Quienes me inspiran a seguir

viernes, 19 de octubre de 2012

Paso en Falso



Dos pasos adelante, uno en retroceso. Él observó como la silueta en forma de sombra casi danzaba a su alrededor, sintiendo como la fría neblina comenzaba a ascender desde el pavimento húmedo por sus piernas, como si la misma cortina vaporosa tuviera forma de manos invisibles que se aferraban a sus pantorrillas, tirando sus extremidades y entorpeciendo sus pasos.

Las luces ambarinas de los focos en la avenida titilaban de manera constante, dejando un eco de luz residual en el ambiente. Ella parecía reír ante el efecto que todo provocaba en la escena, sintiendo en su paladar el sabor del miedo y la insensatez cubriendo la piel de él y extendiéndose por el aire hasta ella, para poder saborearlo dentro de su boca.

—Ya te perdí el miedo —susurró ella con una voz frágil, casi quebrada mientras escapaba de las sombras y de la neblina para acariciar con una larga uña la espalda de él, que dio un respingo de susto antes de voltearse a mirarla—. Temo decirte que perdí esas insoportables emociones hace mucho, muchísimo tiempo…

—Pero aún pareces un pequeño animal asustado —en su voz él logró plasmar un timbre de amarga diversión, mientras que ella arrugaba el entrecejo ante el comentario—. No has cambiado lo más mínimo, Charlotte.

Ella retrocedió un paso, sus largos cabellos negros atados en una cola de caballo siendo mecidos por la ventisca huracanada que su rápido movimiento acababa de crear. Él, ya más seguro de sí mismo al ver esa reacción en la muchacha, se perdió en la mirada angustiada de congelados ojos celestes como el cielo de invierno de ella, recordando lo dulce que era la piel de la joven al contacto con su lengua. Y deseó muy fervientemente que el juego comenzara otra vez.

—Y tú continúas siendo un cerdo, Abraxas —ronroneó ella, fundiéndose con las sombras otra vez—. Tu mirada y tu sonrisa continúan siendo lo más desagradable que pueda verse en los alrededores.

— ¿Debo estar agradecido con aquel cumplido, pequeña musa? —inquirió él, comenzando a caminar entre la neblina que de pronto comenzaba a desaparecer, debilitándose— ¿O acaso debo tomarlo como una ofensa que viene de unos labios poco venenosos?

Abraxas continuó marcando un pausado recorrido, sus pasos resonando en el concreto húmedo. Buscó con sus ojos como la obsidiana entre la oscuridad, su ceniciento y largo cabello contrastando con la tonalidad grisácea, casi enferma de su piel. Se sabía observado desde algún punto en la penumbra que generaban las luces ambarinas de la avenida, una mirada afilada desde los innumerables callejones sin salida de aquella calle principal.

Y mientras ella observaba con ojo clínico cada paso que ese ser daba en los dominios de su mente, recordó que ahora poseía el poder y la voluntad suficiente para hacer lo que fuese. Recordó también que ese era su mundo y aquel era su juego esta vez. No había posibilidad alguna que perdiera.

—Quiero que juguemos un juego, Abraxas —sonrió Charlotte saliendo de la penumbra y la neblina, dejando una estela vaporosa de humo danzarín a su espalda. Abraxas enfrentó su mirar oscuro con el claro de ella, sonriendo—. Y sé que este juego mío te gustará tanto como te gustan los tuyos.

Ansioso, él acortó la distancia hacia ella, sus pasos ahora haciendo eco ahogado en el amplio paraje que se extendía ante ellos. Podía escuchar el sonido de las olas romper contra el acantilado, sobre su cabeza el cielo oscuro, la noche cerrada como boca de lobo le saludó con un frío “hola”. Charlotte volvió a alejarse un paso de él, sintiendo asco de su cercanía y del, de pronto dulce aroma que destilaba por cada poro de la grisácea piel de él. Perdió su mirada en el océano oscuro, con la neblina comenzando a extenderse desde mar adentro hasta la costa como los tentáculos de un enorme ser abisal que extiende sus dedos hacia la pureza de las damas que le esperan atadas de manos y piernas en los árboles.

