Quienes me inspiran a seguir

viernes, 28 de diciembre de 2012

Elegantemente Destruidos



El silencio se ha roto, las palabras vacías
Lamen la capa de pecado de nuestra piel

—Tienes que salir de aquí en algún momento, Becca —la escuchó decir mientras despegaba la vista del ordenador. Cassandra estaba al otro lado de la mesa con los brazos cruzados y con lo que quería ser una expresión dura. Rebecca suspiró—. Ibas muy bien, ¿qué pasó para que quisieras mandar todo al carajo?

—Lo que pasó es que me di cuenta que los hombres son hombres y como tales son los seres más despreciables que existen en el planeta —contestó la aludida tranquilamente, dándole un sorbo a su café—. Y tú, hermanita, deberías alejarte de ese Aramis, no te hace bien.

— ¡Tú no sabes lo que me hace bien! —gritó la muchacha, golpeando la mesa con las manos— ¡Ni siquiera sabes lo que te hace bien a ti misma!

—Cassandra, baja ese tono de inmediato —ordenó Rebecca, encendiendo un cigarrillo—. Ahora sal antes de que me arrepienta de haberte dado permiso. Si quieres joderte la vida por un tipo que solo juega contigo, muy bien, allá tú. Pero luego no me vengas llorando, porque te las vas a tener que arreglar sola.

Rebecca vio como su hermana menor salía de la casa dando un portazo y ella se quedó allí, sentada en la sala frente al ordenador, con un cigarrillo en los labios e incontenibles deseos de llorar. Pero no lo iba a permitir, ya había llorado suficiente. Por eso volteó la vista hacia el ordenador y continuó trabajando de la misma manera en la que había comenzado a hacerlo después de tratar de olvidar la escena y la traición, ahogándose en alcohol y humo de cigarrillo.

Nos damos cuenta que los finales felices no son para todos
No son para nosotros…

Levantó el móvil con desgana y se preparó psicológicamente para lo que leería. Porque estaba segura que no le iba a gustar lo más mínimo, aunque aún así era lo suficientemente masoquista como para hacerlo cada vez que el teléfono sonaba y su corazón le gritaba que no lo rompiera otra vez leyendo esas palabras.

Becca, tenemos que hablar. Por favor, dame una oportunidad, no es lo que parece. Te amo. Leo.

Quería contestarle, por un lado, que fuera y aporreara su puerta, que la obligara a escucharlo, pero jamás tendría el valor suficiente para tragarse su orgullo y el poco amor propio que todavía le quedaban por él. Por otro lado quería decirle que fuera a verla solo para gritarle en su cara, otra vez, que con ella no iba a seguir jugando. Porque Rebecca había asumido que no era juguete de nadie, y mucho menos lo sería de alguien que ya había jugado demasiado con ella y que, encima de todo, la había regresado rota a su caja de zapatos.

Pero jamás dejé de intentar
Y jamás dije que no estaba listo para…

Miró el reloj de pared. Eran cerca de las diez de la noche y su hermana no llegaba, por lo que tomó su abrigo y salió del departamento a toda carrera mientras marcaba el número de teléfono de Cassandra. Preocupada se subió al ascensor, escuchando con el corazón detenido como el aparato la enviaba al buzón de mensajes. Maldijo por lo bajo y salió a toda carrera del edificio, encontrándose con la lluvia que no dejaba de caer.

Mientras recorría las calles con desesperación, no podía dejar de preguntarse por qué las cosas tenían que ser de esa manera. Y no pensaba en su hermana menor en ese momento, sino en ella misma y los errores que llevaba cometiendo una y otra vez, siempre metiendo el dedo en el quicio de la puerta para que se lo aplastaran cuando la hoja de madera fuera empujada para cerrarse. Y es que ella parecía no querer aprender.

Un poco de dolor
Un poco de anhelo
Un poco de amor
Que se cruzase en nuestro camino

Por alguna razón y aunque jamás quisiera aceptarlo, en el fondo y al igual que su hermana era muy positiva y optimista. En el fondo de su corazón magullado esperaba equivocarse y que Aramis, el idiota que traía loca de amor a su hermana al final de todo no fuera tan idiota y, en cambio de Leo, hiciera las cosas bien. Porque Cassandra merecía tener a su lado a una persona que la valorara por la belleza tanto interna como externa que poseía.

