Quienes me inspiran a seguir

martes, 6 de agosto de 2013

Ecos del Pasado


A veces también podía tener ese simple impulso de hacer cosas. Tal como en ese momento. Sus mejillas estaban encendidas, contrastando con la palidez de su piel, sus manos se encontraban jugando ansiosas con todo lo que estaba en su camino. Necesitaba algo que hacer, necesitaba algo en lo cual distraerse, pero era tan poco el espacio que tenía en esa diminuta cocina que estaba segura no poder soportar más tiempo en un lugar tan reducido. Y mucho menos con él tan cerca de ella.


—Ness, deja de moverte —susurró una voz a su espalda, totalmente crispada.


—Dejaría de moverme si me dejaras salir de aquí —gruñó ella de vuelta, poniendo los ojos en blanco—. No puedo ni siquiera alcanzar las repisas más altas para ayudarte porque, ¡hola!, si suelto este estúpido bastón, me voy de bruces al suelo...


—Deja de quejarte y hazme algo de buena compañía —el hombre le revolvió los cabellos con cuidado, pero Vanessa se quitó la caricia con un golpe de su mano libre—. ¡Bien, como quieras!


Él salió de la diminuta cocina rápidamente, dejándola sola. Quería gritarle que podía irse al carajo, pero sabía que no sería justo, no con él, que lo único que había hecho era aguantarla.


Desde que había regresado al mundo de los vivos, las cosas habían cambiado bastante. Aún le faltaba recordar muchas cosas, pero estaba segura que si se esforzaba lo suficiente, podría retomar su antigua vida que, a pesar de no ser perfecta porque siempre había estado llena de engaños, sí era mejor que su vida en la cual fingìa que podía matar sin sentir remordimientos. En el fondo algo de ella continuaba aferrado a Christopher, pero ya había sido suficiente para toda una vida. Chris se había marchado, ella lo había echado de su vida. Ni siquiera sabía si estaba vivo o muerto y, por mucho que dijera que no le importaba saberlo, lo cierto era que sí, le importaba demasiado. En el fondo, su corazón aún latía por él y eso le causaba incluso más frustración.


Luego de la muerte de Alec en medio de la nada, Francesco se había encargado de regresarla a ser quien una vez había sido. Habían comenzado a tener largas charlas, hablando siempre sobre Jean Blast. Vanessa supo entonces que aquel nombre había sido idea de Christopher y eso la ayudó a entender porqué lo aborrecía tanto. Le recordaba las mentiras, los engaños a los cuales él la había empujado.


—Eres una persona muy manipulable, Ness. No creo que Christopher en realidad haya tenido eso como meta, manipularte, me refiero. Pero aún así... no debes culparte. Solo sigue con tu vida, recupera tu lugar en el mundo al que perteneces. Vanessa, eres buena con las armas, es cierto, y tienes más agallas que muchos hombres que he conocido. Pero no perteneces aquí. Tienes que regresar a tu lugar. Nosotros sobreviviremos sin ti...


Esas habían sido las palabras de Francesco, las cuales la habían impulsado a tomar aquella decisión, la decisión de regresar a su hogar. Y sí, había sido un completo escándalo, pero había valido la pena. Se había encontrado con sus viejos compañeros de facultad, la escuela en la cual enseñaba la quería de regreso en los salones para dar clases. Marcelo, su editor, había saltado de contento y había llorado cuando la vió, estrechándola en un abrazo como si fuera un padre totalmente fuera de control al ver de regreso a su hijo del peor de los infiernos. En cierto modo, Vanessa recordó que las personas de la editorial siempre habían sido como una segunda familia para ella.


Y él la había encontrado. Aún no sabía cómo, pero la había encontrado. Habían pasado años desde la última vez en la que se habían visto, realmente largos años, cuando ella estaba apenas estudiando letras y cuando él ya estaba haciendo su tesis sobre cosas que ella no entendía y que tenía bastante que ver con còdigos de programación. En ese tiempo, cuando se habían conocido, él siempre le había dicho que no debía desvivirse de aquella manera por Christopher Drake -siempre lo llamó por su nombre completo-, que ella merecía algo mejor que ver como un idiota era demasiado ciego para ver lo que tenía a su lado. Y Vanessa solo se reía antes de decirle “pude soportar lo peor, su compromiso... puedo soportar cualquier otra cosa más”.


La última vez que había visto a Viktor, había sido una semana antes de su cumpleaños número veintidós. Viktor sabía que no podría hacerla salir la semana de su cumpleaños porque tenía, como todos los años, esa semana completamente planificada para mantenerse lo más ocupada posible y no tener un solo segundo libre. Vanessa aún se encontraba decepcionada porque Christopher parecía haber olvidado su cumpleaños -para variar-, pero cuando Viktor la había invitado a una “no-cita” de “no-cumpleaños”, simplemente no había podido decir que no. Habían salido, se había reído y luego, cuando la tarde estaba muriendo y el sol se escondía en el horizonte, él le dijo que se iría y que no estaba seguro de cuándo regresaría. Luego había tomado el rostro de Vanessa entre sus manos y la había besado suavemente. Era el segundo beso que recibía en su vida, pero no pudo quejarse porque antes de darse cuenta de lo ocurrido, Viktor se alejaba con una sonrisa nostálgica en los labios cálidos.


