Quienes me inspiran a seguir

sábado, 25 de diciembre de 2010

Buscando el perdón

Nadie anda cerca
Puedo actuar
Hoy llamaré su atención



Caminó rápidamente en la estación, su mirada buscando el rostro que tanto amaba y odiaba a la vez. Tenía que hacerlo, la decisión más que tomada estaba y ya no había vuelta atrás para darle, si no lo hacía ahora no podría hacerlo jamás y lo que se viniera con él era algo que no deseaba siquiera imaginar. Tocó el morado y sintió el dolor a través de la tela blanca que cubría su pecho. Dolería nuevamente si no hacía algo ya…


Un tren se acerca en la oscuridad
…Y él lo vio
Vías resuenan, ruido infernal
Se oye el crujido de un Dios
Y al despertar leyó el titular
Su voluntad se cumplió


Era el momento, era ahora o nunca. El tren se detuvo con un ruido sordo y fuerte que creó un ambiente espeluznante en el lugar y lo hizo rápidamente. Levantó el arma y apuntó con sumo cuidado para no herir a nadie que no fuera a él, nadie más que él debía salir lastimado en aquel lugar, nadie más que él merecía la muerte en aquel lugar. El disparo se camufló con el ruido del tren al detenerse y su cuerpo comenzó a caer hasta estrellarse contra el suelo. Dio media vuelta y comenzó a correr como si su vida dependiera de ello. Y lo dependía. No quería ver los resultados ahora, debía esperar si quería salir librado de esta. Pasó la noche en la casa que habían compartido por años, recordando que todos esos días de maltrato estaban a punto de acabar. El periódico matutino le llevó la noticia a la hora acordada como siempre durante tantos años y leyó hambriento cada palabra relativa a la muerte de su novio, riendo desquiciadamente ante la idea de poder rehacer su vida como si esos años de dolor no hubieran existido jamás. Estaba dichoso, rebosante de alegría, por lo cual se dignó a salir de la casa. Se aseo y arregló como en años no lo hacía, dejando su negro cabello húmedo y vistiendo de manera casual pero elegante, con ropas que jamás pensó volver a usar…


¿Ves lo que hace el odio?
Desesperación



A cada paso que daba se sentía más y más enfermo, como si sufriera una terrible y agónica intoxicación por lactosa. Un agujero invisible en donde debía de estar su corazón se hizo presente y dolía como el demonio dando latigazos a su mancillado cuerpo cortado y marcado por aquel hombre que ya no existía más. ¿Por qué dolía tanto? ¿Por qué seguía sintiendo ese miedo si él ya no estaba vivo? Corrió para alejar sus dudas, él no podía estar vivo. Lo había matado con esas dos manos suyas que gritaban venganza y supo de pronto cuál era el motivo de su dolor. Había conservado el arma como un trofeo de su más grande triunfo…


La sensación de malestar
Que le acompaña al caminar
Recuerdos que le incitan a matar
No se resignó, cae la locura en su interior
Fiel agonía con la que creció


Volvió lo más rápido que pudo sobre sus pasos, tembloroso de que la policía hubiera escogido comenzar su investigación por ahí. Los recuerdos se agolparon en su mente con una velocidad vertiginosa que lo mareó, recuerdos que solo sabían a amargura y dolor. Los golpes luego del sexo, el sexo luego de los golpes, la humillación diaria, su cuerpo vendido, explotado, usado una y otra vez como si fuese un vil prostituto por aquel que más amaba, por aquel que le había jurado eterno amor y respeto. Tontería, siempre quiso usarlo. Sonrió, era un tonto, nadie podía dudar de él, él era la víctima, ese hombre lo había usado y vendido, él era la víctima. “¡Todos deben saberlo!”, gritó fuera de sí. Su corazón roto y los pedazos en el suelo frio, pedazos que nadie iba a recoger. Siempre solo, siempre usado y en la puerta de su amado y odiado hogar estaban…


Fue un triste día, esa ansiedad
Le hizo perder la razón
Tiro certero, dio sin control
Y el callo



Trataba de mantener la boca cerrada hasta que su abogado le dijera lo contrario, pero la defensa era inestable. Debía de haber un error, su ecuación, su idea, todo había sido perfecto. Era ahora un malvado menos para la sociedad, pero al parecer nadie lo comprendía tanto como él quisiera. El juez lo llamó al estrado y su cordura se rompió en mil pedazos muy, muy pequeños. Ahora sin cordura solo le quedaba decir la verdad, completa y sincera, la razón que lo gatilló a matar. Tomó asiento en el podio y se aclaró la garganta como si fuese a explicar una delicada obra de arte a un grupo de ignorantes, con una sonrisa de satisfacción en el rostro. Debían saber la razón…


…Muy buenas tardes, vengo a contar
Como ha acabado el terror
No sé muy bien lo que sucedió
¡Solo recuerdo dolor!


