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viernes, 12 de agosto de 2011

Relatos Oscuros, Parte VIII [Rencor]




Abrí las puertas de par en par, empujando la liviana doble hoja de entrada para dar mi primer paso en aquella estancia abovedada como una cripta húmeda y sin sueños.

Como era de esperarse las sombras estaban alineadas a los costados, pegadas a los muros, acechantes, con sus sonrisas de dientes de tiburón, sus manos alzadas como garras, sus ojos brillando como rubíes de sangre y soltando un gruñido gutural que nacía desde lo más hondo de sus entrañas. Avancé, notando que ninguna se aproximaba a mí, notando que mientras más enfrentaban mi mirada, más gruñían, impotentes ante la orden de ella de dejarme viva hasta el final del camino. Claro, quería acabarme con sus propias manos, tener una lucha “igualada”.

No me detuve. Caminé atravesando toda la estancia con paso solemne, dispuesta a no caer, a no ceder en lo más mínimo. Atravesé una infinidad de puertas, encontrándome cada vez con más y más sombras en cada estancia que dejaba atrás, cada vez un poco más intimidada del poder que ella tenía sobre esas criaturas. Hasta que llegué a ella.

Estaba en la estancia iluminada por antorchas de fatuo fuego azul que colgaban desde el cielo, sin nada aparente que las sujetara. Al final de la sala estaba ella, en su trono de alabastro, sentada con sus largas y níveas piernas cruzadas, con los brazos en los descansos de su trono, con los puños en forma de garras que se apretaban más a cada paso que daba hacia ella. Sus ojos negros refulgían intimidantes desde aquella posición elevada, con los labios apretados en una fina línea de disgusto.

-No pensé que llegarías tan lejos –admitió con desagrado-. Soltaste a todas ellas, alejaste a mi precioso juguete de mí, pero… -hizo una pausa, alzándose de su trono y sonriendo con malicia- Pero sufriste una baja –mi rostro se torció en una mueca de dolor-. Valor ha muerto… Pobrecilla de ustedes, perdieron a mitad de camino. ¿Y qué? ¿Te dignaste venir solo para decírmelo? Lamento…

-No vine por eso –corté. Ella frunció el entrecejo con molestia ante mi descaro de interrumpirla, me serené al instante-. Sé que estabas enterada, pero vine por otra cosa, Odio.

-¡Ilumíname con tu sabiduría, perra asquerosa! –chilló caminando hacia mí, con las garras más apretadas que antes, las venas de sus brazos saltando culpa de la rabia.

-Vine para terminar con esto de una buena vez –suspiré, sin dejar de mirar sus fríos ojos ébanos que escrutaban mi persona-. Tú, Odio, Rencor, has llenado esta, mí creación con tu veneno y tus inmundas sombras –reclamé sin una pisca de ponzoña en la voz-. Es mi culpa, claro, te dejé hacer con este lienzo lo que quisieras, pero también tienes mucha culpa. Te saliste de control…

-¡¿Y qué?! –gritó alzando sus manos a mi cuello, enterrándome sus garras- ¡¿Harás algo al respecto?! ¡Dímelo!

Con la fuerza de su ira me lanzó lejos. Choqué contra una pared fría y sentí el aire escaparse por mis labios secos, ahogando un gemido de dolor. Ella rió, con su risa desquiciada inundando la estancia, con los ecos de sus sombras extendiéndose a lo largo y ancho de todo el lugar. Me levanté lentamente, apoyando mis manos en el suelo para darle impulso a mi agotado cuerpo, que no quería ya más guerra.

-Haré algo –suspiré, con dolor en mi pecho-. Detendré todo ahora. Puedes lastimarme, puedes matarme, puedes torturarme todo lo que quieras, en cuerpo, mente y espíritu –continué, volviendo a caminar hacia ella-. Pero te detendré así sea lo último que haga.

-¡Será la última acción inútil que harás en tu inmunda existencia! –volvió a gritar, llena de cólera, alzando su mano para dar un profundo corte a mi torso. Aguanté las ganas de gritar- ¡Dime tu último deseo, asqueroso ente del bien!

Acorraló mi cuerpo entre sus insistentes golpes que cortaban todo a su paso y el muro frio y duro contra el que me había lanzado. Apoyé mi espalda contra la piedra fría, los brazos cayendo a los costados completamente inertes, sin oponer la menor resistencia. Sentía, con mis ojos cerrados, sus garras destazando la piel de mi pecho, el abdomen, todo a su paso, salpicando sangre hacia su cuerpo inmaculado. No dije nada, solo escuché su risa frenética, desquiciada, aumentando su volumen a cada uno de sus golpes como maldición sobre mi cuerpo. Caí, y ella vitoreó su inminente victoria.

-¿Acabaste? –consulté en un gemido sordo. Alcé la mirada y me encontré con su rostro hecho un rictus de odio profundo- Porque aún aguanto antes de soltar un sollozo, Rencor…

-¡Perra! –chilló enfurecida antes de propinarme una patada al costado- ¡¿Cómo te atreves a desafiarme?! ¡¿Cómo puedes no pedir clemencia ante tu final?!

Aguanté un grito cuando escuché una costilla romperse a mi costado. Caí al suelo sobre mi lado derecho y vi, con los ojos apenas abiertos, como entre su rabia, Odio se percataba de mi vendaje improvisado. Alzó su pie revestido en un zapato de tacón alto y, con una risa maliciosa lo dejó caer en mi pierna herida. Me mordí el labio durante las incontables veces que dejó caer su pie sobre mi músculo ya desnudo, pues ante sus golpes la venda se había desprendido, empapada de sangre completamente. Se detuvo luego de largo tiempo, respirando agitadamente, mirándome levantarme con dificultad. No quise mirar el estado deplorable de mi pierna, sabía que dentro de poco no sería más que un poco de carne, ya que el resto de los músculos desprendidos los sentí en el suelo que pisaba.

-¿Ya olvidaste mi nombre? O incluso, ¿ya olvidaste tu verdadero nombre? –pregunté sujetando mi costado, a la altura de las costillas rotas. Rencor retrocedió un paso-. No pensé que tuvieras tan mala memoria…

No pude decir nada más. Rencor alzó una de sus manos en forma de garras y atravesó sin piedad mi cuerpo, cerca del corazón. Sonreí, pues aún entre la mirada nublada pude distinguir las lágrimas que brillaban sobre la piel nívea de su rostro. Los ojos ya no estaban endurecidos y los labios apretados en una mueca, sino más bien separados, suspirando agitadamente.

-Lo siento…

Fue lo último que escuché antes de sumirme en la oscuridad absoluta.

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