Quienes me inspiran a seguir

miércoles, 18 de enero de 2012

Despertar


¿Creíste acaso que podrías deshacerte de mi, mujer?

La voz resonó como un trueno, proveniente de todos lados a la vez. Ella tembló en el suelo, hecha un ovillo, sintiendo los latidos de su corazón casi en la cabeza, en los oídos, como si la estuvieran golpeando con un martillo. Un golpe en las costillas la hizo soltar un gemido de dolor mientras las lágrimas no dejaban de rodar por sus mejillas.

Le habían tendido la peor de las trampas y ella... Ella había sido lo suficientemente ingenua para caer.

—¡Lo siento! —sollozó ella, con la voz desgarrada cuando él, sin pena ni gloria, la asió de los cabellos— Solo... No lo lastimes...

Un golpe de revés la envió de cara al piso, dejando su mejilla pegada a las frías baldosas de aquel pasadizo adoquinado. Ciega, ingenua y tonta, esos eran sus mayores defectos y, aunque había querido cambiar, nada había cambiado. Había abierto los ojos para salir del sueño, y se había encontrado de frente con la pesadilla.

Harás todo lo que yo ordene si quieres que esté completo, ¿comprendes?

Despegó el rostro del suelo y sacudió la cabeza de manera afirmativa sin alzar la mirada solo por el terror que le causaba el tener que enfrentarse a esos ojos de nuevo. Pensó que todo había acabado antes, pero ahora su alma por fin del todo destrozada le decía que ella jamás conocería la libertad...

Ni el amor...

Era hora de colgar los guantes, de dejar de pelear, de volver a mirar el suelo. Al final de todo, solo allí pertenecía, ¿cierto?

Se levantó del suelo con un gemido de dolor por su costado y escuchando los débiles sollozos de la habitación contigua. ¿Cómo podía acaso existir una mente tan enferma para causarle tal dolor a una criatura tan pequeña y frágil? No lo sabía, pero sí sabía que si se atrevía a alzar la mirada ambos lo pagarían muy caro. Tragó saliva con dificultad, sentía que su garganta era más que eso un desierto seco.

—Sí, señor —susurró suavemente ella, de una manera tan sumisa que él sonrió.

Me gusta cuando comprendes, mujer...

Por un segundo ella pensó, imaginó, soñó despierta que él iba a irse por donde vino para nunca más volver, pero no fue así. Él volvió a asirla de los cabellos y la arrastró por el pasillo hasta la habitación, sentándola con rudeza frente a su instrumento de trabajo. Fue entonces que ella sintió pánico, un terror horrible por lo que fuera a suceder a continuación. Su respiración se ralentizó hasta que solo fue un suspiro, casi como el último suspiro de un alma que se va, solo que este era eterno. O casi eterno.

Disfruta tu última noche de libertad con el bastardo, mañana vuelves a ser toda mía.

Y sin decir más, salió de la habitación dejándola sola con su miseria y su dolor. Y lo que era peor, ella comprendía que él no lo hacía por caridad, sino para mostrarle que él volvía a mandar allí, que ella volvía a estar a su merced, que todo estaría como estaba antes y que, si quería un poco de libertad a su manera de carcelero otra vez, tendría que lamer sus zapatos para conseguirla. Recordar el concepto que él tenía de "buena chica" le devolvía las arcadas casi olvidadas a su apretado estómago.

Con un último suspiro encendió su instrumento de trabajo y se dijo, muy a su pesar, que ese sería el paso al adiós de su libertad y su amor. Y por un segundo, en el fondo de su alma, deseó no encontrarse con él porque eso sería romper su corazón de nuevo a cada palabra escrita.

Ahora volvía a ser una mujer sin sentimientos, con un corazón de hielo y con su alma marcada por un señor...

~

Al amanecer, cuando las gotas de agua helada la obligaron a abrir los ojos, ella suspiró.

¿Estas despierta?

Como si no lo supiera. Soltó un suspiro suave antes de levantarse del suelo frio, cerrar la llave de la regadera y comenzó a quitarse la ropa con cuidado y algo de vergüenza.

¿No dirás nada poético, para sellar este bello momento?

Se estaba burlando con todo de ella. Estaba dejando escapar su odio visceral, aquel odio puro y duro que había tenido tiempo para cosechar. Y ella lo iba a dejar. Y le iba a dar incluso razones para que la destrozara de una vez y para siempre.

—Abrí los ojos y desperté... —susurró, arrojando la ropa mojada al suelo a sus pies. Él la observó, con los labios apretados en una macabra sonrisa— Y me di cuenta que había despertado del sueño solo para entrar en la pesadilla...

Aplausos suaves pero lúgubres se alzaron en la pequeña estancia y ella, mirándolo por primera vez a los ojos luego de tanto tiempo logró ver la maldad, el odio, el rencor. Y esos sentimientos estremecieron su alma tanto como el frio que le calaba los huesos, haciendo que su cuerpo se desplomara en el suelo.

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