El silencio se ha roto, las
palabras vacías
Lamen la capa de
pecado de nuestra piel
—Tienes
que salir de aquí en algún momento, Becca —la escuchó decir mientras despegaba
la vista del ordenador. Cassandra estaba al otro lado de la mesa con los brazos
cruzados y con lo que quería ser una expresión dura. Rebecca suspiró—. Ibas muy
bien, ¿qué pasó para que quisieras mandar todo al carajo?
—Lo
que pasó es que me di cuenta que los hombres son hombres y como tales son los
seres más despreciables que existen en el planeta —contestó la aludida
tranquilamente, dándole un sorbo a su café—. Y tú, hermanita, deberías alejarte
de ese Aramis, no te hace bien.
—
¡Tú no sabes lo que me hace bien! —gritó la muchacha, golpeando la mesa con las
manos— ¡Ni siquiera sabes lo que te hace bien a ti misma!
—Cassandra,
baja ese tono de inmediato —ordenó Rebecca, encendiendo un cigarrillo—. Ahora
sal antes de que me arrepienta de haberte dado permiso. Si quieres joderte la
vida por un tipo que solo juega contigo, muy bien, allá tú. Pero luego no me
vengas llorando, porque te las vas a tener que arreglar sola.
Rebecca
vio como su hermana menor salía de la casa dando un portazo y ella se quedó
allí, sentada en la sala frente al ordenador, con un cigarrillo en los labios e
incontenibles deseos de llorar. Pero no lo iba a permitir, ya había llorado
suficiente. Por eso volteó la vista hacia el ordenador y continuó trabajando de
la misma manera en la que había comenzado a hacerlo después de tratar de olvidar
la escena y la traición, ahogándose en alcohol y humo de cigarrillo.
Nos damos cuenta que los finales
felices no son para todos
No son para
nosotros…
Levantó
el móvil con desgana y se preparó psicológicamente para lo que leería. Porque
estaba segura que no le iba a gustar lo más mínimo, aunque aún así era lo
suficientemente masoquista como para hacerlo cada vez que el teléfono sonaba y
su corazón le gritaba que no lo rompiera otra vez leyendo esas palabras.
Becca, tenemos que
hablar. Por favor, dame una oportunidad, no es lo que parece. Te amo. Leo.
Quería
contestarle, por un lado, que fuera y aporreara su puerta, que la obligara a
escucharlo, pero jamás tendría el valor suficiente para tragarse su orgullo y
el poco amor propio que todavía le quedaban por él. Por otro lado quería
decirle que fuera a verla solo para gritarle en su cara, otra vez, que con ella
no iba a seguir jugando. Porque Rebecca había asumido que no era juguete de
nadie, y mucho menos lo sería de alguien que ya había jugado demasiado con ella
y que, encima de todo, la había regresado rota a su caja de zapatos.
Pero jamás dejé de intentar
Y jamás dije que no
estaba listo para…
Miró
el reloj de pared. Eran cerca de las diez de la noche y su hermana no llegaba,
por lo que tomó su abrigo y salió del departamento a toda carrera mientras
marcaba el número de teléfono de Cassandra. Preocupada se subió al ascensor,
escuchando con el corazón detenido como el aparato la enviaba al buzón de
mensajes. Maldijo por lo bajo y salió a toda carrera del edificio, encontrándose
con la lluvia que no dejaba de caer.
Mientras
recorría las calles con desesperación, no podía dejar de preguntarse por qué
las cosas tenían que ser de esa manera. Y no pensaba en su hermana menor en ese
momento, sino en ella misma y los errores que llevaba cometiendo una y otra
vez, siempre metiendo el dedo en el quicio de la puerta para que se lo aplastaran
cuando la hoja de madera fuera empujada para cerrarse. Y es que ella parecía no
querer aprender.
Un poco de dolor
Un poco de anhelo
Un poco de amor
Que se cruzase en
nuestro camino
Por
alguna razón y aunque jamás quisiera aceptarlo, en el fondo y al igual que su
hermana era muy positiva y optimista. En el fondo de su corazón magullado
esperaba equivocarse y que Aramis, el idiota que traía loca de amor a su
hermana al final de todo no fuera tan idiota y, en cambio de Leo, hiciera las
cosas bien. Porque Cassandra merecía tener a su lado a una persona que la
valorara por la belleza tanto interna como externa que poseía.
