Quienes me inspiran a seguir

viernes, 8 de febrero de 2013

Pasado



No estoy segura de poder aceptar, un día, todos los errores que cometí. No estoy segura de poder mirarme a mí misma a los ojos a través de un espejo y ser capaz de reconocerme. Tampoco estoy segura de si podré un día mirarlo a los ojos y no sentir que soy un fraude total.

Porque nuestro pasado nos marca, causa heridas que dejan huella para siempre y uno, aunque trate de sellar las heridas con grandes cantidades de sal o trate de esconder las cicatrices con las prendas que porta, las heridas permanecerán allí. Y otros en un descuido podrán verlo y pensarán lo que tanto habías luchado por no ser. Pensarán que eres un estropicio, un despojo de lo que alguna vez fuiste y no confiarán, pues no se puede confiar en algo que pudo ser y no fue.

Creo que en el fondo, muy en el fondo de mi corazón y escondido en el lugar de lo que no quiero admitir, estoy agradecida que una venda cubra ahora los ojos de la pequeña sombra que he encontrado. Porque no soportaría que me viera. No podría soportar ver su mirada sobre mis heridas, sobre las cicatrices antiguas y de las que aún tratan de sanar. No podría soportar ver la decepción en sus ojos, aún a pesar de todo. Pero tampoco quiero mentirle, eso sería desleal de mi parte.

Alzo las manos en dirección a los pilares y las grandes piezas de estructura se cubren de un brillo verdoso. Se alzan en el aire y comienzo a moverlos, tratando de poder desbloquear el acceso a este lugar que una vez llamé hogar. Este lugar que una vez muchos llamaron hogar.

— ¿Qué estás haciendo?

Me sobresalto ante la pregunta, pierdo la concentración y los pilares caen de nuevo sobre la tierra, creando un ruido ensordecedor y un movimiento casi sísmico que me hace perder la estabilidad. Alzo la vista hacia el costado y veo a la pequeña sombra mirándome. Porque puedo sentir su mirada sobre mi cuerpo, aún a pesar de que tiene la venda sobre sus ojos. Y me avergüenzo de mí misma y de mi falta de capacidad.

—Estoy tratando de limpiar el estropicio —susurro, tratando de mantenerme firme y esbozando mi mejor sonrisa—. ¿Estabas mirando?

—Un poco —él pequeño en forma de sombra monocroma asiente, dubitativo—. No pensé que fueras tan poderosa —alaga, ayudándome a levantar. Y me sorprende la fuerza de su mano, que sin esfuerzo me ayuda aferrando la mía a mantener la estabilidad—. Eres muy fuerte.

—No lo soy, pequeño —acaricio sus cabellos, que lentamente han comenzado a pasar de ese tono monocromo a un brillante claroscuro en las puntas—. Estas son cosas que todos los de mi “especie” pueden hacer. No es la gran maravilla, pero es muy útil en momentos como estos.

— ¿Momentos como estos? ¿Te refieres a cuando hay que reparar algo que no tiene vuelta atrás?

—Todo tiene arreglo en esta vida, no lo dudes…

La pequeña sombra se retira unos pasos y se sienta en la distancia, mirando hacia mi dirección. Con un suspiro acomodo la túnica que protege mis hombros y vuelvo a la labor de levantar los pilares y los escombros que cubren la entrada de este lugar. Y estoy largo tiempo haciéndolo, esforzándome al máximo mientras él me mira a través de la venda que cubre su mirada. Y no estoy segura de si puede verme o si tan solo siente lo que estoy haciendo, pero sé que no es el momento para preocuparme por eso.

Cuando el sol comienza a esconderse ya he logrado abrir otra vez el acceso a la gran estructura. Agotada, me sujeto en uno de los pilares que he quitado de la entrada y con dedos temblorosos toco las inscripciones que han estado allí incluso desde antes de que todos tuviéramos plena consciencia de nuestra existencia. Y una lágrima prófuga rueda por mi mejilla cubierta de tierra y polvo, sin poder evitar que se me escape.

Cierro los ojos con fuerza y, justo cuando creo que voy a gritar, siento unos brazos pequeños rodeando mi cintura. La sombra me ha abrazado por la espalda, reposando su cabeza contra las heridas que no le he enseñado a nadie. Pero no duele. Su toque es casi sanador.

— ¿Tienes que entrar allí? —pregunta suavemente. Puedo vislumbrar una nota de pánico en su voz.

—Tengo que enfrentar algunas cosas, pequeño —asiento, acariciando sus manos que se aferran a mi abdomen con fuerza—. Tengo que entrar y ver si, en realidad, debo comenzar desde cero o si bien el daño no es tan horrible y devastador.

Él me suelta y volteo a verlo, arrodillándome frente a su pequeño cuerpo ensombrecido por las penumbras que se han fijado a él por los años de tortura y soledad, de auto martirio. Acaricio sus cabellos con cuidado, delicadamente, y le regalo otra sonrisa antes de besar su frente casi con devoción. Estoy segura que si él no estuviera, no sabría cómo continuar. Estoy segura que si él no estuviera, no podría encontrar la fuerza para mantenerme firme sobre mis pies.

— ¿Tienes que enfrentar cosas muy… tristes adentro? —logra preguntar, mirándome directamente a los ojos.

Puedo sentir su mirada sobre la mía, aún cuando esa tela se interpone en el contacto de nuestras miradas. Y le dedico una sonrisa, una grande y llena de cariño. Se preocupa por mí, no quiere que me lastimen allá adentro, siente miedo de volver a estar solo pero estoy segura que no podrá admitirlo aún en mucho tiempo más.

—No estoy segura de lo que debo enfrentar —admito, tratando de que el temor no me venza—. Pero sea lo que sea, lo enfrentaré como he enfrentado todo en esta vida. Con ánimo y fe, con esperanza y amor.
Él se queda mirando ahora fijamente el suelo, pensando. Veo como sus labios se comprimen en una fina línea y sonrío incluso más ampliamente. Tendré que enseñarle que a veces no es bueno pensar tanto las cosas.

— ¿Qué tienes que enfrentar allí adentro? —pregunta por fin, descolocándome. Y no estoy segura de que sea sensato decirlo, pero aún así contesto:

—El pasado, pequeño. Tengo que enfrentar el pasado…

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