—Me impacienta tanto suspenso… —sonrió él, relamiendo la comisura de sus labios con una larga lengua puntiaguda.

—La playa… —señaló la joven con un pálido dedo hacia la costa, sin mirarlo a él— Está cubierta por un campo minado desde hace muchos años. Quiero que corramos allí.

—Eso suena sencillo —se complació Abraxas con un ronroneo, sin dejar de sonreír—. Supongo que no estoy en desventaja, eso sería muy deshonroso de tu parte, pequeña musa.

—Tan desagradable e insolente como siempre —murmuró ella, asqueada ante el tono de voz de él y ante el insulto implícito en sus palabras—. Pero no, no conozco la disposición de las minas ni la magnitud de su poder. Ambos podemos arriesgarnos de la misma forma.

—Eso me parece muy justo —asintió él, ahora con verdadera emoción corriendo junto a la ennegrecida sangre de sus venas—. ¿Cuáles son las reglas?

Aquel era el momento que tanto había esperado. La joven observó a su contrincante con un brillo profundo y particular en sus ojos, mirándolo casi con superioridad antes de acercarse al borde del acantilado con paso seguro, sintiendo el viento frio y afilado cortar la piel de sus mejillas y de sus extremidades desnudas.

—La única regla es… Que gane el mejor —dijo la muchacha, sonriendo casi como una niña que prepara una jugarreta—. Quien recorra los treinta kilómetros de campo minado y llegue vivo al final será el vencedor. Todo está permitido en este juego menos la ayuda de terceros. Aquel que sobreviva debe hacerlo solo.

Si hubiese podido, la sangre en las venas de Abraxas se habría congelado. El hombre sintió como su corazón se detenía dentro de su pecho por una fracción de segundo, antes de comenzar a martillear con más fuerza en el interior de su caja torácica. Un juego emocionante sin lugar a dudas, nada menos que lo que esperaba de ella, la persona más competitiva que conocía en muchísimos años. Y sabía que tal como ella odiaba perder también odiaba la deshonra, por lo que no debía cuidar su espalda de un ataque sorpresa que no fuera de ella. Charlotte estaba floreciendo de la mejor manera, tal y como lo había planeado.

— ¿Cuándo comenzamos? —sonrió él, apretando los puños para no saltar contra ella, tragándose la tentación de destazar esa pálida piel.

—Ahora —anunció ella dándole la espalda y saltando desde la gran altura que representaba el acantilado hasta la arena.

Por un momento él había olvidado que ella era tan impaciente como veloz, por lo que tardó dos segundos completos en dar los pasos necesarios para estar al borde del acantilado y lanzarse en picado hacia abajo, tras el cuerpo de ella que estaba pronto a tocar la arena. Y desde su posición a unos metros de ella pudo ver como una ventisca se alzaba alrededor de ambos, ascendiendo desde la arena como un tornado y ellos mismos siendo envueltos en su caída en el ojo del huracán.

A unos metros del suelo ella alzó los brazos y dobló las rodillas, su cabello una mata enmarañada revuelta que golpeaba su rostro en el descenso. La arena saltó a su alrededor, formando un cráter en el ojo de la tempestad cuando sus pies tocaron el inestable suelo y con el mismo impulso de la caída saltó hacia afuera en línea recta, usando sus brazos en forma de escudo frente a su rostro y atravesando la cortina de arena y viento avasallador. Tras ella pudo escuchar un sonido ensordecedor similar al de una explosión, lo que la alertó de la cercanía de su contrincante.