Desgraciadamente
ella no había corrido tanta suerte, aunque no le importaba lo más mínimo.
Mientras su hermana estuviera bien y fuera feliz, ella podía darse por
afortunada por el solo hecho de poder compartir aunque fuese un poquito de su
felicidad. Porque Cassandra, a diferencia de ella misma, tenía muchas cosas
hermosas que entregar.
Un poco de miedo
Un poco de odio
Un poco de
esperanza al desahuciado
Se
detuvo al ver la escena, sintiendo su estómago revolverse dentro de su cuerpo.
Sentía ganas de vomitar, aunque no entendía por qué.
Cassandra
estaba allí, sentada donde siempre con la vista fija en ese sujeto del que no
dejaba de hablar. Se miraban y sonreían como dos enamorados. Ella hablaba,
hacía movimientos con las manos, ignorante de la lluvia que los tenía empapados
de pies a cabeza y él la observaba casi con devoción. Y Rebecca se sintió de
pronto celosa. También quería que alguien la mirase de esa manera y la tratase
con esa dulzura.
—Está
bien —suspiró, escondiéndose tras un árbol y apoyándose en su tronco para no
caer. Todo le daba vueltas, pero no le importó.
Mientras
regresaba al departamento con paso vacilante, se obligó a pensar en que su
hermana estaba bien y que sus plegarias habían sido escuchadas en menos de un
minuto. Aramis la estaba cuidando, la trataba bien y ella era feliz con eso.
Aunque en el fondo no quería creerlo al cien por ciento, sabía que las cosas
podían cambiar.
Un poco de lluvia
Unos pocos truenos
Una pequeña y débil sonrisa
Al final de nuestro
día
Se
sentó en el suelo del pasillo, apoyando la cabeza contra la puerta de entrada
del departamento. Había salido tan rápido que se había olvidado de las llaves
adentro. Su día, su vida era un caos total y no sabía qué hacer con ella. Se
sentía patética, enferma y fuera de lugar, por eso tuvo que rodearse las
piernas en un abrazo para evitar llorar, enterrando el rostro entre las
rodillas. ¿Cómo podía ser tan…?
—Rebecca…
Ella
alzó la mirada y lo vio arrodillado frente a ella, con esos hermosos ojos
grises de tormenta fijos en los suyos. Por un segundo lo vio doble y hasta
triple, pero se obligó a enfocar la vista detrás de sus empapados lentes.
—
¿Qué se supone que haces aquí? —inquirió tratando de sonar firme, más su voz
salió tristemente quebrada por culpa de los temblores que recorrían su cuerpo.
Una pequeña nube de tormenta
Un poco de invierno
Un suspiro de vida
Donde no la haya
Él
sonrió y ella quiso matarlo por hacerlo. Porque aunque sabía que solo era cosa
de los delirios que causaba la fiebre que sabía que tenía, la sintió verdadera
y llena de esperanza. Por eso cuando él la levantó en brazos se pegó tanto a su
cuerpo como si quisiera fundirse y hacerse uno con él. Ya no le importaban las
excusas, las respuestas, los miedos. No le importaba nada. Si Leo quería jugar
con ella y volver a romperla ya no le interesaba porque estando junto a quien
la cargaba sentía que alguien la quería como ella anhelaba, como siempre había
deseado ser amada. Y aunque fuera mentira, él le aportaba esa seguridad y esa
ilusión de amor que necesitaba para vivir. Por eso cerró los ojos, pegó su
nariz al cuello de él para aspirar profundamente su aroma y se dejó llevar.
Siempre fuiste mucho más fuerte
que yo
Ahora nuestro dolor te ha hecho
hermosa
Pero dentro de tu armadura
¿Está tu corazón
aún abierto?
Abrió
los ojos, sintiéndose desorientada y con la boca tan seca como si hubieran
pasado años desde que había probado una gota de agua. Se llevó una mano al
rostro mientras se sentaba en la cama, tratando de hacer memoria sobre lo que
había pasado. Lo último que recordaba era que había salido a buscar a
Cassandra, luego había regresado al departamento y se había sentado en el suelo
a esperar a su hermana porque había salido sin llaves. Luego había llegado
alguien, aunque no estaba segura de quién se tratase. Miró a su alrededor y…
—Este
no es mi departamento —gimió con voz estrangulada, mirando de un lado a otro.
