Quienes me inspiran a seguir

viernes, 12 de octubre de 2012

Sonrisas


Era casi como un deja vu, pero por mucho que trataba, no podía recordar nada. La frustración se hacía presente dentro de su pecho, por lo que solo lloró para ver si así, si acaso, podía aclarar un poco sus arremolinados sentimientos.

Podía sentir los últimos rayos del sol de ese día sobre su piel. El primer día del otoño estaba comenzando y ella no podía disfrutarlo. ¿Cuántas veces le había sucedido eso? ¿Cuántas veces más tendría que suceder? Quería, necesitaba respuestas pero sabía no debía forzarlas. Porque según lo que había escuchado del susurro del arroyo y el murmullo de la brisa, una vez hecho podría desatar cosas horribles.

Y ahora que comenzaba a pensar por sí misma, librándose de las cadenas de hielo de Winter, no pensaba en equivocarse de nuevo.



Dirigió sus pasos hacia la dirección en la que se escuchaban los sollozos. Todas las alertas de su mente le gritaban que diera la vuelta y corriera lo más lejos posible de allí, pero no podía. Simplemente, algo dentro de él, una parte de sí que no se había roto había decidido de pronto cobrar vida propia y empujarlo en locos nuevos impulsos. Y no quería hacerlo. O tal vez sí. Siendo sincero con él mismo, no lo sabía.

Pudo verla sentada sobre la colina que antaño solían visitar cada día en el que se les permitía estar juntos. Un día completo para tenerla entre sus brazos. Ella tenía el cabello más largo que la última vez en la que la vio, estaba más pálida también y se veía incluso más pequeña y desvalida que antes. Su ropa continuaba siendo del color de las hojas de los árboles en otoño, marrones y amarillas. Se veía incluso como una niña, una adorable niña grande.

El césped de brillante color verde contrastaba con su piel y los colores de su ropa, haciendo de señalética para quien estuviera lo suficientemente cerca en esa noche cerrada. Ella levantó la mirada y él pudo ver esos ojos que tanto le gustaban luchando por contener las lágrimas. Sin poder ni querer evitarlo, se acercó a ella con paso lento, dubitativo.

—¿Estás bien, Autumn? —susurró, sentándose frente a ella, buscando alguna señal que mostrara daño en su cuerpo. Ella tembló ante la cercanía de él, pudo notar.

—¿Quién... Eres...? —escapó como pregunta entrecortada de los labios de ella, que temblaban ante el frio glacial de la noche cambiante.

Él sintió como su corazón se detenía. Se veía tan pequeña y asustada, tan triste y desolada que un impulso escapó desde su destrozado corazón hacia sus brazos cubiertos por la gabardina verde oscuro que le cubría del frio. Se estiró despacio, lentamente para no asustarla y la abrazó, suavemente y sin prisas, acariciando los brazos desnudos de ella, pegándola a su pecho para que pudiera ser capaz de escuchar los latidos de su errático corazón.

—Me llamo Summer... Y soy tu amigo —fue capaz de decir, conteniendo el tono de su voz y superando el nudo que se formaba en su garganta.

Summer pudo sentir como Autumn se pegaba más a él, buscando su calor y su protección. Y él se lo concedió, su destrozado corazón lo necesitaba. Tal vez no fueran más que eso, amigos de ahí en adelante, pero eso era mucho mejor que vivir el resto de sus interminables días pensando en la herida abierta y expuesta que había en su pecho. Una herida que ahora, al parecer, tenía una posibilidad de sanar.



La noche dio paso a un amanecer cálido, agradable. Summer y Autumn estaban tendidos sobre la hierba, abrazados, casi sonriendo y suspirando. Los sueños son agradables mientras duran, por eso son sueños. Y por eso al parecer decidieron despertar al mismo tiempo, quedando los ojos de uno fijos en los del otro. Summer hizo ademán de levantarse, pero Autumn tomó el rostro de él entre sus manos y sonrió, una sonrisa cálida, verdadera, sincera y hermosa. El tiempo se les esfumó de las manos al perderse en la mirada del otro, en la sonrisa del otro...

Sonrisas como el atardecer que de pronto los había dejado sin tiempo para decirse nada más.

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