Quienes me inspiran a seguir

viernes, 3 de mayo de 2013

Fragmentos



A veces considero que hay cosas que debemos mantener siempre ocultas de otros. Tal vez sea un poco hipócrita de mi parte el decirlo o el pensarlo, pero creo que a veces es lo mejor. Después de todo, ¿qué sucedería si aquellas cosas se revelaran? ¿Qué harías si no tuvieras la entereza de esconderlas? Porque en el fondo, aunque es una excusa barata, no deseo preocupar jamás de nuevo a otros. Porque en el fondo, aunque suene a hipocresía pura, tengo incluso temor de que algunas cosas sean reveladas…

Pero como una vez escuché: Mientras más secretos tengas, más poderoso será tu enemigo.

— ¿Qué estamos buscando?

Sonrío, acariciando suavemente los cabellos de la pequeña sombra que camina a mi lado. Tal vez me equivoqué en dejarlo venir conmigo, tal vez debí insistir en que me esperase afuera, pero este pequeño puede ser realmente insistente, lo acabo de descubrir.

—No lo sé —contesto sinceramente, agachándome junto a lo que alguna vez fue un hermoso jarrón—. Recuerdos, memorias, algo que rescatar. No estoy segura de lo que buscamos, pero seguramente sabré lo que es cuando lo vea.

— ¿Y si no lo encuentras?

—Significa que no está aquí.

Continuamos avanzando por infinidad de corredores, separando los escombros hacia los muros de granito pulido para despejar el suelo de mármol blanco. Y es increíble como este lugar pudo pasar de un palacio majestuoso a una pila de recuerdos destrozados. Porque apenas logro reconocer en estos escombros el lugar que un día me acogió cuando estuve perdida. Porque apenas puedo vernos recorrer estos pasajes como una sombra irreal lejana, tan distante como el infinito. Porque apenas puedo mantener las lágrimas aferradas a mi corazón. Y a medida que avanzamos, todo se vuelve incluso más caótico que antes. Podemos ver sombras completamente consumidas por la destrucción, encontramos centenares de cristales rotos que alguna vez protegieron un sinnúmero de cosas importantes, valiosas y maravillosas.

Me detengo cuando llegamos a la estancia principal, la única que parece no haber sufrido daño. Las puertas de doble hoja están cerradas a cal y canto, la madera apenas se nota ennegrecida en los sectores por los que el fuego trató de extenderse para entrar. El pequeño a mi lado acaricia la madera y todos los símbolos quemados que la cubren, pero puedo ver en sus gestos temblorosos que tiene miedo de tocarla seriamente y que todo se venga abajo. Tengo deseos de decirle que no se derrumbará, que es imposible que lo haga esta vez, pero callo. Guardo silencio y lo aparto suavemente de las puertas antes de plantarme frente a la madera, con las manos reposando en cada una de las hojas ennegrecidas. Y cerrando los ojos, las palabras salen de mis labios como si hubiesen pasado mil años desde la última vez que las pronuncié.

Laurië lantar lassi súrinen, yeri únótimë ve rámar aldaron. Yeni ve lintë yuldar avánier mi oromardi lissë-miruvóreva…

Las puertas se abren sin resistencia, lentamente ante los ojos asombrados del pequeño. Bajo mis manos, dejándolas caer lánguidas a mis costados y espero hasta que las puertas están completamente abiertas. Entonces me seco la lágrima prófuga que se escapó sin querer y entro, escuchando el eco de los pasos de la pequeña sombra que camina pegada a mis talones.

Recorremos la estancia en silencio. Todo está tal y como lo vi la última vez que estuve aquí. Los altos e infinitos libreros continúan aferrados a las paredes, con sus millares de libros encuadernados reposando repletos de polvo por el paso de los años y del olvido. Los candelabros, las antorchas y las velas continúan encendidas con su fuego azul, iluminando la estancia con ese brillo decadente de un pasado emborronado por la tragedia, un pasado que una vez fue hermoso y diferente. En el centro de la estancia está la gran mesa, con sus veinte sillas alrededor, sillas de madera pulida y hermosamente brillante, pero cubiertas de polvo. Sé que si cierro los ojos, seré capaz de ver flotar en la estancia a esa hermosa mujer que un día mantuvo esta fortaleza como si de un palacio se tratase.

El pequeño aferra mi mano con las suyas, deteniendo mi paseo. Volteo a verlo con una sonrisa en el rostro, pero la felicidad no puede llegar a mis ojos. Y estoy segura que si pudiera ver los suyos, encontraría millones de interrogantes que no sabría cómo responder.

— ¿Qué significa lo que dijiste? —consulta con voz suave, tímida.

Acaricio sus cabellos, beso su frente y lo invito a sentarse en una de las sillas que están allí. Él se sienta y continúa observándome, mientras doy vueltas cerca de los libros y de las estanterías repletas de luces brillantes que parpadean, haciendo eco de centenares de voces que nadie puede oír y que probablemente jamás nadie podrá escuchar.

Como el oro caen las hojas al viento, e innumerables como las alas de los árboles son los años. Los años han pasado como sorbos rápidos de dulce hidromiel en las altas salas —susurro, deteniéndome frente a uno de los estantes y abriendo el cristal con cuidado—. Es… una canción de familia, aunque no estoy segura que lo sea. De lo que sí estoy segura es que solo esa canción puede abrir las puertas que necesito abrir.

— ¿Y aquí encontrarás lo que buscas? —vuelve a preguntar, acercándose a mí para ver de cerca las luces que libero, las luces que comienzan a danzar a nuestro alrededor.

—Parece ser que no, que aquí no está lo que busco —sonrío, encogiéndome de hombros—. Pero no significa que esté todo perdido o que dejaré de buscar.

— ¿Y qué estás buscando? Tal vez puedo ayudarte a encontrarlo.

La sonrisa se borra de mis labios y le doy la espalda. Quisiera tanto decirte lo que busco, quisiera tanto poder compartir mi carga con alguien… Pero no debes saberlo. Porque tú tienes tu propia búsqueda, a pesar de que aún no te has dado cuenta. No tengo el corazón suficiente para decirte que, en realidad, estoy buscando las partes de mi alma que perdí…

Que estoy buscando los fragmentos de mi corazón que me fueron arrebatados sin piedad.

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