Se
levantó de la cama casi de un salto, chocando de lleno con una serie de cables
que la hicieron tropezar y soltar más de una maldición mientras se encontraba
en el suelo. La puerta se abrió de golpe y ella observó al joven que la
observaba conteniéndose la risa al verla desparramada en el suelo.
Porque aquí estoy, aún atrapado
en mi solitario armazón
Intentando alcanzarte con mis
dolorosas espinas
Escúchame ahora, por favor no me
digas
Que eres muy
orgullosa para…
—Eres
bastante imprudente, Rebecca —sonrió él, entregándole una taza de té a la mujer
que se encontraba mirándolo sentada al otro lado del mesón—. De haber sido
cualquier otra persona, quizás qué te hubiera pasado.
—Cállate
—gruñó ella, encendiendo un cigarrillo como si estuviera en su departamento—.
Ahora dime, ¿qué hacías en mi piso y porqué no me dejaste morir?
—
¡Una fiebre no iba a matarte, exagerada! —el joven se sentó frente a ella con
una humeante taza en sus manos. Rebecca sintió deseos de darle un puñetazo por
las libertades que se estaba tomando con ella— Y solo iba a dejarte una nota
que Leo te mandó conmigo. Me dijo que no contestabas sus llamadas, así que me
preocupé y pensaba hablar contigo luego de visitarte con la excelente cuartada
que él me dio.
—Muy
inteligente de tu parte, Joshua —ella puso los ojos en blanco. Debió haberlo
visto venir—. Ahora dime, por favor, que no fuiste tú quien me cambió ropa.
—Entonces
te mentiré —molestó él, ganándose un manotazo en el brazo por parte de ella.
Un poco de dolor
Un poco de anhelo
Un poco de amor
Que se cruzase en
nuestro camino
Terminó
de cambiarse ropa y salió de la habitación arrastrando los pies. Tenía
cincuenta llamadas perdidas de su hermana menor y no quería saber la que iba a
armarse cuando se atreviera a llegar al departamento. Cassandra le haría el
berrinche más grande en lo que iba del año y, lo que era peor, en el último
mensaje le había anunciado que Leo le estaba haciendo compañía así que lo mejor
era que volviera pronto. Pero no quería.
Se
sentó en el sillón junto a Joshua, el joven de ojos grises que la había
rescatado del frio del pasillo que ahora la abrazaba casi con afecto. Pero
ambos sabían la verdad, lo de ellos era una especie de amistad por interés.
Rebecca le daba un poco de atención y él a ella cuando se encontraban
desvalidos, luego simplemente se olvidaban del otro y regresaban a su rutina. Y
no era que Joshua fuera un mal tipo, sino que la exasperaba. Y una de las
mayores razones de ello era que Joshua era, técnicamente, el mejor amigo de
Leo.
—Mi
hermana me matará —gimió escondiendo el rostro contra las rodillas, sintiendo
calor en las mejillas por culpa de la posición.
—Puedes
decirle que estuviste conmigo y que la pasaste bien —sonrió él, acariciando la
espalda baja de Rebecca con dos dedos. Ella lo miró mal.
—
¿Acaso olvidaste que Cassandra te odia? —Joshua sonrió más ampliamente y se
separó, sacando un papel arrugado de su bolsillo y mostrándoselo a ella— No, en
serio no. No quiero verlo.
Un poco de miedo
Un poco de odio
Un poco de
esperanza al desahuciado
—Querida
Rebecca —comenzó a hablar él, imitando la voz de Leo de manera cómica y
empalagosa. Ella suspiró tapándose los oídos en un vano intento por no escuchar—:
Sé que en este momento pensarás cosas horribles, y no te culpo. No te mentí en
ningún momento, jamás lo haría. Encontrarme con Romina fue solo un accidente,
jamás lo habría planeado. Te amo y no quiero perderte otra vez. Por favor,
déjame explicarte este horrible mal entendido. Con cariño, Leo —Joshua arrojó
el papel a un lado hecho una bolita, riendo perverso—. ¿Le crees?
—Cállate
—ordenó ella levantándose del sillón, acomodándose las gafas en el puente de la
nariz y tomando su abrigo—. Si muero vendré a invadir tus noches de pesadillas,
para que lo sepas.
