Quienes me inspiran a seguir

lunes, 5 de agosto de 2013

Gravedad


Puedo verte desde aquí, ¿sabes? Y mientras te observo, recuerdo como todo esto comenzó.

Antes, hace muchísimo tiempo, incluso más tiempo del que alguien puede recordar, nosotros estuvimos juntos. Bueno, no "juntos, juntos", pero sí compartíamos un pequeño espacio de metro cuadrado. Antes, hace mucho tiempo, podía ver tus ojos infinitos todo el tiempo que quisiera, tanto tiempo como tu mirada se encontrara de manera fugaz con la mía. Y aunque fuese un solo segundo, eso era más que suficiente para mí. Porque solo una mirada tuya bastaba para acercarme un poco más al cielo, brillando como la estrella que soy ahora.

Tus miradas, tus ligeras sonrisas discretas me mataban lentamente, me trajeron hasta este punto. Pero no me mataban de la mala manera. ¡Hubiera muerto mil veces solo para tener mil miradas más de esas! Miradas tuyas, sonrisas tuyas, palabras tuyas sin fondo, sin principio ni final. Palabras superficiales, pero que siempre imaginé que en el fondo podrían, si acaso, llegar a ser algo más algún día. Sonrisas que a veces eran condescendientes, otras tantas solo amigables. La última de la sonrisas que me regalaste, fue en realidad la que terminó de empujarnos en esta dirección.

Rigel, recuerdo ese día como si aún estuviera sucediendo. Fue una de las más hermosas coincidencias de mi vida, de la vida que tuve antes de esta.

El tren iba casi vacío, ¿recuerdas? Estaba allí, sentada, la maleta repleta de papeles sobre mi regazo y un libro entre mis manos. Subiste de pronto, cuando yo iba en la parte más interesante de la novela que me había estado atrapando durante días. Era la tercera vez que leía ese libro y no me cansaba de hacerlo. No me percaté de tu presencia antes porque iba inmersa en mi lectura, pero te sentaste junto a mí (sentí que alguien se había sentado junto a mí, aunque jamás imaginé que podías ser tú). Yo no levanté la mirada de mi libro en ningún momento.

—¿Podrías dejarme ver tus ojos al menos una vez?

El susurro de tus palabras, tan cerca de mí, me hicieron saltar hasta un lugar sin gravedad, sin aire, sin espacio. Era el cielo, tus palabras tan cerca de mí eran el cielo repleto de estrellas. Giré la cabeza en tu dirección, y estabas tan cerca que me dolió la distancia. Parecía una distancia infranqueable de galaxias y universos infinitos, pero aún así tan cerca de ti.

Recuerdo que susurré tu nombre y tú acariciaste mi mejilla, tus dedos acercándose lentamente a mi cuello, acariciando con tanta delicadeza que mi piel se erizó y una sonrisa se extendió por mis labios. Era la primera vez que me tocabas de aquella manera y juro, por todas las constelaciones que existen, que jamás olvidaré ese momento.

—Mucho mejor —susurraste, aún tan cerca de mí. Quise gritar de felicidad, pero las palabras no me salían—. ¿Te gusta esta caricia?

Estaba muda ante ti, ante tu contacto, ante tus ojos fijos en los míos, ante toda tu presencia por primera vez tan cerca de esa manera tan especial. ¿Qué podía decir? Asentí con la cabeza y, naturalmente, me apoyé en tu hombro, abrazando tu brazo porque quería más y más de ti. Mi libro quedó olvidado, solo estabas tú y esa caricia que mantenías en la base de mis cabellos. Solo estaba ese momento en el que mi corazón saltaba fuertemente dentro de mi pecho.

—¿Estás incómodo? —pregunté luego de varios minutos, totalmente relajada ante ti, ante el movimiento del tren, ante ese espacio sin gravedad.

—No, estoy bien —susurraste. Podía sentir el movimiento de tu rostro, de tus labios contra mi cabeza al hablar—. ¿Sabes, Lyra?, me gustaría besarte ahora.

—Nada te detiene —susurré, escuchando mis palabras un poco demasiado altas.

La respuesta salió instantánea de mis labios. Quizás y lo sabías, quizás y supiste siempre que te miraba de esa manera. Sí, soy invisible por naturaleza, pero soy cariñosa también. ¿Te diste cuenta alguna vez de eso? ¿Lo sabías ya todo cuando nos encontramos por esa casualidad del destino en ese tren sin gravedad, que me hacía girar en un cielo, en un paraíso personal incluso ante ese amanecer coloreado de calor?

—Vas a tener que girar un poco, entonces...

Alcé mi rostro y te miré, demasiado cerca, demasiado lejos, demasiado todo. Y me acerqué a ti al mismo tiempo que te acercabas a mí. ¿Cómo puede existir esta atracción sin siquiera darte cuenta de lo que significa? ¿Cómo pudiste de pronto cambiar mi espacio flotante a uno de completa gravedad, y viceversa? ¿Cómo lo hiciste?

Tus labios fueron un roce cálido, bienvenido. Tus manos sujetaron mi rostro y mi cintura a la misma vez, empujándome más a ti, acercándome más, transformándote en el centro de mi gravedad. Y aún ahora, cuando estamos a universos, a galaxias completas de distancia, acaricio mis labios y revivo ese momento que yo recuerdo, pero que tú has olvidado. ¿Cómo puede ser? ¿Tan malo fue?

Rigel, eres una estrella azul que brilla tan intensamente que... que incluso en esta distancia, si me concentro lo suficiente, puedo sentir el calor de esa antigua vida llegando hasta mí. Esa vida donde las estrellas eran distantes y nosotros las observábamos siempre desde lugares completamente distintos.

Me diste un momento de movimiento, haciéndome girar a tu alrededor. Siendo mi centro de gravedad por unos minutos que quise extender para que fueran eternos. Pero nada es eterno, ni siquiera las estrellas.

Minutos después de ese roce maravilloso, bajaste del tren. Y antes de bajar, mientras yo te miraba con las mejillas completamente sonrojadas... me regalaste un guiño y te fuiste. Y esa fue la última vez que te vi. Y aún la recuerdo y jamás la olvidaré. Y me hace feliz recordarla, incluso cuando te dedicas a construir ese puente de razones absurdas para estar a mi lado, sin saber que si solo lo pidieras como me pediste ese beso, yo te entregaría incluso el centro de mi constelación.

Y ahora estoy aquí, observando el resto de las estrellas en la distancia. Y tú estás tan lejos... siendo mi centro de gravedad incluso cuando no lo sabes...

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