Quienes me inspiran a seguir

viernes, 18 de noviembre de 2011

Congelado

... Princesa cautiva, guardiana de almas, ¿porqué te haces esto? Si más allá de tu placer está mi perdición, si más allá de mi placer está tu destrucción...

Y la destrucción de tu congelado corazón...



Ella comprendía, claro, no era tan estúpida como todos pensaban, solo ponía cara de no entender la mayoría de las veces porque era su modo habitual de protegerse de todo lo que la rodeaba, incluso de las personas que querían acercarse a ella con verdaderas intenciones de ayudarla y de estar con ella de manera incondicional. Y es que simplemente no podía evitar ser así, estaba aterrada, realmente aterrada en el fondo de su corazón.

—Bueno, creo que entendí mal entonces —dijo ella con una amplia sonrisa cruzando su rostro. En el fondo solo tenía deseos de llorar, pero si lo hacía todo su teatro tan bien preparado se iría a la mierda. Suspiró profundamente y besó la mejilla de él con cuidado antes de voltear—. Tengo que irme, nos vemos otro día.

Él no dijo nada, ella ya estaba a dos metros de él cuando había terminado de hablar y, al hacerlo, había echado a correr como si el mismísimo diablo la estuviera persiguiendo. Ella corrió, corrió con todas sus fuerzas esperando que el viento de aquella tarde noche se llevara las lágrimas de sus ojos empañados por el llanto inminente. No quería llorar, no quería hacerlo por nada del mundo, no quería mostrar con sus ojos lo que tan bien era capaz de ocultar su expresión. Y mientras corría maldijo sus ojos expresivos, maldijo su suerte, maldijo el toque de queda y se maldijo a sí misma, esperando que el correctivo de aquella noche le sacudiera lo que sentía del alma.

Al llegar a su prisión nocturna él la esperaba, pero no era él, sino él. Sus ojos como el ébano profundo la observaban casi con gula, con sádica felicidad y ella dejó de correr solo al divisarlo porque de pronto cada fibra de su ser temblaba con una ferocidad tormentosa. Él la observaba apretando los puños y relamiéndose los labios, ansioso. Ella terminó en un minuto de acortar la distancia entre ellos hasta que solo un par de pasos los separasen y bajó la vista a sus pies, como si de pronto fueran lo más interesante del mundo. Las manos de él la asieron con fuerza bruta, empujándola dentro de un sombrío hogar y ella siquiera lucho, pues tenía muy bien entendido que de hacerlo podría morir.

Las horas siguientes para ella fueron agonizantes. Él la poseyó una y otra vez con fuerza, con brutalidad, haciéndola gritar del dolor, desgarrando su cuerpo y su alma con sus manos ennegrecidas por el mal, pero ella no se defendió, solo accedió a todas sus bajas peticiones sin derramar lágrima alguna, solo gritando por el placer que aquello le causaba a esa bestia, haciendo así su tormento un poco más corto de lo habitual. Cuando él, la bestia, se hubo marchado, ella se hizo un ovillo en el destartalado lecho...

Y lloró...

Y mientras lloraba sentía que su cuerpo era envuelto por un frio ultra-terrenal, místico, más su cuerpo no temblaba por culpa del frio, incluso la hacía sentir ligeramente reconfortada, segura. Ella dejó que ese frio la dominara, dejó que la llenara por completo hasta concentrarse en su pecho como un cubo gélido que pesaba. Y de pronto el peso en su pecho se hizo tan insoportable que, con sus largas uñas, ella desgarró con un grito la piel que protegía su corazón, abriendo los músculos y las costillas, rompiéndolo todo hasta llegar a aquella cadente latencia que comenzaba a apagarse lentamente.

—Corazón, ¿sigues latiendo? —dijo ella, mirando su pecho desgarrado. El corazón latió fuertemente una vez— Ah, genial, bien por ti...

Decidida y sin piedad ella tomó el corazón que se congelaba con sus manos y lo arrancó fuertemente de su pecho, salpicando sangre azul en todas direcciones, manchando todo lo que la rodeaba, incluso a sí misma. Y su cuerpo comenzó a curarse de las heridas rápidamente, el agujero desgarrado que era su pecho también se cerró al tiempo que su corazón comenzaba a ser rodeado por capas y capas traslúcidas de hielo, que serían la prisión de su ahora separado y congelado corazón.

Al acabar el ritual ella se levantó, se vistió con la destreza de un felino y con la lentitud de un oso perezoso, tomó entre sus manos frías el cubo que guardaba su corazón y salió de aquel sombrío lugar, con las lágrimas hechas perlas de cristal rodando por sus mejillas. Caminó largos minutos hasta llegar a aquel lugar, donde se sentó suavemente y se quedó allí, muerta, insomne, sin saber qué hacía allí pero sabiendo que no tenía otro lugar al que ir. Días pasaron en la que la soledad era su única compañía, y a ella no le importó hasta que, en el horizonte anaranjado, vio la silueta recortada de él, que se acercaba a ella.

—¿Qué te sucedió? —fue lo primero que él le dijo. Ella sonrió cual niña pequeña, encogiéndose de hombros.

—Nada, estoy bien —susurró con su voz de trino congelada, de pajarito asustado, levantando la prisión de hielo que contenía su corazón—. Mira, ¿te gusta?

—Eso... Es un corazón... —tartamudeó él, ella sonrió más ampliamente, pero la felicidad no llegó a sus ojos— ¿Es tuyo?

—Si, ¿te gusta? —insistió ella, suspirando ante el rostro acongojado de él, que se sentaba a su lado.

—Está congelado... —dijo él, y ella se resignó a que nadie jamás comprendería.

Dejó su congelado corazón en el suelo y se marchó sin mirar atrás. Habían pasado días desde su último encuentro con él, con la bestia, seguro estaba muy enfadado y seguro, también, aquella noche sería infernal. Pero no le importó, pues su corazón estaba congelado y a salvo de romperse otra vez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario