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miércoles, 10 de agosto de 2011

Relatos Oscuros, Parte VII [Amargura]




Poco a poco el calor de mi cuerpo había comenzado a llenar a Miedo, que flotaba a mi lado mientras yo andaba a buen paso. Cada tanto observaba su perfil, afilado y enfermizo, con sus ojos grisáceos que miraban hacia ningún lugar en particular. Parecía perdida, y no dejaba de temblar a pesar de sentir el calor de su mano, con sus dedos entrelazados con fuerza a los míos. Me senté de pronto en una de las rocas de descanso, mirando hacia atrás. Había dejado tres de aquellos puntos, con la resolución de no detenerme a menos que fuera más que necesario. Solté la mano de Miedo con suavidad antes de comenzar a ajustar la venda de mi pierna, mientras ella, flotando cerca de mi miraba mi trabajo, mis manos que se movían con maestría sobre la herida, quitando la ya inservible tela para luego arrancar otro buen trozo de tela, volviendo a vendar el músculo expuesto.

-¿No te duele? –inquirió en un susurro tembloroso Miedo, mientras sus manos de nuevo frías paseaban cerca de la venda improvisada.

-La verdad –suspiré, mirando sus manos sin uñas con algo de pena-. No, no me duele para nada.

-¿Crees que sacas algo con mentirle? –siseó una voz dura y amarga. Miedo se estremeció, sin poder controlar los temblores de sus manos, sin mirar hacia atrás-. Dile la verdad. Dile que te duele como el demonio, que tienes miedo, que quieres gritar una y otra maldición hasta quedarte sin aliento –continuó esa voz, que se escuchaba cada vez más cerca-. Di la verdad por una mísera vez en tu vida. La verdad duele, pero la mentira duele más.

-Silencio, Amargura –ordené levantándome de la roca para encararla.

Sus facciones eran realmente deprimentes. Su cabello que debió ser antaño largo y hermoso ahora solo eran nudos que salían desde su cabeza, nudos largos. Pude ver que le faltaban mechones abundantes de cabello, que sujetaba en sus manos ennegrecidas como trofeos de guerra que no quisiera soltar. El color de su piel era de una enfermiza tonalidad grisácea con matices verdosos, como vómito putrefacto y de un brillo fluorescente. Sus ojos eran blancos, sin pupila, sin nada en realidad. Era como mirar dos cuencas vacías que no expresaban absolutamente nada en particular.

-Es mejor ser desagradable y decir lo que se piensa en lugar de lanzar una tras otra mentira descarada –continuó, dando otro paso adelante y al parecer sin notar lo más mínimo los espinos que se enterraban en su piel-. Es mejor decir lo que es real antes de crear un mundo lleno de ilusiones y sueños que en algún momento se romperán.

Miedo tembló, escondiéndose tras de mí en un movimiento involuntario, tratando de ponerse a cubierto, lejos del alcance de esos ojos que nos taladraban a ambas sin piedad. Suspiré. Si había en aquel mundo retorcido alguien que me creara deseos de tomar su cabeza y estamparla contra espinas y cristales más que Odio, ese alguien era Amargura.

-¿Porqué no te callas? –inquirí dando un paso adelante, Amargura arqueó las cejas.

-Siempre me enseñaron a decir la verdad –prosiguió sin inmutarse-. Al igual que a ti me enseñaron a decir lo que pienso, cuando lo pienso, sin que me importe lo demás.

-Sabes que los sueños y las ilusiones no se rompen –contraataqué sin piedad-. Lo que es absoluto para ti puede no tener ningún valor para mí, así que no vengas con tu pesimismo como asesina que arroja un cadáver a la hoguera, porque no funcionará.

-Me ha enviado Odio –prosiguió, danzando a nuestro alrededor quedamente, como una bailarina de ballet que ha recobrado las ansias de danzar-. Me envió con un mensaje: “Vuelve por donde viniste, rata sucia e inmunda, vuelve a tu jaulita de cristal que es a donde perteneces. Aléjate de mis tierras, deja que todo se consuma, si no quieres que tus amiguitas nuevas sufran las consecuencias luego”. Fin del mensaje.

Suspiré, aferrando el cuerpo flotante de Miedo entre mis brazos, brindándole un poco de inestable seguridad. Ella temblaba contra mi cuerpo, temblaba más que antes, completamente acobardada por el aura que dejaba Amargura a nuestro alrededor. Ella, por su parte, continuaba danzando, dando tumbos y círculos una y otra vez, mirándonos con sus ojos vacios de soslayo, casi como quien no quiere la cosa.

-¿Qué te ha dado Odio para ponerte de su lado? –pregunté enfrentado su mirada. Amargura se estremeció- Dímelo, ¿qué te ofreció para convencerte de hacer lo que se le viene en gana?

-Jamás entenderías –sollozó ella, hundiéndose en su propia melancolía-. A ti siempre te devolvió a donde pertenecías, jamás te dejó a su lado, enclaustrada, atada a la pata de su cama, diciéndote que tus chillidos como miel le excitaban más…

Y entonces lo comprendí. Miré a Miedo, que ya no tenía su mirar lleno de terror, que lentamente había comenzado a separarse de mí, que había tomado en sus ojos grises de tormenta una determinación que yo era capaz de ver solo cuando sus ojos azules resplandecían en seguridad y amor natural, casi como una beldad. Amargura dio un paso atrás cuando Miedo dejó de flotar, para comenzar a caminar sobre las espinas, abriendo heridas en su inmaculada piel de porcelana envejecida.

-Amargura –le llamé, encontrándome con sus llorosos ojos blancos, con la piel enfermiza de sus mejillas bañadas en lágrimas-. No tienes que volver con ella, puedes irte con Miedo ahora, ella te protegerá mejor que cualquier otro ente, en sus brazos estarás segura –afirmé, dando otro paso hacia ella y extendiendo mis manos, como una invitación.

-Tal vez… -gimió temblorosa Miedo, tomando una de mis manos y otra de las manos de Amargura en un roce conciliador, sonriendo- Tal vez yo no soy como mi hermana, no soy tan fuerte ni tan bonita como ella, pero no dejaré que te lastimen otra vez –aseguró la pequeña, encontrando su mirar de tormenta con el lienzo blanco que eran los ojos de Amargura.

-No necesitas ser como Valor –terminó por sonreír Amargura, acercándose más a nosotras-. A veces Valor era una insensata. Dime, ¿cuántas veces vino a ti en busca de consejo?

Las tres soltamos una risita ligera antes de soltarnos las manos. Miedo se abrazó a la cintura estrecha de Amargura y me despidieron agitando las manos, con hermosas sonrisas brillando en sus labios amoratados y resquebrajados por la fatiga y el cansancio.

-Frustración está al otro lado, esperando por ustedes –les dije mientras se alejaban.

Amargura alzó una mano en señal de haberme escuchado y voltee, segura de que ellas ya estaban corriendo por el camino serpenteado, repleto de espinas que las lastimarían y las desanimarían en más de una ocasión. –Lo lograrán-, pensé mientras retomaba mi paso redoblado, ya sintiendo el castillo tan cerca que podía sentir el aroma de Odio recorriendo cada fibra de mi ser, tratando de intimidarme. No lo hizo.

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