Quienes me inspiran a seguir

sábado, 25 de diciembre de 2010

El fuego de tus ojos - 2° parte y final

-Tú debes decidir cuándo enfrentarlo, no yo. Siempre te enseñé que tus decisiones son importantes para mí, pero debes pensar en los demás también –susurró el hombre, acariciando el cabello de si pupila cariñosamente.

Ella lo miró a los ojos y se levantó por fin del lecho cómodo de paja. No sabía qué hacer, estaba confundida y aterrada. ¿Qué había hecho? Suspiró pesadamente y salió lentamente del lugar, necesitando pensar urgentemente.

-Si me necesitan, estaré en mi lugar de siempre –dijo antes de irse.

Caminó entre los árboles, silenciosa como una sombra, como siempre le habían enseñado a ser. Llegó en minutos a un hermoso claro en medio del bosque y cercano a un risco que daba la vista al mar. Se sentó sobre las hojas otoñales haciéndolas sonar secamente y miró el cielo, la puesta del sol suave, anaranjada y hermosa que tanto la relajaba. Cerró los ojos suspirando como nunca y con las manos temblorosas, tratando de recordar qué había hecho, quién había pagado el precio de su descontrol y de su estupidez. Lo había tirado todo a la basura solo por ese tonto e irracional sentimiento que la hacía enloquecer de dolor. Jamás iba a admitirlo, nunca daría a conocer a nadie ese vergonzoso sentimiento que no lograba controlar y mucho menos teniendo cerca al ronin que tanto odiaba…

Cuando abrió los ojos ya era entrada la noche. Las estrellas brillaban esplendorosas en el oscuro firmamento y logró reconocer cada constelación que veía sin problemas. La brisa fría golpeaba su piel de manera agradable y decidió quedarse allí toda la noche para no tener que afrontar los rostros y las miradas reprobatorias que la esperaban en el campamento. Quizás la escolta ya se había ido a la misión nocturna sin ella, pero no la iban a necesitar. Lo más probable es que ni siquiera la hubieran esperado como hacían siempre pues ya no confiarían en ella. No le importaba lo más mínimo…

Giró la cabeza ante el sonido de una rama quebrarse a su espalda. Había dejado sus armas en el cubil y se maldijo por eso. Primera regla del luchador: nunca confiarte ni siquiera en tu territorio. No vio nada extraño entre los árboles, pero se levantó silenciosamente del suelo de todas maneras, atenta a cualquier movimiento. Podía sentir las hojas bailando con la brisa, las olas rompiendo contra el risco y pasos… pasos de hombre.

De entre las sombras pudo ver una silueta que se escondía tras un grueso tronco y aguzó la vista. Pantalones de entrenamiento blanco, y algo brillante en el cinto cerca de una mano pálida y masculina. Se alejó del risco con cautela, solo tenía una oportunidad de llegar a los árboles para poder perder a su cazador de vista por el tiempo suficiente como para esconderse y esperar hasta que se aburriera de buscar.

-No necesitas mantener tu guardia –dijo una voz entre las sombras y se relajó un poco, dejando caer sus hombros unos milímetros.

-¿Qué quieres? –masculló alejándose de la figura que se le acercaba, saliendo de las sombras.

-Charlar… -dijo Kanon en un susurro.

Se sentaron a un metro de distancia sobre las hojas secas, cada quien interesado en un punto lejano al otro. No es que no supieran qué decir, si no más bien es que no podían escoger las palabras adecuadas para decirse. Kanon jugaba con la empuñadura de su katana, mientras que Kara intentaba contar las estrellas en el firmamento.

-¿Cuál es tu nombre verdadero? –susurró él sin mirarla.

-No necesitas saberlo –masculló ella con un deje de fastidio.

-El mío era Shinta, por mi abuelo –continuó él dejando su arma a un lado para prestar especial atención al perfil de la muchacha.

-¿Qué hice exactamente? –suspiró, dejando que una solitaria lágrima rodara por su mejilla imperceptiblemente.

No contestó. No era necesario martirizar a la chica con lo que había hecho esa tarde. De por sí ya se sentía lo suficientemente culpable sin saberlo y en cierto sentido ella lo agradeció silenciosamente. Sin darse cuenta la atmósfera los había hecho muy cercanos.

