Quienes me inspiran a seguir

viernes, 4 de enero de 2013

Notas de Papel [Miralys]

A veces no nos damos cuenta que suceden cosas curiosas a nuestro alrededor.

Sé que estás leyendo esto y sé que tu rostro siente el color llegar. Estás avergonzado por lo que hiciste y eso es bueno. Aunque no suene como "yo", está bien que te sientas así. Si no lo sintieras créeme que iría por ti hasta el fin del mundo, cortaría tus alas de un solo golpe de revés y te vería desangrar. Suena muy lindo, ¿no?

Y es curioso que sea precisamente yo quién lo diga. La misma persona que tantas veces estuvo allí, con su voto de paz y silencio a tu lado, junto a todos ustedes, hoy siendo consumida por el fuego que encendieron en nuestros hogares sin compasión alguna. Lo peor de todo es que aún me cuesta aceptarlo. Me cuesta imaginar la razón que los llevó a traicionarnos de esta manera.

La razón que te llevó a traicionarme de esta manera.

Te di un hogar. ¡Les di un hogar! ¡¿Acaso eso no fue suficiente?!

Arthur... Te equivocaste de persona. Pensaste que al ser como soy jamás podría ser capaz de siquiera pensar en algo que pudiera dañarte. Pero oh, uno aprende tanto cuando se encuentra traicionado por el ente por el cual tantas veces se ha sacrificado la vida y algo más. ¿Qué? ¿Pensaste que yo no podía odiar? ¿Pensaste que eras el único con ese derecho? Abre los ojos. Tú no eres ni la mitad de malo de lo que en realidad piensas.

No solo me traicionaste a mí. No solo traicionaste a mis hermanas, a mis compañeras de armas. Traicionaste nuestro lugar. Jugaste con los regalos que con tanto sacrificio conseguimos para ustedes, arrojaron las llaves de las puertas que les dimos para que abrieran, rieron en nuestro rostro sin vergüenza alguna. Sin dudar tomaron lo poco que habíamos podido reconstruir y lo destruyeron. Por eso no hablo solo por mí en esta nota. Hablo por mis hermanas también, porque ustedes deben saber que aunque ellas no digan una sola palabra sobre lo sucedido, en sus consciencias pesa aún el engaño de saberse utilizadas por seres como ustedes. Asquerosas ratas sucias e inmundas que no merecen ni una mirada...



El lápiz cayó de sus manos directamente al suelo, haciendo eco sobre las baldosas frías humedecidas por la lluvia que no dejaba de caer. Un grito desgarrador escapó de sus labios, ahogado y destrozado. Sombras corrían por las calles en su busca, tratando de encontrar un punto de inflexión entre las miles de murallas que ella había alzado, duras y resistentes, gruesas e indestructibles.

Necesitaba soledad.

Necesitaba escupir todo sobre una hoja de papel al igual que sus hermanas para no colapsar. Para no sentir que en realidad se estaba transformando en un despojo de sombra oscura sin retorno. Porque así se sentía ella en ese momento. E incluso peor. Llamarse a sí misma despojo era incluso más de lo que merecía. Era incluso más de lo que realmente era.

—¡Miralys! —escuchó la voz lejana de Aimé, la hermana mayor— ¡Cariño! ¡Lo resolveremos!

No. No había nada que resolver. Ya era tarde para ella. Su mundo había colapsado en el mismo momento en el cual había divisado en la distancia las nubes tormentosas de la traición y hacia abajo solo se extendía un corredor oscuro de escaleras de caracol por el que tarde o temprano debería dignarse a bajar. Por el que tarde o temprano tendría que perderse para volver a encontrarse.

—¡No se te ocurra! —chilló la voz alarmada de Siobhan, viéndola desde el campanario de una iglesia en la distancia.

Pero ya era tarde. La decisión había sido tomada y no había marcha atrás. Porque tal vez no podría regresar en el tiempo, pero sí podría tratar de comenzar desde cero, aprendiendo desde el otro lado de la moneda. Porque ya se había cansado de ser la mujer buena y amable que todos pedían y necesitaban. La habían empujado a un laberinto de sombras contra el cual no sentía deseos de luchar.

—¡Me necesitas! —el grito desesperado de Foehammer, mirándola con sus insondables ojos relucientes como el acero pulido casi destrozaron su corazón. Casi.

La armadura que cubría su cuerpo, ya oxidada por culpa de la lluvia y de las lágrimas se desprendió en láminas que crearon un chirrido espantoso al desprenderse y chocar pieza por pieza contra el suelo adoquinado de las calles grises que representaban esa amplia mente. Y ella alzó la vista al cielo, con sus ojos tan negros como noche sin luna ni estrellas. Decidida y desolada.

—No nos dejes... —susurró Edén, sintiendo como si se ahogara.

Miralys las miró durante un largo segundo a cada una, sonrió y, simplemente, se dejó caer.

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