Quienes me inspiran a seguir

jueves, 11 de octubre de 2012

Nadie está solo


Estaba hasta las mismas narices de toda esa perorata sin sentido que estaba siendo obligada a escuchar. Solo quería que el día terminara para poder irse a su incómoda cama, tratar de dormir un par de horas, despertar con pesadillas y luego comenzar su día tres horas antes que las demás -a las tres de la mañana- con un cigarrillo y mirando las estrellas. Pero no, ahí la tenían, casi secuestrada contra su voluntad. Estaba comenzando a perder la paciencia.

—¿Ness? ¿Me estás escuchando? —inquirió una mujer alta, por lo menos diez años mayor que ella, con unos profundos ojos ébanos y unos brazos que daban miedo.

—¿Sinceramente? —Vanessa alzó una ceja, dándole otra calada al cigarrillo— No estoy escuchando nada de lo que dices desde hace... —miró su reloj, calculando— Treinta minutos, aprox.

—¡Serás imbécil! —la mujer alzó las manos, fastidiada. Las mujeres que cerraban el círculo suspiraron, cansadas— Ness, tú no eras así...

—No vuelvas a decirme Ness, Francesco —siseo la Capitana, estirándose perezosamente solo para no mirar a sus compañeras y pseudo amigas—. Mi nombre es Vanessa Aimé De Lellis, escoge de los dos nombres o limítate a llamarme Capitán, pero no vuelvas a repetir... Ese nombre.

Henrietta Francesco miró a su superior, entristecida. Esa no era ni de cerca la muchacha que había conocido meses atrás, esa mujer que le daba la espalda y caminaba con paso descuidado hacia las barracas era... Una desconocida. Una mujer desconocida y rencorosa que estaba dispuesta a tratar por el suelo a cualquiera que se le acercara lo suficiente. Le daba poco más que pena, sentía verdadera compasión de ella. Vanessa había sido una buena chica una vez, pero ahora el odio, la venganza y el dolor la consumían, dejándola ciega, sorda y muda ante todo lo que pasara a su alrededor. Y lo que era peor, era lo suficientemente cobarde para admitir que...

—¡Blast! —gritó, llamando la atención de todas, quienes ya casi habían comenzado a retirarse. Vanessa volteó a verla con fuego en sus ojos color chocolate.

—¿A quién acabas de mencionar, Henrietta Francesco? —inquirió la mujer, apretando los puños tan fuertemente que se le pusieron los nudillos blancos.

—Blast. Jean Blast —dijo de manera segura la veterana, caminando hacia su capitán con la espalda muy recta—. ¿Algún problema con ese nombre, Capitán?

—¡¿Cómo te atreves?! —gritó Vanessa, al borde del colapso. Todas las mujeres observaban la escena, atónitas— ¡Sabes lo mucho que me lastima eso y encima eres capaz de venir y sacármelo en cara! ¡Ese bastardo acabó con mi vida! ¡No deberías ni siquiera mencionarlo cerca de mi presencia! ¡Ni lejos! ¡Ni en ninguna parte!

—Ness, tienes que saber la verdad de una vez —susurró Henrietta, tratando de calmar a su, extrañamente hablando, amiga.

—No necesito saber nada más —susurró la capitana, comenzando a caminar hacia el campo de tiro.

No necesitaba saber nada, no necesitaba excusas baratas ni explicaciones. Jean Blast le había jodido la existencia y ella no iba a permitir que se le usara ni siquiera en una pelea de perros. Jean Blast estaba muerto, al igual que Ness y su pasado. Porque aquello era confirmación de que no podía confiar en nadie. ¿Amigos? No los necesitaba. ¿Amor? Eso era para débiles. El amor te nubla y te hace dudar, y Vanessa no estaba dispuesta a ninguna de esas cosas. Era una sobreviviente, al que le gustara bien y al que no, bien también.

Se detuvo en el campo de tiro, sacó un cigarrillo y lo encendió, mirando el cielo estrellado de la primavera que apenas comenzaba. Caos y confusión se expandían por su mente, por su corazón y por mucho que tratara de reprimirlo, golpeaba cada vez con más fuerza, incansable. Y ella ya estaba comenzando a cansarse de todo ello. Solo quería que la guerra terminara pronto para así poder cumplir con su parte del trato. El delicioso premio la esperaba al final, solo debía soportar un poco más.

—Capitana —un susurro a su espalda la hizo girar sobre sus talones, sobresaltada. La figura de Drake, el soldado nuevo, estaba frente a ella—. ¿Le molesta si la acompaño?

—Me molesta —casi rugió ella, furiosa—. Me gusta mi soledad y mi intimidad, disfruto de ella. No necesito que un hombre venga a mi lado y me trate como a una damisela en apuros. Soldado, no lo olvide nunca: Aquí-no-hay-damiselas-en-apuros. ¿Cappicci?

—Con todo respeto, capitán —Drake ya estaba comenzando a cabrearse de la actitud de esa mujer, lo tenía hasta las narices con su discurso de "soy fuerte, te meteré una bala en el trasero"—. Solo quería hacerle compañía, ya que siempre la veo sola. Pero si usted disfruta estando en esa soledad, aislándose de todos como si su vida dependiera de ello, allá usted. Si la matan en el campo de batalla será porque todos la preferirían muerta.

No fue hasta que lo había dicho que se dio cuenta de sus palabras. Apretó la mandíbula, cuadró la posición y esperó, observando como la mujer parecía estar luchando para no llorar. En una situación normal le hubiera dado lástima, pero esa situación... Era casi como un deja vu.

—Que así sea, soldado...

Una vez alguien le había dicho a Vanessa que nadie estaba solo, y aunque no lograba recordar quién era, tampoco le importaba. Le habían mentido, cosa nada rara, ya apenas si le importaba. Ella estaba sola y lo prefería así. Menos carga emocional, menos dolor. Más fácil despedirse del mundo.

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