Desgraciadamente ella no había corrido tanta suerte, aunque no le importaba lo más mínimo. Mientras su hermana estuviera bien y fuera feliz, ella podía darse por afortunada por el solo hecho de poder compartir aunque fuese un poquito de su felicidad. Porque Cassandra, a diferencia de ella misma, tenía muchas cosas hermosas que entregar.

Un poco de miedo
Un poco de odio
Un poco de esperanza al desahuciado

Se detuvo al ver la escena, sintiendo su estómago revolverse dentro de su cuerpo. Sentía ganas de vomitar, aunque no entendía por qué.

Cassandra estaba allí, sentada donde siempre con la vista fija en ese sujeto del que no dejaba de hablar. Se miraban y sonreían como dos enamorados. Ella hablaba, hacía movimientos con las manos, ignorante de la lluvia que los tenía empapados de pies a cabeza y él la observaba casi con devoción. Y Rebecca se sintió de pronto celosa. También quería que alguien la mirase de esa manera y la tratase con esa dulzura.

—Está bien —suspiró, escondiéndose tras un árbol y apoyándose en su tronco para no caer. Todo le daba vueltas, pero no le importó.

Mientras regresaba al departamento con paso vacilante, se obligó a pensar en que su hermana estaba bien y que sus plegarias habían sido escuchadas en menos de un minuto. Aramis la estaba cuidando, la trataba bien y ella era feliz con eso. Aunque en el fondo no quería creerlo al cien por ciento, sabía que las cosas podían cambiar.

Un poco de lluvia
Unos pocos truenos
Una pequeña y débil sonrisa
Al final de nuestro día

Se sentó en el suelo del pasillo, apoyando la cabeza contra la puerta de entrada del departamento. Había salido tan rápido que se había olvidado de las llaves adentro. Su día, su vida era un caos total y no sabía qué hacer con ella. Se sentía patética, enferma y fuera de lugar, por eso tuvo que rodearse las piernas en un abrazo para evitar llorar, enterrando el rostro entre las rodillas. ¿Cómo podía ser tan…?

—Rebecca…

Ella alzó la mirada y lo vio arrodillado frente a ella, con esos hermosos ojos grises de tormenta fijos en los suyos. Por un segundo lo vio doble y hasta triple, pero se obligó a enfocar la vista detrás de sus empapados lentes.

— ¿Qué se supone que haces aquí? —inquirió tratando de sonar firme, más su voz salió tristemente quebrada por culpa de los temblores que recorrían su cuerpo.

Una pequeña nube de tormenta
Un poco de invierno
Un suspiro de vida
Donde no la haya

Él sonrió y ella quiso matarlo por hacerlo. Porque aunque sabía que solo era cosa de los delirios que causaba la fiebre que sabía que tenía, la sintió verdadera y llena de esperanza. Por eso cuando él la levantó en brazos se pegó tanto a su cuerpo como si quisiera fundirse y hacerse uno con él. Ya no le importaban las excusas, las respuestas, los miedos. No le importaba nada. Si Leo quería jugar con ella y volver a romperla ya no le interesaba porque estando junto a quien la cargaba sentía que alguien la quería como ella anhelaba, como siempre había deseado ser amada. Y aunque fuera mentira, él le aportaba esa seguridad y esa ilusión de amor que necesitaba para vivir. Por eso cerró los ojos, pegó su nariz al cuello de él para aspirar profundamente su aroma y se dejó llevar.

Siempre fuiste mucho más fuerte que yo
Ahora nuestro dolor te ha hecho hermosa
Pero dentro de tu armadura
¿Está tu corazón aún abierto?

Abrió los ojos, sintiéndose desorientada y con la boca tan seca como si hubieran pasado años desde que había probado una gota de agua. Se llevó una mano al rostro mientras se sentaba en la cama, tratando de hacer memoria sobre lo que había pasado. Lo último que recordaba era que había salido a buscar a Cassandra, luego había regresado al departamento y se había sentado en el suelo a esperar a su hermana porque había salido sin llaves. Luego había llegado alguien, aunque no estaba segura de quién se tratase. Miró a su alrededor y…

—Este no es mi departamento —gimió con voz estrangulada, mirando de un lado a otro.

