Quienes me inspiran a seguir

jueves, 20 de enero de 2011

Si hubieramos vivido en estos tiempos...

Sé que me van a llegar muchas pifias por esto, pero he de hacerlo. Hoy era día de homenaje, pero he decidido (dificil pero sabiamente) posponerlo solo hasta mañana. En cambio hoy, se llevaran una muy linda y grata sorpresa.




Pudo verlo a lo lejos, cuando sus ojos chocolate se encontraron con los de ese desconocido. Él también la miró, al tiempo que una enorme sonrisa adornaba su rostro. Ella le devolvió el gesto con una timidez de la cual no se creía poseedora antes de apurar el paso, sintiendo como se alejaba de él al otro lado de la calzada. Ninguno le dio gran importancia a ese encuentro furtivo, más se alejaron simplemente, ignorantes de que ambos escuchaban la misma melodía.

Él apuró el paso al darse cuenta que llegaría tarde a su cita, ella se detuvo con ganas de llorar apoyando su cuerpo en un muro de ladrillos. Pasó su mano temblorosa para arreglar su largo y ondulado cabello antes de retomar su rumbo, llevándose un cigarrillo a los labios en busca de calma.

Semanas pasaron y para ambos aquel encuentro fue sustituido lentamente por recuerdos más recientes, olvidándose de aquella magia que los había conectado en un primer momento. Aún así, ambos inconcientemente ansiaban dar vuelta una esquina y poder ver de nuevo a la otra persona, buscando incanzablemente una respuesta para aquella incognita.

Una mañana ella caminaba por un pasillo de su escuela, cantando para sus adentros aquella tonada que tanta nostalgia y felicidad le provocaba. Un grito lastimero y ella aguzó el oído, unas risas malvadas y no dudó en hechar a correr, dio vuelta la esquina y pudo verlo, casi como una bizarra bendición. Aquel muchacho de sonrisa amigable estaba siendo molestado... No, estaba siendo maltratado por unos idiotas cobardes que le doblaban la estatura, el peso y de seguro la edad. Una rabia inexplicable la invadió al escuchar sus risas, mofándose del dolor del pobre muchacho y dejando caer su maleta al suelo corrió hacia ellos con deseos de asesinarlos.

Uno de los idiotas la vio acercarse y rió más fuerte, señalándola con su sucio y grueso dedo de salchicha, anunciandola a sus compañeros descerebrados. El que estaba más cerca de ella se irguió cuan alto era, brazos cruzados, tratando de intimidarla para obstaculizar su camino. Craso error. La muchacha sonrió antes de esquivarlo, pasando debajo de los grandes brazos que trataban de apresarla en su trayecto.

-Métete con alguien de tu tamaño, cerdo... -gruñó la muchacha de manera temeraria.

Lo único que pudo pensar el muchacho herido, que tendido en el suelo veía la espalda de ella fue un: "esta chica está loca... de seguro y quiere morir".

Aún contra todos los pronosticos que apuntaban a que ella era demasiado menuda como para enfrentarse a tres mastodontes, fue la vencedora sin problemas. Su cuerpo mediano y delgado la hacía rápida y ligera, sus extremidades, apenas y moviéndose en el espacio, sus ojos, aquella concentración. Los derribó en menos de dos minutos, haciéndolos huir despavoridos dejando una amenaza en el ambiente mientras ella simplemente se volteaba a verlo extendiéndole su mano para ayudarlo a levantar.

-Gracias -había sido defendido por una chica. No es que le molestara pero...

-¿Estás bien? -preguntó ella caminando hacia su maleta que yacía aún donde la había dejado caer.

-Si, eso creo -contestó palpándose aquellos lugares que habían sido golpeados.

-Deberías ir a reportar esto a dirección, si no lo haces te volverá a suceder -suspiró ella pasando suavemente un pañuelo por una herida en la ceja del muchacho.

-Lo mejor es que lo deje así -contestó quejándose. La herida le punzaba.

-No seas idiota -apremió ella mirándolo con enfado-. Los más pequeños no existimos para ser los sacos de box de los más grandes, mételo en tu cabeza masoquista.

No pudo soportarlo más. El muchacho, con todo el aire que guardaban sus pulmones soltó una sonora carcajada que hizo que le dolieran partes de su cuerpo que ni siquiera sabía que tenía. Ella lo miró, alzando una ceja mientras se dejaba llevar por esa risa que le tranquilizaba el alma y hacía saltar su corazón. No supieron cuanto tiempo estuvieron así, guiándose por el poder de la risa del otro, solo sabían que cuando acabó se sentían menos miserables en ese mundo hostil.

-Lo lamento -se diculpó él, secando las lágrimas que habían salido de sus ojos por culpa de la risa.

-Katherine -dijo ella simplemente, extendiendo su mano en son de saludo.

-Philip -se presentó él, aferrando esa mano como si de un bote salvavidas se tratase.

Por una extraña razón ambos sentían que conocían al otro, ambos estaban llenos de una extraño sentimiento cuando se miraban a los ojos, charlando de cosas tan tribiales como que a ella le gustaban los helados de chocolate con café y que él odiaba el cigarrillo. En pocos días habían pasado de aquel extraño acercamiento mientras caminaban por una desolada acera a una sólida amistad que parecía existir desde siempre.

Una tarde luego de las escuela ambos decidieron ir a ver una puesta de sol. Se habían dejado caer en la arena de manera descuidada y ella, con un cigarrillo en los labios miraba como el mar se recogía furiosamente antes de volver hacia adelante para reventar en una bonita ola que formaba arcoiris en los alrededores. Philip odiaba el cigarrillo pero más odiaba que fuera su amiga la que fumara, aunque ese día era especial, ese día su amiga no estaba dispuesta a darle en el gusto, ese día ella tenía el corazón roto.

Había tratado de animarla durante toda la tarde pero lo único que había conseguido era que dejara de maldecir. Ahora buscaba algo que decirle mientras veía los cadáveres de los cigarrillos aplastados contra la arena que iban apilándose uno a uno lentamente.

-Ella no era para tí -dijo por fin, tratando de no ganarse una maldición.

-O yo no era para ella -contraatacó Katherine conj una lágrima rodando por su mejilla.

Philip, en el tiempo que la conocía jamás la había visto en tal estado de debilidad. Se sentía impotente por no poder ayudarla, por no poder animarla cuando ella siempre estaba allí para él.

-Me siento inutil... -susurró quedamente, suspirando.

-No seas idiota, Philip -maldijo ella-. Aquí la de los problemas existenciales soy yo.

La miró con mala cara pero para su completa sorpresa, ella sonreía. Sonreía como si aquel simple comentario la hubiera animado, como si el saberse necesitada le ayudara a olvidar aquello tan terrible que había herido su corazón.

-Tienes razón -comentó él, apurándola a levantarse-. No puedo vivir sin ti...

Ambos soltaron una sonora carcajada antes de tomar sus maletas y hechar a correr por la playa, dejando que el agua salada les saltara ensima y que el sol del atardecer llenara de calidez sus corazones ya no tan congelados.

"Eres mi mejor amigo, Philip...", pensó la muchacha dejándose guiar por la alegría del otro.






El que caxa, caxa. El que no, es jefe xD

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