Cerré los ojos y desapareciste como por arte de magia. Cuando los abrí de nuevo allí estabas, entre brisa, estrellas y color. Volví a cerrarlos y desapareciste, así haciendo desaparecer tu voz también. Al abrirlos por segunda vez ya no estabas allí y, desesperada, te busqué dando vueltas entre la confusión.
Y entre vueltas y más vueltas parpadee y, al cerrar solo ese segundo los ojos, pude verte otra vez. Decidida me senté en la esquina, sobre las cerámicas frías y cerré los ojos, suspirando y corriendo hacia ti en aquel mundo donde nada era real. Sé que no eres real, pero por lo menos así puedo tenerte conmigo.
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