Quienes me inspiran a seguir

sábado, 20 de octubre de 2012

Hipocresía


Despertó sobresaltada. Un fuerte dolor recorrió toda su cabeza y un grito ahogado, casi mudo escapó de sus labios. Apretó los ojos intentado ver algo más allá de las lágrimas que emborronaban sus mejillas, tratando con todas sus fuerzas de mantener el miedo lo más lejos posible de sus entrañas. Pero era difícil. Sentía que el aire le faltaba, sentía como si una gran mano enorme estuviera apresando su corazón, apretando con fuerza hasta el punto de muerte.

Salió de un salto de la cama, cayendo de rodillas al suelo. Se levantó, secó las lágrimas que corrían por sus mejillas casi con rabia, lastimándose con la aspereza de su mano antaño suave y cálida. Abrió los ojos, enfocando la vista en la madera ennegrecida por el barro y el paso del tiempo. Se levantó suavemente, sin prisas, manteniendo la estabilidad. Se irguió todo lo alta que era -lo cual no era mucho- y caminó fuera de ese pequeño cuarto que le hacía de habitación.

El frio aire de la madrugada le arañó las mejillas y la piel desnuda de los brazos, haciéndola estremecer. Volvió sobre sus pasos, tomó la vieja cazadora que había visto tiempos mejores y se la puso con movimientos torpes, casi desvalidos. Tomó los cigarrillos y los metió en su bolsillo, acomodó su arma al cinto y salió de nuevo del cuarto, dejando atrás las barracas.

Todo permanecía en sepulcral silencio. Los árboles no eran mecidos por la brisa, las estrellas no tintineaban como cascabeles o como copas chocando en un brindis. Ni un alma estaba presenta a esas horas y ella lo sabía bien. Desde que todo aquello comenzara, solo noches en solitario y eternos días negando al pasado tenía. Aunque jamás lo admitiría delante de sus compañeras, tampoco podía sentirse a gusto con ellas. Incluso compartiendo el mismo espacio con esas mujeres que lo habían perdido todo, al igual que ella, podía saciar su ansia de compañía. Se sentía sola y tener sentimientos de esa magnitud, la abrumaban sobremanera.

Encendió un cigarrillo mientras se sentaba contra el tronco de un árbol, suspirando. De nada servía el tratar de recordar algo que no quería. Tampoco admitiría jamás que estaba aterrada de descubrir algo que no le gustara. Tenía miedo. Pero en su afán de no acordarse, estaba enferma de recuerdos y pesadillas. Cada noche, cada día, ilusiones quiméricas se aparecían. Y una voz. Una voz que cerraba una puerta y la dejaba atrás, a su suerte, temiendo por su vida.

Apoyó su mano en el suelo y sintió algo sus dedos. Dirigió su agotada vista hacia allí y vio, doblado de manera desigual, un papel manchado con barro y algo más. Lo tomó y lo abrió, curiosa, manteniendo el cigarrillo en los labios. Una fotografía cayó sobre su regazo, de cara a sus muslos cubiertos por la tela del pantalón que también había visto tiempos mejores. Tomó la fotografía y en ella vio a una hermosa mujer, su cintura siendo rodeada por los brazos fuertes de un hombre de grises ojos de tormenta. Un grito quiso escapar de sus labios, una lágrima rodó por su mejilla. Sin ser realmente consciente de ello, comenzó a leer.

Querida Laurine:

Te extraño demasiado y apenas he comenzado con esto. No sé si podré soportar tanto tiempo lejos de tus brazos, de tus besos, de tus caricias y de tu voz. Te necesito, pero eres lo que me da fuerzas para poder estar en este horrible lugar cerca de... Ella.

Al principio pensé que era una coincidencia, un alcance de apellidos. Pero al llegar la vi.

Traté de ser todo lo indiferente que pude, pues sé que ella no me recuerda. Aunque debo decir que es complicado, cada noche la escucho gritar y me tiene con el alma en un hilo. Quisiera matarla para terminar con su estúpido sufrimiento, pero no me mancharé las manos con su sangre. Te lo prometí. Te prometí que si la encontraba, iba a ser todo lo delicado posible con ella. Trataré de hacerlo. Por ti. Porque te amo.

Prometo que pronto terminaré mi compromiso con ella, prometo que pronto seré exclusivamente tuyo. Y cuando regrese, diré a quienes la buscan que he encontrado su cadaver en algún lugar. No la buscarán. Además y de todas maneras, creo que ella planea acabar con su vida. Me da lástima...