—
¡Me gusta la idea, cariño! —escuchó que Joshua gritaba justo cuando cerraba la
puerta de golpe.
Un poco de lluvia
Unos pocos truenos
Una pequeña y débil sonrisa
Al final de nuestro
día
Cerró
la puerta de su habitación de golpe, escapando de los gritos de Cassandra y de
las miradas acusadoras de Leo cuando dijo, como si no significara nada en
realidad, que había pasado la noche en casa de Joshua. Más específicamente y
con toda la maldad del mundo, en su cama. Su hermana menor se había puesto como
una cabra y Leo… No había podido sostener su mirada. Lo notó como si estuviese
a punto de romperse, pero no le importó. En el fondo se regocijaba con esa
escena pues pensaba que solo así Leo dejaría de tenerla segura a su lado.
Además, así él también sentiría parte del dolor y la traición que ella había
sentido.
Se
sentó en la cama y encendió un cigarrillo, escuchando a su hermana aporrear la
puerta como si tuviera un martillo en cada mano. No le hubiera sorprendido
tampoco eso, pero lo que sí le sorprendió fue ver que su puerta se partía por
la mitad justo cuando Leo le había arrojado lo que parecía ser… ¿Un sillón?
—
¡Pero qué mierda te pasa! —gritó Rebecca fuera de sí, señalando el sillón y su
puerta destrozada— ¡Eres un cavernícola, Leo!
—
¡Qué mierda te pasa a ti! —exigió saber él, entrando en la habitación ante la
mirada atónita de Cassandra
— ¡Entiendes todo mal y solo por eso te crees en el
derecho de ir a meterte en la cama de mi mejor amigo!
Una pequeña nube de tormenta
Un poco de invierno
Un suspiro de vida
Donde no la haya
Rebecca
cerró la distancia entre ellos con dos cortos pasos, levantó la mano y la
impactó con fuerza contra la mejilla de Leo, que solo por la fuerza del golpe
quedó mirando hacia un costado de la habitación. Cuando volvió su vista a ella
la vio sonrojada, con las mejillas repletas de lágrimas y temblando de pies a
cabeza. Era igual a la niña que había conocido tantos años atrás, cuando en la
escuela a ella la molestaban pero aún así avanzaba como si nada pudiera
derribarla, a pesar de no poder contener las lágrimas que escapaban de sus
oscuros ojos marrones.
—Largo
de mi casa, Leo —dijo ella con voz seca, apretando las manos en puños—. Lárgate
de mi casa y de mi vida. Ya jugaste conmigo dos veces antes, no volverá a pasar
una tercera vez, ya te lo dije. No soy tan estúpida. ¡Y adivina qué! Si quiero
acostarme con alguien lo haré, pero aunque no te debo explicaciones porque
oficialmente no eres nada mío te lo diré de todas maneras, esperando que tu
diminuta cabeza lo entienda: No-me-acosté-con-Joshua. ¡Ahora largo antes que
llame a la policía!
—Becca…
—gimió él, tratando de razonar con ella más solo se encontró con su mirada de
piedra.
—No
me hagas repetirlo —amenazó Rebecca, inquebrantable.
Ella
vio como Leo salía rápidamente del departamento sin siquiera mirar atrás.
Escuchó la puerta de entrada cerrarse de golpe y solo entonces se permitió
desmoronarse. No entendía por qué todo lo que tenía que ver con él la ponía de
esa manera, pero por místicas cosas del destino siempre metía el pie en el
mismo charco de barro. El charco de Leo, la estupidez y el pseudo amor que se
profesaban.
Solo entrégate a mí
Juntos estaremos
elegantemente destruidos
—En
serio lo amas —gimió Cassandra abrazando a su hermana con fuerza, permitiéndole
llorar en su hombro.
—
¡Pero no quiero amarlo! —gritó Rebecca, tratando de arrancarse ese sentimiento
insano de las entrañas— Es un imbécil que me engaña y me miente, pero yo soy
más estúpida porque lo permito aunque sé que eso me destruirá. No puedo evitar
quererlo… No puedo evitar volver a sus brazos.
Y
mientras lloraba, Rebecca descubrió un nuevo significado para la palabra
“patética”.
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