Quienes me inspiran a seguir

domingo, 30 de diciembre de 2012

Enfado



— ¡Imbécil! —gritó Cassandra antes de soltarle una tremenda bofetada.

Ángel sabía que merecía ese golpe, pero jamás pensó que en verdad ella fuera capaz de levantarle la mano a alguien alguna vez en su vida. Se llevó la mano a la mejilla y sintió el ardor, aunque más le dolió la mirada herida que la muchacha le entregaba.

—Merecía eso, lo acepto —asintió Ángel, rascándose la cabeza y evitando que la muchacha le arrojara la mochila, retrocediendo un paso en el pequeño ascensor—. ¿Ahora puedes escucharme?

— ¡Soy paciente pero no idiota, Ángel del demonio! —continuó gritando ella, roja de cólera— ¡La próxima vez que quieras hablar conmigo, llámame por mi nombre!

Las puertas del ascensor se abrieron y Ángel vio a Cassandra bajar como una exhalación, dando fuertes pisadas y lanzando maldiciones a diestro y siniestro. Quiso sentirse mal por lo que le estaba haciendo, pero incluso molesta esa muchacha era capaz de sacarle una sonrisa y hacerle pensar que no había mujer más dulce y tierna que ella en el mundo. Por eso, aún sabiendo que llegaría tarde a su trabajo, bajó corriendo del ascensor tras ella hacia la puerta del departamento de Cassandra, donde ella peleaba con sus llaves.

—No te enojes, Cass —rió él al llegar a su lado, abrazándola por la espalda y reteniéndola contra su pecho— Te prometo que no volverá a pasar.

— ¡Suéltame! —chilló ella, pataleando y empujando para tratar de soltarse— ¡Ángel, déjame en paz! ¡Basta! ¡Vete!

—Solo te soltaré si dejas de gritar, los vecinos piensan que te estoy secuestrando —anunció él, sonriente.

Cassandra dejó de patalear y observó a su alrededor, donde todos sus vecinos estaban asomados a las puertas de los departamentos. Pudo ver que uno de ellos llevaba incluso un bate y un teléfono en las manos. El color inundó sus mejillas y ella agachó la cabeza, totalmente avergonzada.

—No gritaré, lo prometo —dijo Cassandra de manera sumisa antes de mirar a sus vecinos y comenzar a repartir disculpas por el escándalo.

Ángel la observó con una sonrisa hasta que el último de los mirones se hubo escondido en la tranquilidad de su hogar. Luego la vio suspirar, cansada de la situación antes de voltearse a mirarlo con esos ojos que a él tan loco lo ponían. No podía evitar llamarla de esa manera cuando la veía, pero para cuanto comenzaban a hablar él ya había asimilado que esa muchacha no era Edén, sino Cassandra.

—Oye, no me mires así —rogó Ángel, tomándole las manos y retomando la palabra antes de que ella pudiera quejarse o decir nada—. Lamento llamarte siempre Edén, Cassie, pero cuando te veo de lejos apenas puedo distinguirlas, se parecen demasiado. Aunque en mi defensa, sé que eres tú. No hay chica más linda en el mundo que tú…

—Seguramente se lo decías a ella también, ¿o no? —Cassandra se soltó de las manos de Ángel y puso los brazos en jarra, aún demasiado molesta— Seguramente la enamoraste de la misma manera en la que enamoraste a mí, tonto grave, idiota, imbécil, tarado…

Él no pudo evitar sonreír ante las palabras de ella. Sabía que Cassandra no tenía mala intención al decir lo que le había dicho, sino más bien que no era capaz de contener su enfado. Por eso se inclinó hacia ella y la abrazó, pegándola con fuerza contra su pecho para no darle oportunidad de escape mientras susurraba contra su oído:

—Entonces… ¿Estás enamorada de mí?

— ¡No ignores mis insultos, maldición! —chilló ella otra vez, roja hasta la raíz del cabello.

No hay comentarios:

Publicar un comentario