Comenzó a avanzar hacia aquella muchacha de arremolinados cabellos
cortos y brillantes que destilaban felicidad en sus tres colores. Y sus ojos,
aquel brillante mirar color chocolate que resaltaba entre la multitud,
destilando sensualidad. Su porte, aquella manera de sentarse en la banca que
solían ocupar juntos en el parque, sujetando el libro con ambas manos y con la
vista fija en la lectura mientras la música retumbaba en los fonos que llevaba
puestos… Incluso así parecía salida de un sueño. Pero él podía distinguir los
sueños de la realidad.
—Edén —le llamó, quedando de pie frente a ella.
Ella alzó la mirada, mostrando unas mejillas arreboladas y brillantes
culpa del sol de verano. Le miró con sus ojos profundos y brillantes un largo
segundo mientras se quitaba los fonos de los oídos, sin soltar el libro que
ahora reposaba sobre su regazo.
— ¿Disculpa? —inquirió ella, sin dejar de mirarlo a los ojos.
Y Ángel no pudo resistir el impulso de su mirada. No
pudo ni quiso resistirse al magnetismo, al poder que aquella expresión había
causado en su persona, por lo que se inclinó lentamente sobre ella, tomando su
rostro entre sus manos y besando suavemente los labios pintados de carmesí de
la joven.
Apenas él se separó de ella cerró su libro con fuerza, se levantó de un
salto y comenzó a caminar sin decir una sola palabra, realmente confundida y
enfurecida. Aquel había sido su primer beso. Aquel extraño le había arrebatado
su primer beso.
Sintió que una mano la detenía por la muñeca suavemente apenas había
dado unos pasos y, al voltear a ver a aquel descarado, se encontró con la
mirada más desolada que había visto en toda su vida.
—No me dejes, Edén —escuchó que le decía, y ella sintió el impulso de
echarse a llorar en sus brazos.
—Creo… Se ha equivocado de persona, lo siento —tartamudeó con un nudo
creciendo en su garganta, al tiempo que él le soltaba la muñeca lentamente—. Lo
siento…
Cassandra no entendía por qué era ella quien se disculpaba con el
extraño que le había robado su primer beso, pero algo en aquellos ojos le había
gritado que no le hiciera daño, que él no era una mala persona. Siguiendo un
tonto impulso, Cassandra acarició con delicadeza el rostro de aquel extraño,
besó su mejilla con cuidado y luego, sin esperar ni decir nada, echó a correr
por la avenida, perdiéndose entre la gente.
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