Se levantó de la cama casi de un salto, chocando de lleno con una serie de cables que la hicieron tropezar y soltar más de una maldición mientras se encontraba en el suelo. La puerta se abrió de golpe y ella observó al joven que la observaba conteniéndose la risa al verla desparramada en el suelo.

Porque aquí estoy, aún atrapado en mi solitario armazón
Intentando alcanzarte con mis dolorosas espinas
Escúchame ahora, por favor no me digas
Que eres muy orgullosa para…

—Eres bastante imprudente, Rebecca —sonrió él, entregándole una taza de té a la mujer que se encontraba mirándolo sentada al otro lado del mesón—. De haber sido cualquier otra persona, quizás qué te hubiera pasado.

—Cállate —gruñó ella, encendiendo un cigarrillo como si estuviera en su departamento—. Ahora dime, ¿qué hacías en mi piso y porqué no me dejaste morir?

— ¡Una fiebre no iba a matarte, exagerada! —el joven se sentó frente a ella con una humeante taza en sus manos. Rebecca sintió deseos de darle un puñetazo por las libertades que se estaba tomando con ella— Y solo iba a dejarte una nota que Leo te mandó conmigo. Me dijo que no contestabas sus llamadas, así que me preocupé y pensaba hablar contigo luego de visitarte con la excelente cuartada que él me dio.

—Muy inteligente de tu parte, Joshua —ella puso los ojos en blanco. Debió haberlo visto venir—. Ahora dime, por favor, que no fuiste tú quien me cambió ropa.

—Entonces te mentiré —molestó él, ganándose un manotazo en el brazo por parte de ella.
Un poco de dolor
Un poco de anhelo
Un poco de amor
Que se cruzase en nuestro camino

Terminó de cambiarse ropa y salió de la habitación arrastrando los pies. Tenía cincuenta llamadas perdidas de su hermana menor y no quería saber la que iba a armarse cuando se atreviera a llegar al departamento. Cassandra le haría el berrinche más grande en lo que iba del año y, lo que era peor, en el último mensaje le había anunciado que Leo le estaba haciendo compañía así que lo mejor era que volviera pronto. Pero no quería.

Se sentó en el sillón junto a Joshua, el joven de ojos grises que la había rescatado del frio del pasillo que ahora la abrazaba casi con afecto. Pero ambos sabían la verdad, lo de ellos era una especie de amistad por interés. Rebecca le daba un poco de atención y él a ella cuando se encontraban desvalidos, luego simplemente se olvidaban del otro y regresaban a su rutina. Y no era que Joshua fuera un mal tipo, sino que la exasperaba. Y una de las mayores razones de ello era que Joshua era, técnicamente, el mejor amigo de Leo.

—Mi hermana me matará —gimió escondiendo el rostro contra las rodillas, sintiendo calor en las mejillas por culpa de la posición.

—Puedes decirle que estuviste conmigo y que la pasaste bien —sonrió él, acariciando la espalda baja de Rebecca con dos dedos. Ella lo miró mal.

— ¿Acaso olvidaste que Cassandra te odia? —Joshua sonrió más ampliamente y se separó, sacando un papel arrugado de su bolsillo y mostrándoselo a ella— No, en serio no. No quiero verlo.

Un poco de miedo
Un poco de odio
Un poco de esperanza al desahuciado

—Querida Rebecca —comenzó a hablar él, imitando la voz de Leo de manera cómica y empalagosa. Ella suspiró tapándose los oídos en un vano intento por no escuchar—: Sé que en este momento pensarás cosas horribles, y no te culpo. No te mentí en ningún momento, jamás lo haría. Encontrarme con Romina fue solo un accidente, jamás lo habría planeado. Te amo y no quiero perderte otra vez. Por favor, déjame explicarte este horrible mal entendido. Con cariño, Leo —Joshua arrojó el papel a un lado hecho una bolita, riendo perverso—. ¿Le crees?