Comenzó a relatar su historia desde el principio. Se habían conocido en la escuela, él era un año mayor y lo admiraba por su astuta inteligencia. Le había dado a conocer sus sentimientos el día de la graduación porque ya nunca más se volverían a ver pero él le correspondió con una enorme y amorosa sonrisa que lo derritió de pasión. Luego de graduarse se mudó inmediatamente con él a una pequeña y bonita casa herencia de su amado y trabajando poco a poco la armaron con amor y esfuerzo. Un día su amor no aguantó más, lo habían despedido y él no ganaba lo suficiente para mantenerlos a ambos. La primera sonrisa macabra se formó esa noche luego de unos tragos y sufrió por vez primera los golpes que su amado al parecer gozaba en propinarle. Aguantó, era solo la ebriedad, al amanecer se disculparía con él y todo volvería a ser como antes pero no fue así. Al día siguiente lo obligó a dejar su trabajo para comenzar una nueva empresa que según él iría viento en popa. Comenzó a vender su cuerpo. Día y noche hombres y mujeres extraños lo maltrataban y poseían de las más brutales maneras pero él, fiel a su amado se resistía con ímpetu y fortaleza. Lo excusaba, su amado solo estaba teniendo una crisis pasajera, debía esperarlo, debía ser fuerte. Días, semanas, meses y años, la tortura nunca acabó y luego el amor ya esfumado estaba, solo existía odio y dolor en su podrido corazón…


Y al cesar la angustia
El juez lo condenó


Veinte años por homicidio fue la decisión final. Aún alegando defensa propia, locura, depresión, nada funcionó. Lloró largamente para reducir su condena pero el jurado no tuvo clemencia, era un asesino, eso decía todo el mundo lo que causó más llanto, más dolor. Se suponía que no estando vivo dejaría de sufrir, el dolor debía desaparecer sin él aquí. Lo llevaron los guardias con agresividad, pero no se defendió. ¿Qué caso tenía? Tal vez la cárcel redujera la agonía de ese infierno en vida…


No lo negó, lo confesó
Dio fin a aquel maltratador
Y ahora maldice el arma que empuñó
No, no lo negó, no sabe como lo mató
Hoy se lamenta y pide tu perdón


Gritaba día y noche en su celda, las pesadillas lo agobiaban cada vez más y más. Los demás presos preguntaban una y otra vez cómo lo había hecho y él, como si de vuelta en aquel tribunal estuviera relataba su historia sin omitir ni negar nada. La verdad y solo la verdad salió de sus labios, llenas de odio y dolor agonizante. Relatada su historia hasta que la locura lo poseyó y ya nadie podía sacarle otra palabra que no fuera su triste final. El infierno en vida, algunos compasivos decían mientras que otros más amargos solo lo llamaban por lo que era: El asesino de la estación…


Sangre hubo en las manos
Que hoy buscan perdón


Y a cada persona que veía le gritaba un fuerte y desgarrador “lo siento mucho”. Sus manos manchadas de sangre que no era suya pero que nunca tocó eran la ilusión, las pesadillas no cesaban y luego la locura fue su mejor amiga. Se resignó, ¿de qué servía luchar contra aquella dama amarga como la maldad?, pues de nada. Y el resto de sus días los pasó gritando, sumido en su locura y su desesperación…


¿Ves lo que hace el odio?
Desesperación


Hasta que quedó mudo gritó, pero ya nadie escuchaba los sonidos discordes que de su boca loca salían. Un loco más en una prisión más, nada que decir, nada que ocultar. En sus sueños revivía a aquel maltratador, gozando ahora con el dolor en su mente acribillada que comenzó a vivir de la ilusión. La imagen de él vivo era mejor que la cárcel en la que estaba destinado a pudrirse hasta morir, pues tras haber cumplido su condena no pudieron sacarlo de la celda que había hecho suya. Tan maldito estaba aquel lugar que cada persona que entraba allí se encontraba con el esqueleto vivo que lloraba, aferrando el cuerpo del otro y que con su suplicante mirada rogaba ser maltratado una vez más. Nadie se negaba, los violadores comenzaron a adueñarse de la celda para humillarlo públicamente tal y como pedía el pobre hombre loco de amor y dolor…


No lo negó, lo confesó
Dio fin a aquel maltratador
Y ahora maldice el arma que empuñó
No, no lo negó, no sabe como lo mató
Hoy se lamenta y pide tu perdón


En el lecho en el cual tantos lo poseyeron agonizó, relatando en susurros su historia a las personas que esperaban su deceso con angustia. Solo una pobre alma con mala suerte, un alma que una vez fue bella murió en una noche tormentosa y fría, sin la mano que buscaba, la mano del maltratador. Una vez llegado al limbo lo encontró, perfecto y malvado. Charlaron largamente hasta que se resignó y el malvado lo poseyó una y otra vez por el resto de la eternidad. Ese era su amado y ansiado final, la tortura eterna era su salvación y su cielo era el dolor al cual estaba tan acostumbrado. La sangre jamás desapareció, su cuerpo y alma mancillados hasta el final fueron su perdición. Un amor no correspondido que terminó en venganza, dolor y muerte…
















Basada en la canción: Buscando el Perdón -Saratoga

1 comentario:

  1. Me han dado ganas de escuchar esa canción. Me ha dado mucha pena por él... bueno por algo dicen que el amor nos vuelve locos

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