Quienes me inspiran a seguir

martes, 25 de diciembre de 2012

Entrega



Podía sentir tanto, con tanta intensidad, que se sentía colapsada de emociones, de sensaciones, de cosas que pensó jamás volver a sentir. Era una mezcla de cariño, amor, alegría, satisfacción y placer, todo reunido en el mismo punto solo para chocar y hacer erupción, creando un cataclismo de cosas incontrolables. Y ella odiaba no tener el control, aunque fuera en una minucia.

Rodeó el cuello de él con sus brazos y apretó los labios hasta convertirlos en una fina línea, ahogando un gemido. Incluso teniendo los ojos cerrados podía verlo sobre ella, mirándola con esos intensos ojos grises que él poseía, liberándola de parte de las cadenas forjadas por el miedo y la costumbre de permanecer en solitario. Podía sentir gracias a sus ojos cerrados las caricias de él incluso con más intensidad. Su toque era mágico, relajante y le causaba ligeras cosquillas ardientes.

—Te amo… —susurró él en su oído, haciéndola estremecer.

Hizo la cabeza hacia atrás y despegó los labios que ya estaban rojos de tanto haberlos apretado, soltando un suspiro que chocó contra el cuello de él, que se pegó a su cuerpo incluso con más fuerza. Como si de pronto ella fuese a desaparecer. Aunque Rebecca no lo culpaba, al tener los ojos cerrados podía pensar, imaginar que el sueño sería eterno.

—Mírame —ordenó Leo, besándole ambas mejillas casi con devoción.

—No quiero —negó Rebecca con los ojos muy apretados, sintiendo como él ahora le besaba y mordía el cuello.

— ¿Porqué? —inquirió él, colándose entre las piernas de ella.

—Porque tengo miedo de que al abrir los ojos, me dé cuenta que es solo un sueño… —sus labios temblaron ligeramente y él los besó con tanta dulzura que sintió deseos de llorar— No quiero que sea un sueño…

—No es un sueño… —aseguró él en un susurro suave y cariñoso— Abre los ojos.

Rebecca dudó, pero abrió los ojos finalmente. La habitación estaba oscura, pero podía ver la figura de él, su rostro de facciones afiladas muy cerca del de ella. Lo primero que vio fueron sus ojos grises que relampagueaban de deseo, luego sus labios entreabiertos que manaban una cálida respiración irregular que chocaba contra sus propios labios, haciéndola estremecer. Y cuando quiso decir algo, una palabra bonita, lo sintió.

De pronto se encontró en una caída sin retorno. Él se aferró tan fuerte a ella desde todos los puntos de su cuerpo al mismo tiempo que tuvo que obligarse a morder su labio inferior para no gemir de placer. Y él, al parecer consciente ello la torturó con calma y precisión, recordándole todas las veces en las que ella se había rendido a sus pies. Todas las veces en las que se había entregado a él.

Y habían sido demasiadas para recordar sin sentir vergüenza.

Era como si nunca hubieran estado lejos del otro, sobre todo por él. Tocaba cada rincón de su cuerpo con maestría y precisión, causándole un placer inimaginable. La besaba en lugares que no sabía podían arder de esa manera y la sujetaba contra la cama como si fuera el único lugar al que pertenecía. Y a pesar de todo, le gustaba. Se sentía controlada y querida, aunque ligeramente asustada.

Desde la última vez no había permitido que nadie más fuera tan indecente con ella. Pero con Leo era diferente. Él la trataba incluso con devoción a la par de posesividad. Era como si quisiese recordarle que era de su propiedad. Y cuando ese pensamiento se coló en su mente justo al momento en que explosiones recorrieron todo su cuerpo, sintió pánico. Pánico porque no quería ser propiedad de nadie, ni siquiera de él por mucho que lo amara. Sentirse así era la única regla que no se permitiría romper, ni siquiera con él. Por eso esperó a que Leo, después de interminables minutos de arrumacos y caricias se durmiera para poder abandonar la cama y darse una ducha de agua congelada en el baño.

Al salir ya vestida se dirigió a la cocina, se preparó un café el triple de cargado de lo normal y encendió un cigarrillo de camino al balcón, donde se sentó en una de las sillas de plástico, admirando el panorama nocturno. No podía creer lo que estaba pasando, ¿desde cuándo la entrega era comparable a pertenecerle a alguien? Ella había decidido, luego de un mes tonteando con besos y abrazos, llevarlo a su departamento una noche en la que Cass se iba a la casa de su mejor amiga. Y pensó, ingenuamente, que solo pasarían la noche conversando y tonteando, como siempre hacían. En lugar de eso habían terminado en la cama.

—No tiene nada de malo, Rebecca —se dijo en voz alta, dándole un sorbo a su café—. Eres una mujer adulta, tienes derecho a…

¿A qué tenía derecho? ¿A acostarse con Leo aunque llevaran un mes saliendo? ¿A llevarlo al departamento solo porque ya habían estado juntos miles de veces? ¿A pensar que él estaba siendo posesivo al empujarla a una situación sin retorno o a pensar que estaba siendo la mayor imbécil de la historia? ¿A entregarse a él, aunque en realidad fuera más parecido a un pacto sellado con una noche revolcándose en la cama? Porque le había entregado su corazón y ahora su cuerpo. ¿Qué tendría que entregarle luego, en qué tendría que ceder?

2 comentarios:

  1. Lo dije antes y lo repetiré ahora... detesto a Leo xDDD

    Creo que es un manipulador disfrazado de buena persona D:

    Por mi que Rebecca lo golpee hasta sacarle las tripas :D

    Mabel :)

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