Vanessa no quiso seguir leyendo, un nudo se había formado en su garganta y una lágrima pujaba por escapar de nuevo, fugitiva, para rodar por su mejilla. Dobló el papel casi con saña, apretando los dientes y casi siendo capaz de escuchar el sonido de su corazón al romperse en miles de pedacitos que jamás volverían a estar juntos. No se permitió llorar.

Pasó unos minutos más antes de levantarse, guardar la nota y la fotografía en su bolsillo, encender un nuevo cigarrillo y comenzar a caminar en dirección a las barracas masculinas, donde solo cinco hombres dormían. O eso se suponía. Porque cuando pasó junto al campo de tiro vio a cuatro de ellos allí, jugando cartas y riendo de manera silenciosa. Los saludó con una inclinación de cabeza al pasar junto a ellos y continuó con su camino, más tranquila y segura al saber que no tendría que expulsar a nadie de su litera. Llegó frente a la puerta, la luz estaba encendida. Alzó su mano para abrirla y se congeló. Escuchó voces. Específicamente la voz de Francesco y la de Drake. Discutían.

—¡Eres un maldito bastardo, Christopher Drake! ¡Un verdadero cabrón hijo de puta! —los gritos de Francesco seguramente podían escucharse por todo el lugar. Vanessa contuvo el aliento— ¡De haber sabido todo esto, jamás te hubiera dicho que vinieras! ¡Jamás hubiera pedido tu cambio de escuadrón para que estuvieras con ella!

—Tú no lo entiendes, Henrietta —la voz de Drake llegaba a sus oídos casi como un susurro. Vanessa aguzó el oído todo lo que pudo—. Yo perdí las esperanzas con ella, ahora solo estoy siguiendo su concejo, el que una vez me dio. Seguir con mi vida.

—Admítelo, Drake —siseó Henrietta, Vanessa imaginó la expresión molesta de la mujer—. ¿Amaste alguna ves a Vanessa?

—Yo aún la amo —dijo él, Vanessa no lo sintió seguro de sus palabras.

—¡Claro! ¡Y como la amas tanto, no dejas pasar ni una semana para buscarte otra mujer! —Vanessa apretó los ojos y los puños, el cigarrillo siendo destrozado en su mano— Porque sí, Drake. Averigüe que estás con esta tal "Laurine" desde hace casi dos meses. Mismo tiempo en el que Vanessa desapareció de la faz de la tierra. Por lo menos para ti, porque cuando yo la encontré y aunque ella no lo recuerda, repetía tu nombre como si el mundo se fuera a acabar. ¡Jamás amaste a Vanessa! Y probablemente nunca ames a nadie. Ni a esa mujer con la que estás ahora...

Ese fue el momento en que decidió interrumpir. Vanessa cuadró los hombros, encendió un nuevo cigarrillo y entró en la barraca con paso decidido, dejando atónitos a ambos participantes de la discusión. Henrietta tenía entre sus manos un enorme folio negro que desbordaba papeles. Drake la miraba como si estuviera viendo a un fantasma. Otra vez.

—Hubieras tenido los huevos de decírmelo —dijo con voz neutra Vanessa, sacando la nota y la fotografía del bolsillo y arrojándolas al suelo, a los pies de Christopher—. Toma tus cosas y lárgate antes de que me arrepienta de dejarte ir con vida, hipócrita. Te conviene tenerme muerta, ¿no? Después de todo, querías terminar conmigo. Por eso viniste.

—Nes... Yo no... —tartamudeó él, tratando de excusarse.

—Solo mis amigos pueden llamarme Ness, Drake —cortó tajante la Capitana, mirándolo altiva—. Me encargaré de que nadie jamás vuelva a aceptarte en un escuadrón, así tenga que venderme lo haré, lo prometo. No volverás a tomar un arma en tu vida y también me aseguraré de que seas el hombre más miserable de este mundo. Porque lo mereces —a continuación, Vanessa se quitó el anillo que se negaba a quitar y lo arrojó al suelo, sobre la fotografía y a los pies de Drake—. Sé feliz, Drake. Terminamos. Ahora largo antes que le envíe tu cuerpo a esa... Mujer en una bolsa.

Sin decir más, Vanessa salió de la barraca seguida muy de cerca por Henrietta. Una hora después, Drake abandonó esa antigua base sin arma, sin munición y sin nada que le protegiera pues por encargo de Francesco, ningún soldado lo dejó ir con algo que le sirviera de defensa por si se encontraba en un apuro.

Christopher Drake jamás volvió a saber de Vanessa.

Vanessa Aimé De Lellis comenzó de nuevo, tratando de sanarse.

Henrietta Francesco decidió alejar a los hipócritas de su amiga y no volver a dejar que nadie más se le acercara sin antes haberlo investigado a fondo.

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