Debido a su peso, Abraxas quedó con la mitad del cuerpo sepultado en la arena por lo que, utilizando la fuerza de sus brazos como soporte se empujó hacia arriba, escapando de la trampa de arena y observando como el viento a su alrededor soplaba con más fuerza. Sonriendo él solo comenzó a caminar, atravesando el muro de arena y viento casi como si atravesara una cortina de tela enmohecida. A lo lejos pudo ver una detonación y el cuerpo de la pequeña e ingenua musa saliendo despedido por los aires. Sin dudarlo, comenzó a correr en la misma dirección, siguiendo los mismos pasos y la misma suerte de ella.

Cuando cayó al suelo, Charlotte escuchó un tercer estruendo ensordecedor. Volteó un segundo su mirada hacia atrás mientras se levantaba, observando como el fuego y la arena se levantaban, lanzando esquirlas de acero en todas direcciones. Cuadró los hombros, enderezó rápidamente su codo dislocado y arrancó un trozo de acero caliente que se había incrustado en su pantorrilla antes de comenzar a correr otra vez. Había tenido razón en su teoría, las minas no mantenían la sensibilidad de antaño y ella, con su menudo cuerpo, solo debía ser un poco más precavida. Abraxas se quedaría atrás o, con un poco de suerte, explotaría en mil pedazos. Aunque eso último era pedir demasiado.

Con un grito de rabia él se levantó del suelo, lo blanco de sus ojos ahora refulgiendo como el acero líquido en su punto de moldeado. La chiquilla había sido astuta y a su vez él había sido estúpido. Abraxas se relamió los labios con deseo, con lujuria, pensando en las mil y una maneras de arrancar la piel y los órganos de la muchacha una vez la tuviera a su merced, entre la arena y su cuerpo. Sin más comenzó a correr sobre la arena a una velocidad tan vertiginosa que sus pies apenas tocaban el suelo, acortando la distancia con ella de una manera depredadora y peligrosa.

Pocos segundos tuvieron que pasar para que ella notara que las explosiones de las minas de pronto ya no se escuchaban. Solo dos explosiones y todo había quedado reducido a una persecución. Su piel no era tan dura como la de él, ahora se encontraba en desventaja si es que la alcanzaba. Ralentizó un poco su carrera, acumulando energía mientras aguzaba el oído y cerraba los ojos, sintiendo en la planta de sus pies desnudos las vibraciones bajo el peso de su cuerpo. Pero la arena era inestable, las pulsaciones cambiaban su intensidad a cada paso que daba. Abriendo los ojos decidió que no le quedaba más que ser lo que una vez fue: Un animal.

Casi la tenía, podía sentir la sangre caliente corriendo por sus manos y barbilla, la carne suave abriéndose paso por su garganta. Los ojos fijos en ella, que había bajado la velocidad de su carrera. Un paso más cerca y pudo sentir en su lengua el sabor de la adrenalina que expelía el cuerpo de ella en cada gota de sudor. Otro paso y la distancia era casi inexistente a pesar de los más de veinte metros que los separaban. Una nueva y larga zancada mientras extendía su brazo, su mano en forma de garra a punto de poder sentir la sangre caliente, dulce y deliciosa tan cerca de él.

Ella volteó justo a tiempo, sus ojos brillando intensamente, la palabra desafío implícita en cada movimiento de su cuerpo, en cada centímetro de su rostro. Encontró su mirada con la de él, celeste y amarillo contra rojo y negro. Alzó sus manos y tomó el brazo de él, que se extendía hacia ella y saltó, sus pies ahora sobre los hombros de él, usando sus músculos como suelo estable para su cuerpo. Podía sentir cada movimiento en cadena de los músculos, todos trabajando en conjunto. Con una sonrisa la energía viajó a todo su cuerpo, de pronto una capa protectora que resplandecía casi de color rosa en la noche oscura y cerrada.

Podía sentir la presión sobre sus hombros, hundiendo sus pasos en la inestable superficie, más peso para las sensibles minas que les rodeaban. Alzó sus manos por sobre su cabeza, alcanzando los hombros de ella y arrojándola lejos, sus miradas encontrándose nuevamente en una milésima de segundo que se hizo eterno para ambos. Y con sorpresa él pudo ver como el cuerpo de ella mutaba y brillaba, de pronto más grande pero notoriamente aún ligera y ágil.

