Quienes me inspiran a seguir

jueves, 27 de diciembre de 2012

Cassandra



Podía sentir que se desmoronaba a cada palabra que él pronunciaba. Cada uno de los sonidos que de sus labios perfectos y masculinos salía era como una daga afilada que iba directamente a su corazón. Angélica, a su lado, sujetaba su mano con fuerza, como siempre siendo su pilar. Frente a ella y junto a Ángel, Mabel se miraba las uñas como si en realidad no tuviera la mayor importancia toda la información que se encontraba recibiendo.

—Entonces, a ver si entiendo bien —tartamudeó Cassandra, tomando una profunda inspiración para mantener la calma—. Soy igual a tu ex novia, Edén, que falleció hace un año y por eso a veces me llamas así, porque piensas que ella está viva o se te olvida que está muerta y… —se detuvo, incapaz de continuar hablando.

—Estás enfermo —soltó Angélica, levantándose de un salto y decidida a llevarse a su amiga de allí—. Tratas de reemplazar a esa tal Edén con Cass. Eres un desquiciado.

—Más respeto, niña —intervino Mabel, arrugando el ceño—. Estás en el departamento de mi amigo y de quien hablas también era mi amiga. Cuidado con lo que dices.

—Lo siento, su alteza, pero tu amigo está loco y tu otra amiga no se puede ofender porque está muerta —contraatacó Ange, furiosa—. ¿Qué esperas que diga Cassie? ¿Esperas que luego de que él la engañara y después, porque es acorralado se decida a contarle y ella, tan campante le diga que…?

—Está bien —cortó Cassandra las palabras de su amiga, mirando a Ángel. En ese momento parecía el hombre más desdichado del mundo y eso fue mucho más doloroso para ella que todo lo que acababa de suceder. Angélica se giró a mirarla, boquiabierta—. Ángel, no entiendo tus razones pero… Está bien. O sea, me molesta un poco y claro que me duele, pero no mata el dolor. Además, ahora lo entiendo. Amabas a Edén, aún la amas y te cuesta olvidarla. Y no quiero que la olvides porque sé que en el fondo también me quieres a mí lo suficiente como para decirme cosas lindas.

— ¡Cassandra! —gritó Angélica, sin poder creer lo que su amiga estaba diciendo.

—Está bien, Ange —Cassandra miró a su amiga con una sonrisa en el rostro—. Sé que en el fondo Ángel me reconoce. Sé que él me mira a mí la mayor parte del tiempo, sé que él está consciente de que yo me llamo Cassandra, no Edén.

Ángel la miró con los ojos abiertos como platos, al igual que Mabel. Angélica, por su parte, solo levantó a su amiga del brazo y salió casi corriendo con ella del departamento sin siquiera darle espacio o derecho a replicar nada.

No podía creer lo que acababa de escuchar. Era como si de pronto le hubieran dado vuelta encima un balde de agua fría. Mientras le contaba a Cassandra sobre su Edén, había esperado que luego le gritara de todo, porque sabía que se lo merecía. Esperó un berrinche, una bofetada, gritos como los de Angélica, pero en los escasos segundos en los que ella se mantuvo en silencio y él se mantuvo escuchando la discusión de Ange y Mabel no imaginó que ella actuara de esa manera. Cassandra le había hablado con tacto, cariño y afecto, con una voz suave y una mirada sincera que él apenas había sido capaz de sostener por más de un segundo.

Si hubiera sido Edén, seguramente hubiera gritado, le hubiera golpeado y, seguramente, le hubiera mandado a la mierda. Pero Cassandra no era Edén y solo con eso había sido capaz de darse cuenta. Cassandra, a pesar de ser casi una fotocopia de su amada Edén, no era ella. Tenían el mismo corte extraño de cabello, llamativo, pero lo portaban de dos maneras completamente diferentes. En Edén ese estilo se veía rudo, fuerte, el estilo de una mujer segura. En Cassandra, en cambio, hacía resaltar su ternura y lo diferente que era del mundo. Tenían el mismo color chocolate en su mirada, pero mientras que en Edén su mirada decía siempre “púdrete”, la mirada de Cassandra era amable y gentil, bondadosa.
Eran muy diferentes y solo con esas pocas palabras el mundo lo había obligado a asimilarlo.

— ¿Estás bien? —miró a Mabel, me le acariciaba el hombro con cariño. En los ojos verde botella de ella pudo ver preocupación y un deje de asombro aún.

—Sí, eso creo —dijo Ángel, encogiéndose de hombros y fijando su mirada avellana en el lugar donde antes había estado sentada Cassandra.

— ¿Qué vas a hacer? —continuó la mujer con el interrogatorio— Seguramente y aunque no lo dijo abiertamente, debe estar muy enojada. ¿Lo vas a dejar así y seguirás con tu vida o continuarás buscándola, tratando de convertirla en Edén?

Ángel sabía que Cassandra jamás sería Edén. Acababa de notar todas esas pequeñas diferencias y sabía que con el tiempo descubriría más y más sobre ella, diferencias que seguramente le gustarían más de lo que estaba dispuesto a aceptar. Y aunque no quería dejar ir el recuerdo de Edén de momento, estaba seguro de que no quería perder a Cassandra.

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