Quienes me inspiran a seguir

lunes, 3 de marzo de 2014

Fénix


Había recorrido aquel camino tempestuoso por demasiado tiempo. Sus alas rotas y sin plumas, totalmente calcinadas eran la prueba de todo lo que había tenido que pasar para llegar a ese momento, a esa instancia.

Bien podría haberlo abandonado todo, pero en su persistencia había continuado andando cuando sabía que era marginada a los ojos de los demás, pues los de su especie habían sido creados con alas para dominar el cielo. Y ella no pertenecía al cielo ya más.

Era marginada entre las aves al no poder volar. Era marginada entre las criaturas terrestres al no ser como ellos. Era diferente y eso la hacía especial. Era diferente y eso la hacía vulnerable. Era diferente y eso la hacía... insuperable.

El largo recorrido por fin llegaba a su fin. Su mirada satisfecha se posó en la lava ardiente y un amago de sonrisa se presentó en su rostro. Sentía que por fin su existencia había valido la pena. Sentía que el propósito de su vida estaba al fin completo. Sentía que todos los sacrificios, las miradas, la soledad... Todo al fin cobraba sentido. Todo valía la pena en ese momento.

Miró hacia atrás, hacia lo que estaba abandonando. Los páramos, los bosques, los desiertos, los pantanos, los océanos, los montes y las montañas nevadas. Todo lo que había visto, todo lo que había recorrido. Los animales, las aves, el fuego, la tormenta, los truenos y las ventiscas. Todo aquello a lo cual había tenido que enfrentarse. Al ver todo el panorama un velo de nostalgia se integró a su mirada-. No estaba segura de extrañar todo lo que dejaba atrás, pero sin duda que iba a extrañar la inseguridad junto a la adrenalina de la aventura.

Volteó otra vez para fijar su vista al fondo del volcán. La lava saltaba y burbujeaba, más ardiente de lo que ella pudiera imaginar.

Cerró los ojos, lágrimas saliendo de ellos. Una sonrisa satisfecha. Un pensamiento de felicidad.

Saltó.

En la distancia las aves gritaron, los animales terrestres aullaron y los árboles lloraron.

La caída fue sólo un segundo. El viento ardiente golpeando su rostro, quemando las pocas plumas que quedaban en su cuerpo hasta que colapsó contra el océano flamígero.

El calor era abrazador, casi insoportable. Sus ojos se consumieron de inmediato, sintió cómo cada parte de su ser, cada pluma, cada músculo y tendón dentro de sí era consumido por el calor, por las llamas, por el final. Y una sensación de paz abrumadora se instaló en su corazón cuando cada latido se apagaba hasta alcanzar las últimas notas de lo que era su ansiado final. El final de sus penas, de sus miedos, del temor a lo desconocido. El temor a lo que quería ser pero jamás se atrevió. El temor al rechazo desapareciendo junto a su cuerpo también.

Entonces, de pronto, un nuevo latido. Y otro, y uno más. Cada vez más fuerte, más poderoso.

Sus ojos se abrieron bajo el fuego y pudo ver que la lava a su alrededor resplandecía con chispas de todos los colores que había visto durante su viaje. Sintió fuerza y vitalidad en su cuerpo, y cuando observó sus alas las notó bellas y resplandecientes contra el fuego, que creaba algo nuevo en ella desde su sacrificio, desde lo que ella abandonaba para transformarse en un ser mejor.

Movió sus alas, las agitó, danzó entre el fuego.

Y voló.

Salió del volcán con un magnífico giro, lanzando un grito de felicidad mientras mostraba su nueva forma al mundo que la había rechazado. Sus plumas se agitaron contra el aire caliente, lanzando destellos de fuego a cada batir de alas. Sobrevoló la boca del volcán y con determinación volvió a lanzarse al fuego, emergiendo minutos después envuelta en el calor de la renovación.

Por eso, con una nueva determinación, voló hacia la noche. Porque ella había vencido, lo había conseguido.

Ella era el fénix. Y ahora era invencible.

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