—Cállate —ordenó ella levantándose del sillón, acomodándose las gafas en el puente de la nariz y tomando su abrigo—. Si muero vendré a invadir tus noches de pesadillas, para que lo sepas.

— ¡Me gusta la idea, cariño! —escuchó que Joshua gritaba justo cuando cerraba la puerta de golpe.

Un poco de lluvia
Unos pocos truenos
Una pequeña y débil sonrisa
Al final de nuestro día

Cerró la puerta de su habitación de golpe, escapando de los gritos de Cassandra y de las miradas acusadoras de Leo cuando dijo, como si no significara nada en realidad, que había pasado la noche en casa de Joshua. Más específicamente y con toda la maldad del mundo, en su cama. Su hermana menor se había puesto como una cabra y Leo… No había podido sostener su mirada. Lo notó como si estuviese a punto de romperse, pero no le importó. En el fondo se regocijaba con esa escena pues pensaba que solo así Leo dejaría de tenerla segura a su lado. Además, así él también sentiría parte del dolor y la traición que ella había sentido.

Se sentó en la cama y encendió un cigarrillo, escuchando a su hermana aporrear la puerta como si tuviera un martillo en cada mano. No le hubiera sorprendido tampoco eso, pero lo que sí le sorprendió fue ver que su puerta se partía por la mitad justo cuando Leo le había arrojado lo que parecía ser… ¿Un sillón?

— ¡Pero qué mierda te pasa! —gritó Rebecca fuera de sí, señalando el sillón y su puerta destrozada— ¡Eres un cavernícola, Leo!

— ¡Qué mierda te pasa a ti! —exigió saber él, entrando en la habitación ante la mirada atónita de Cassandra
— ¡Entiendes todo mal y solo por eso te crees en el derecho de ir a meterte en la cama de mi mejor amigo!

Una pequeña nube de tormenta
Un poco de invierno
Un suspiro de vida
Donde no la haya

Rebecca cerró la distancia entre ellos con dos cortos pasos, levantó la mano y la impactó con fuerza contra la mejilla de Leo, que solo por la fuerza del golpe quedó mirando hacia un costado de la habitación. Cuando volvió su vista a ella la vio sonrojada, con las mejillas repletas de lágrimas y temblando de pies a cabeza. Era igual a la niña que había conocido tantos años atrás, cuando en la escuela a ella la molestaban pero aún así avanzaba como si nada pudiera derribarla, a pesar de no poder contener las lágrimas que escapaban de sus oscuros ojos marrones.

—Largo de mi casa, Leo —dijo ella con voz seca, apretando las manos en puños—. Lárgate de mi casa y de mi vida. Ya jugaste conmigo dos veces antes, no volverá a pasar una tercera vez, ya te lo dije. No soy tan estúpida. ¡Y adivina qué! Si quiero acostarme con alguien lo haré, pero aunque no te debo explicaciones porque oficialmente no eres nada mío te lo diré de todas maneras, esperando que tu diminuta cabeza lo entienda: No-me-acosté-con-Joshua. ¡Ahora largo antes que llame a la policía!

—Becca… —gimió él, tratando de razonar con ella más solo se encontró con su mirada de piedra.

—No me hagas repetirlo —amenazó Rebecca, inquebrantable.

Ella vio como Leo salía rápidamente del departamento sin siquiera mirar atrás. Escuchó la puerta de entrada cerrarse de golpe y solo entonces se permitió desmoronarse. No entendía por qué todo lo que tenía que ver con él la ponía de esa manera, pero por místicas cosas del destino siempre metía el pie en el mismo charco de barro. El charco de Leo, la estupidez y el pseudo amor que se profesaban.

Solo entrégate a mí
Juntos estaremos elegantemente destruidos

—En serio lo amas —gimió Cassandra abrazando a su hermana con fuerza, permitiéndole llorar en su hombro.

— ¡Pero no quiero amarlo! —gritó Rebecca, tratando de arrancarse ese sentimiento insano de las entrañas— Es un imbécil que me engaña y me miente, pero yo soy más estúpida porque lo permito aunque sé que eso me destruirá. No puedo evitar quererlo… No puedo evitar volver a sus brazos.

Y mientras lloraba, Rebecca descubrió un nuevo significado para la palabra “patética”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario