Quienes me inspiran a seguir

viernes, 21 de enero de 2011

Pareja Feliz

Lo prometido es deuda, llegó el homenaje.





Sus largos y cobrizos cabellos se mecían furiosamente tras ella, el viento arremolinándolos de manera que parecían fuego luchando contra el viento. Corría feliz, dichosa la sonrisa se extendía en su rostro mientras sus juguetones ojos verdes curioseaban de un lugar a otro en busca de la silueta que tanto anhelaba ver.

Por fin lo encontró, su cuerpo recostado en el césped como si flotase en una nube, sus brazos apoyados en su rostro para impedir que el sol le diera de lleno en la tostada piel. Sonrió más ampliamente y le agarró un brazo, alzando su cuerpo como si este no pesara nada a pesar de ser veinte centímetros más alto que la muchacha y pesar mucho más de lo que ella podría levantar con tanta facilidad. Se dejó arrastrar por ella y cuando estuvieron frente a frente se dignó mirarla. Sus ojos oscuros, negros como el ébano se perdieron esas fosas esmeraldas que tanto amaba.

-¡Que se supone que esperas, Angi! –no había sido una pregunta, a todas sus luces era una afirmación. El muchacho la miró amorosamente antes de rodearla en un abrazo.

-Parecemos un par de acosadores, Scarleth… -le recriminó él dejando escapar una sonrisa complaciente.

-Pero es el único día del año en el que podemos verla –se defendió a la muchacha alejándose de los brazos de su novio.

-No me va a sorprender que un día nos arresten por invasión a la privacidad –se quejó el muchacho besando la frente de la chica.

-¡Tonto! –ella rió ante el contacto de los labios del chico y sujetando su mano lo condujo a una acera-. No podrían arrestarnos aunque quisieran, además, somos sus amigos y tenemos derecho a saber que hace este día.

No objetó nada más, la sonrisa de ella le bastaba para saber que lo que hacían era lo correcto. Recorrieron callejones, subieron un cerro y luego se metieron por otro callejón hasta colarse por una puerta de metal que se mantenía abierta. Una vez adentro se colaron por otra de las puertas de madera que había en el estrecho pasillo y quedaron justo en frente de otro corto pasillo adornado por un sinfín de plantas de diversos tamaños y colores. Pudieron escuchar una voz que les pareció de lo más familiar pero que no era exactamente la que deseaban escuchar, así y todo se acomodaron cerca de la puerta y escucharon la charla con un nudo en la garganta.

-Es que no aguanto más… -susurró la acongojada voz de una mujer que se ahogaba en llanto- Necesito tener a mi hija cerca, ¿qué no lo comprendes?

-Ella se fue porque así lo quiso, Nora –era la voz de un hombre que odiaban la que se dejó oír-. Llámala y pregúntale como está, no te hagas problemas por esto…

Escucharon pasos que daban término a la corta charla y tan sigilosa y rápidamente como entraron, salieron del lugar con un nudo en el estómago y el corazón en la mano. Ya fuera del lugar se miraron, sus ojos destellando tanto terror que podría haber sido palpable en el aire. Iban a preguntarse donde se encontraría su amiga cuando pasos en el pasillo que habían dejado atrás sonaron estruendosos, delatando la cercanía de una persona. Se escondieron en la esquina del pasaje justo a tiempo para que la mujer no los viera y notaron que charlaba con alguien a través de un teléfono móvil. Sus órganos volvieron a su lugar cuando escucharon la frase que al parecer la mujer estaba tan agradecida de decir.

-Me alegro mucho por ti, hija –susurró la mujer con la voz quebrada-. Si, yo también estoy bien, no te preocupes…

Y así la charla se mantuvo durante largos minutos, cuando ella por fin se dignó a decir en que lugar se encontraba la muchacha que buscaban. Se miraron con apremio y sin intercambiar una sola palabra se echaron a correr escaleras abajo hasta llegar a la parada, teniendo a la suerte de su lado pues la máquina que los llevaría a su destino no tardó en aparecer doblando una esquina. Subieron como alma que lleva el diablo y la suerte les volvió a sonreír al notar lo vacía que iba la micro, pudiendo acomodarse en los últimos lugares, lejos del alcance visual de algún curioso. El trayecto hasta su destino se les hizo eterno, pero una vez llegaron a la pequeña y asfixiante comuna de Quilpue se sintieron algo mejor. Ahora, la gran duda que los asaltaba era… ¿Dónde demonios vivía la susodicha?

Comenzaron a caminar entre las personas, bajo ese sol que arreciaba tan fuerte que pensaban estar a punto de chamuscarse y quedar como chicharrones. Ese pensamiento era divertido y algo retorcido. Mientras caminaban observaban fijamente a las personas que, recordando sus rostros, tratando de ver aquel que de por si resaltaba entre la multitud. Nada.

Apoyaron sus espaldas calientes en un trozo de metro cuadrado de sombra que no estaba ocupado y suspiraron, mirándose abatidos. El tiempo se les estaba agotando y si no la hallaban pronto quizás…

-¡Que no te burles de mi! –exclamo una muchacha de ondulados cabellos, mirando amenazadoramente a un muchacho poco más alto que ella.

-Yo no me estoy burlando de ti… -se defendió el muchacho escondiéndose tras otro chico que llegaba a integrarse al grupo.

-¿Cómo que no? –gritó la chica llamando la atención de las personas que pasaban por su lado pero sin darles siquiera un poco de importancia- ¡Siempre te burlas de mi!

Los muchachos la molestaban cada vez más. Le acariciaban la cabeza como si fuese una niña, le hacían chistes por su mirada amenazante y corrían tratando de alejarse de ella. Angi y Scarleth se miraron satisfechos antes de dar media vuelta y perderse entre las personas sin siquiera ser notados.

-Tienes razón, me preocupo demasiado –susurró la muchacha al tiempo que sus alas plateadas los llevaban lejos hacia el cielo.

1 comentario:

  1. como me gustaria que mis escritos fueran como los tuyos, me encanta como escribes.
    te quiero mucho amiga
    espero que volvamos a vernos y asi me contaras tu secreto del como has llegado a escribir tan hermoso como ahora
    te extraño
    se despide tu amiga debora corales

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