Y ahora estaba allí, con ella, invadiendo su privacidad como si esos ocho años no hubieran pasado, como si las cosas no hubieran cambiado, como si ella no se encontrara irremediablemente rota. Estaba allí, en la casa que había compartido por un año completo con Christopher, esa casa blanca llena de recuerdos regados por cada rincón. Y al parecer la única razón por la cual esos recuerdos no le dolían, era porque Viktor alejaba cada recuerdo con una sonrisa sincera.


Definitivamente tenía que disculparse con él, aunque la sacara de quicio veintitrés de las veinticuatro horas que tenía el día.


Salió de la estrecha cocina -ahora se arrepentía horriblemente de ese diseño estilo americano que a Christopher tanto le gustaba, pero que ahora notaba era de lo más impráctico-, apoyándose en su bastón con todo el poco equilibrio que podía lograr. Nunca había sido la mujer más coordinada del mundo, por lo que aún se preguntaba cómo rayos no la habían matado en el campo de batalla.


Vio a Viktor sentado en el sillón, mirando televisión como quien no quiere la cosa. Vanessa se acercó hasta la mesita de centro lentamente, cojeando. Aún tenía la rótula fracturada por la última pelea, aquella en la que Alec había muerto, y era por demás incómodo el sentarse en una mesa bajita, pero quería mirarlo a los ojos. Viktor ni siquiera la miró mientras ella se sentaba y encendía un cigarrillo con soltura.


—Viktor... —le llamó Ness en un susurro, dándole una calada al cigarrillo para poder relajarse— Mira, lo siento. Sé que soy muy irritante, sobre todo ahora que no puedo hacer nada por mí misma y porque... bueno... prácticamente soy...


—¿Él vivió aquì contigo? —la interrumpió de pronto, mirándola con sus ojos claroscuros. Vanessa se quedó sin aliento por un segundo completo— Ness, dime, ¿él vivió aquí contigo?


En la voz de Viktor no había reproche, ni burla, ni dolor. Era una pregunta suave, inocente, creada para hacerla escupir todo lo que callaba. Porque él sabía que ella solamente podía expresar las cosas con palabras escritas, pero desde que la había encontrado, solo la había visto garabatear un poco en hojas sueltas que luego terminaban en la basura.


Ness suspiró y asintió con la cabeza, apesadumbrada.


—Sé que piensas que soy una idiota, que debí imaginar que las cosas entre Chris y yo terminarían así de todas maneras. Lo siento, Viktor, pero simplemente... estaba demasiado cegada por esos sentimientos y... y...


—Ya, tranquila —él alcanzó la mano libre de ella, la tomó entre las suyas y acarició suavemente con la yema de los dedos—. Cuando me enteré que tú eras Jean Blast, te busqué, créeme que lo hice, pero nunca pude dar contigo. Era como si estuvieras siendo rodeada por una barrera impenetrable. Y cuando me enteré por las noticias que habías sido capturada por el bando enemigo en esta absurda guerra, quise morir. Poco tiempo después, busqué a Christopher Drake y le pregunté porqué no te buscaba. Su simple respuesta fue: “tengo demasiadas cosas que hacer, hay más civiles a los que proteger” —ante esas palabras, Vanessa sintió que su corazón se contraía de dolor. Viktor pudo ver los grandes esfuerzos que hacían sus ojos para no llorar—. Luego se extendió el rumor de que habías muerto, y quise morir para ir contigo a donde estuvieras y poder cuidarte. Pero entonces, un día, encontré una botella en la playa. Y supe que eras tú. Y te busqué. Y apareciste... Y yo sé que te sientes rota y vacía sin él, sé que te sientes traicionada, Nessie, pero tú ya no estarás más sola. Yo estaré contigo. Espantaré tus demonios si te asustan demasiado, y si no, me sentaré a tomar el té con ellos. Pero te cuidaré, porque soy tu amigo. Te cuidaré, porque mis sentimientos siguen intactos como en aquel tiempo en el que eras una muchacha convirtiéndose en mujer. Porque eres importante para muchas personas. Porque eres importante para mí. Escribe tu historia de nuevo, expresa todo lo que sientas. No tienes que usar máscaras, no tienes que ser Jean Blast. Solo sé tú misma, Ness. Al que le guste, perfecto, y al que no, se puede ir a la mierda.


Vanessa sintió, ante esas palabras, que su vida volvía a tener un poco de sentido. Sintió que podía volver a confiar, sintió que tenía un amigo otra vez. Pero aún así había un problema. Ella no se sentía preparada para entregarle su corazón a nadie, ya estaba demasiado dañado como para arriesgarse.


—Viktor, yo... no estoy lista para...


—Cállate y ven acá —Viktor sonrió, acercándose para abrazarla con suavidad—. No te estoy pidiendo que estés conmigo de esa forma, solo te pido que me dejes ser tu amigo.


—Gracias... gracias... —sollozó ella, abrazándose a él con fuerza.

Entonces, por primera vez en mucho tiempo, sintió que sí había cosas de su pasado que valía la pena rescatar de las cenizas, recordar desde el olvido. Recuerdos hechos eco que valían la pena ser escuchados. Que había memorias que valían la pena ser recordadas y escritas.

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