Cayó de pie sobre el suelo, una mina explotando cuando su cuerpo estuvo con todo el peso sobre el artefacto. Mala suerte. La explosión no se hizo esperar y ella apenas alcanzó a dar un poderoso salto que la elevó varios metros en el aire, incluso más allá de su propio poder gracias a la potencia avasalladora de la explosión. Una esquirla de acero hirviente se clavó en su hombro. La arrancó en su descenso.

Salió aún con el paso constante de su carrera por entre las lenguas de fuego que parecían esquivarlo, como si él mismo fuera más caliente que las llamas del infierno. A lo lejos pudo ver el final de la costa, un nuevo acantilado alzándose majestuoso frente a sus ojos mientras la puesta de luna no se hacía esperar a su izquierda, anunciando las pocas horas que faltaban para la mañana. Podía sentir la victoria en sus manos, ni un solo rasguño sobre su piel tan dura como el granito. Y de pronto, en menos tiempo de lo que toma un suspiro, su rostro estaba enterrado en la arena y un fuerte dolor congelante atravesaba toda su columna vertebral.

Charlotte cayó sobre él, sus manos ahora en forma de afiladas garras de hielo atravesando el cuerpo caliente bajo ella. Sin esperar más tiempo saltó de su lugar y siguió corriendo sin mirar atrás, no podía darse el lujo de perder. Con un poco de suerte, Abraxas no se levantaría en muy buenas condiciones pero, por otro lado, su ira no tendría rival cuando se diera cuenta de la causa final de ese ataque.

Un gruñido gutural, casi animal salió de lo más profundo de su garganta mientras alzaba la vista, levantándose dificultosamente de la inestable superficie. Podía escuchar más minas explotando a su alrededor, de pronto todas activadas al mismo tiempo. Alzó su vista al cielo antes de observar en todas direcciones, notando como las estalactitas de hielo caían sin fin desde arriba, haciendo explotar las minas y congelando rápidamente todo a su paso.

—Mierda —maldijo por lo alto, casi en un grito cuando llegó al pie del acantilado.

Podía escuchar las explosiones a su espalda, no muy lejos. La arena caía sobre su cuerpo casi como una fina lluvia y se preguntó cuantos segundos tendría antes que él encontrara la forma de escapar de su trampa y la alcanzara. Miró hacia arriba, apretando los puños. Ni su mejor salto lograría acercarla a la cima del acantilado, pero no perdía nada con intentar. Retrocedió unos metros, las garras de hielo haciéndose presente en sus manos de nuevo y aceleró, cerrando los ojos cuando en el último paso reunió toda la fuerza en su pierna derecha, saltando con todo lo que tenía y como jamás había saltado.

Con un nuevo grito, su cuerpo se encendió en llamas. El fuego saliendo de su cuerpo de un fuerte color rojo, la base de las llamas pegadas a su piel de un amarillo tan brillante como el sol. Extendió el fuego a su alrededor como una explosión de químicos y sonido, tan poderosa como para dejar inerte el cuerpo de cualquier humano que estuviera lo suficientemente cerca. Pudo imaginar los oídos reventados de un par de seres inferiores, tan patéticos y débiles como solo ellos podían ser. La espalda le molestaba, sentía frio, pero no era nada de lo que su fuego no pudiese encargarse.

—Pequeña rata astuta —susurró sonriendo, observando como ella daba un largo paso antes de saltar, toda la fuerza marcando los músculos de sus piernas.

Se aferró enterrando las garras congeladas de sus manos en la roca, comenzando la escalada. Apoyó sus pies desnudos en las salientes imperfectas del acantilado, impulsándose cada vez más hacia arriba con toda la fuerza que había guardado durante la carrera. Había esperado más ataques de Abraxas hacia ella, y gracias a que eso no había sucedido ahora podía tener aunque fuese una oportunidad de ganar. Debía ganar, solo así podría recuperar su honor y parte de lo que una vez había sido.

