a alguna persona le a ocurrido y el poema ademas es muy significativo :D mis felicitaciones

    ResponderEliminar
  2. muy linda la historia tienes un gran talento sigue asi ^^

    ResponderEliminar
  3. La tensión que se genera ante la aparición de los lobos es fascinante, especialmente cuando aquella persona nota que su morral desapareció.

    Sinceramente, el aprendizaje es bueno... Pero la sabiduría está al final de un largo camino.

    Excelentísimo trabajo, Mily.

    ResponderEliminar