Poco a poco comenzaron a saludarse durante las mañanas y las noches, olvidando los rencores pasados. Kara ni siquiera lograba recordar el porqué se llevaban tan mal y sinceramente no quería recordarlo, pasaba buenos momentos con el joven ahora, no había necesidad de arruinarlo. Luego se les hizo un hábito el sentarse muy juntos a ver el atardecer, con las manos entrelazadas y en completo silencio. No necesitaban nada más para ser felices. Meses pasaron en ese juego, sin hablar de más, sin mirar de más y sin contarle al otro lo que su corazón sentía. Ella quería hacer las cosas bien, pero no sabía cómo hacerlas sin arruinarlo. Las armas eran lo suyo, no la convivencia humana y eso la enfurecía. Una tarde, antes del mudo encuentro para ver la puesta de sol se decidió por fin. Se vistió con su mejor traje de pelea y enfundó cada arma cuidadosamente en su lugar. Kunai en un costado de la cadera, senbon en el otro, ninjato sujeto de forma cruzada a la espalda, colgando de su hombro izquierdo el carcaj de flechas junto a su arco y en su mano derecha la katana que le había regalado su sensei. Era todo lo que necesitaba para tener el valor de hacer lo que quería.

Se adelantó al lugar de encuentro, esperando a su compañero sin apartar la vista del mar que rompía bajo sus pies. El aroma a sal la envolvía suavemente y se sintió con más ánimos desde hace mucho tiempo. Recordó la última vez que se había sentido tan bien y tranquila, sin miedo en absoluto y le dolió recordar que fue en los brazos de su abuelo el día que asediaron la aldea en la que vivía. Volteó a ver a su compañero, que la miraba con sus oscuros ojos brillando junto a los árboles, sonriendo de manera casual y sin malas intenciones en sus labios. Se acercaron suavemente, casi hasta quedar al roce de sus narices, mirándose intensamente. Entonces sucedió…

Un grito desgarrador proveniente del campamento. Los habían descubierto.

Comenzaron a correr entre los árboles, cada quien preparando su armamento y alejándose un poco del otro para cubrir mejores flancos de ataque. Ella tensó el arco antes de llegar al linde del bosque con el campamento y apuntó rápidamente. Su flecha le llegó de lleno a un guardia imperial en la espalda. Cargó de nuevo y volvió a disparar, tratando de no dirigir su vista a sus compañeros que arriesgaban la vida para poder salir completos de la batalla. Tenían que escapar, lejos donde nadie los reconociera. Otro grito de dolor rasguñó el aire y la muchacha sintió que su mundo se venía abajo al reconocer la voz del herido. Sus ojos recorrieron el lugar hasta ver la figura de su querido maestro con dos flechas atravesadas en su espalda y con un soldado enterrando su katana en el pecho del hombre. Eso era demasiado.

Arrojó sus armas de alcance al suelo, sacando su katana y el ninjato, lista para la pelea cuerpo a cuerpo, comenzando a despedazar sin piedad a enemigo que se cruzara en su campo de visión, pero eran demasiados. Los habían acorralado a ella y a Kanon espalda con espalda para poder cubrirse entre ellos. Ambos tenían múltiples heridas en todo su cuerpo y trataban de mantenerse consientes y de alejar el dolor de su mente, pero era tan difícil. Sintió un ruido sordo a su espalda y temió lo peor en una fracción de segundo, girándose sin importar el vivir o morir que representaba eso. Sus manos aflojaron las empuñaduras dejándolas caer al suelo ante la visión que la recibió. Kanon se estaba desangrando…

-¡No!

Su grito fue tan desgarrador que sintió morir antes de tiempo. Se arrodilló junto a él sujetando su cuerpo con las manos temblorosas, viendo como la sangre salía de su boca y de las heridas esparcidas por su cuerpo. Ya no había razones para vivir…

Besó los labios ensangrentados antes de separarse completamente del cuerpo, dispuesta a lo que se viniera sobre ella. Sin dudarlo, los soldados la acribillaron despiadadamente, cuatro filos se insertaron en su cuerpo quitándole la vida y dejándola caer de rodillas junto al cuerpo de su amado, haciendo que sus ojos se volvieran opacos y que el fuego se apagara de ellos para siempre. Aún en el limbo de la muerte ella podía ver esa sonrisa cálida fija y dedicada a ella simplemente, como si el mundo no existiese más para ellos y decidió abrazar la oscuridad con todas sus fuerzas. Morir no era tan malo.

2 comentarios:

  1. Hola Mily, hace rato que no sé de ti, feliz navidad y ojalá hayas estado bien. Manifestaos.
    No sé si te acordis de mí pero soy el niño yuu xD
    Abrazos!

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  2. Obvio que me acuerdo de mi niño Yuu, hace rato me acordaba de los pocos a los que les gustaban mis escritos. Difunde este blog para hacer una gran comunidad de personas que apoyen el arte.

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