Mientras corría hacia la base del acantilado el fuego se dirigió hacia su espalda, creando un par de alas de fuego de un color rojo tan brillante que iluminaron toda la playa con su resplandor ígneo. Alzó el vuelo relamiéndose los labios, acortando la distancia con ella de manera vertiginosa, extendiendo una de sus manos en dirección a su pequeño conejillo de indias.

Giró el rostro hacia él, sorprendida. Pudo sentir como las manos ardientes se aferraban a su cintura, apartándola con fuerza de la roca. Y por mucho que se aferró con sus garras congeladas, un gran trozo de piedra salió despedida con ella hacia atrás, cayendo de manera precipitada entre los escombros que pudo llevarse consigo en un intento desesperado por no caer.

Ya casi había llegado, la cima del acantilado estaba solo a un par de metros, podía volver a sentir el sabor de la victoria inundando su boca, podía volver a sentir la sangre bañándolo y el corazón muerto de ella en su boca, luchando por latir y no morir en sus fauces. Solo unos pocos metros más y ella sería por fin suya.

Cayó sobre la arena creando un nuevo cráter, al igual como lo había dejado en su primer descenso. Cubrió su cabeza con las manos y una cúpula de hielo se alzó a su alrededor, protegiéndola de la lluvia de escombros que caía sobre ella. Y una vez se sintió a salvo, alzó la vista solo para ver como él estaba ya en la mitad del recorrido hacia la cima. Tenía que pensar en algo lo suficientemente bueno, y tenía que ser ya.

— ¡ABRAXAS! —gritó ella, llamando la atención del aludido.

Él volteó la vista hacia ella, sorprendido. Charlotte volvía a ascender hacia la cima del acantilado, siguiendo sus pasos. A cada salto que ella daba en el aire una plataforma de hielo se formaba saliendo de la roca, haciéndole de soporte para impulsar su vuelo sin alas ni viento. Con una sonrisa macabra él reunió poder en una de sus manos, golpeando a continuación las salientes del acantilado y creando así más rocas que se precipitaron hacia ella, que ascendía rápidamente acortando terreno.

Charlotte intensificó el poder de sus manos y continuó su ascenso a saltos, cortando las rocas que caían en su dirección con sus afiladas garras de hielo. Estaba a punto de alcanzarlo, solo un poco más y todo habría acabado, no podía rendirse por lo que, luego de golpear el último trozo de escombros que se dirigía a ella, imitó a su contrincante, golpeando el acantilado antes de volver a saltar sobre una nueva superficie de hielo, su corazón latiendo a mil por segundo.

Giró su mirada hacia el acantilado solo para ver como un pilar de hielo se extendía desde la roca hacia él, golpeándolo en el hombro izquierdo. Salió despedido, perdiendo la estabilidad de su vuelo mientras veía como ella alcanzaba su altura rápidamente, impulsándose cada vez con más fuerza hacia la cima, protegida por escudos de hielo que danzaban a su alrededor, protegiéndola de cualquier ataque físico.

Un calor abrazador la envolvió, derritiendo su frágil defensa de hielo así como también los pilares de hielo que le hacían de suelo en su ascenso. En un rápido vistazo mientras escapaba de las lenguas de fuego pudo ver a Abraxas que se aproximaba rápidamente hacia ella envuelto en un escudo ígneo que encendía incluso las rocas del acantilado.

Quedaron ascendiendo hombro con hombro. Él intensificando el fuego para derretirla de una vez, ella usando sus últimas energías para protegerse del calor abrazador. En la distancia, lo único que pudo vislumbrarse fue una explosión de rojo y celeste mientras el acantilado se derrumbaba, los pesados escombros que salían despedidos en todas direcciones activando las minas al caer sobre la costa, creando un campo infernal de fuego, arena y acero caliente.

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