No
podía creer lo que estaba haciendo pero allí estaba, a las ocho de la mañana
sentada en el sillón del departamento de un desconocido, con un vaso de jugo de
manzana en las manos y esperando a que ese desconocido terminara de hacer lo
que fuera que estaba haciendo en el baño. Bien podía ser un psicópata violador,
pero ahí estaba, idiota como ella sola, aceptando una invitación a desayunar de
alguien que apenas conocía. Sacó el móvil de su bolsillo nerviosamente y envió
un mensaje corto y conciso a su hermana mayor y a su mejor amiga avisando sobre
la tamaña estupidez que estaba haciendo, diciendo que si no daba señales de
vida en una hora, la buscaran con un equipo SWAT en el departamento del
susodicho.
—Ya
me decía Ange que estoy más loca que una cabra… —suspiró Cassandra,
recordándose que era la mayor idiota de todo el universo.
—
¿Quién es “Ange”…?
Solo
por inercia y debido al susto, Cassandra le arrojó todo el contenido de su vaso
al psicópata violador que acababa de asustarla antes de levantarse de un salto
del sillón, tropezando con la alfombra y cayendo al suelo entre la mesita de
cristal y el sillón de piel en el que antes hubo estado sentada. Ángel observó
la escena, atónito, con jugo de manzana cubriendo su rostro y buena parte de la
camiseta que se acababa de poner. La muchacha volteó a verlo, asustada, y él
decidió que era la cosita más adorable del mundo.
—
¡Perdón! —chilló la muchacha, levantándose torpemente del suelo para quedar
frente al hombre— En serio lo siento, es que me asustaste… Perdón.
—Tranquila,
no pasa nada —Ángel se encogió de hombros, sonriendo—. Un poco de jugo no me va
a matar. Ni que fuera ácido —y despareció entre carcajadas de vuelta al baño.
Cassandra
levantó el vaso vacío del suelo y observó a su alrededor, encontrando la
entrada de la cocina a unos pasos de ella. Se encaminó hacia allí con pasos
nerviosos y tímidos, dejando el vaso en el fregadero antes de lavarse
rápidamente las manos allí y secarlas en sus pantalones antes de volver al
sillón como si no hubiera pasado nada. Y es que ahora se sentía como la reina
de las idiotas, por lo que escondió el rostro entre las manos tratando de no
gritar de frustración.
—
¿Porqué siempre tiene que verme hacer el ridículo…? —suspiró, a punto de un
colapso nervioso.
—Tus
ridículos me parecen adorables…
La
muchacha volteó a ver en dirección de la voz con el corazón en la mano, a punto
de entrar en paro cardiaco. Allí, junto al sillón y con una camiseta diferente
estaba ese hombre, con esa enorme sonrisa preciosa y sincera, con esos ojos
avellanas tan lindos y brillantes, tan…
—
¡¿Porqué tienes que asustarme así?! —gritó Cassandra, roja hasta las orejas. Y
estaba roja de indignación, aunque también de vergüenza.
—No
es mi culpa que esa cabecita linda esté siempre en las nubes —Ángel le acarició
los cabellos con dulzura, viendo la expresión enfurruñada de ella.
—No
estaba en las nubes, tú apareces de la nada como un ninja —gruñó ella,
sonrojada.
—
¿Ninja? —él se sentó a su lado, esperando saber más.
—Sí,
como los de las películas —continuó Cassandra, encogiéndose de hombros—. No me
sorprendería que tu nombre fuera de esos raros, como chino-mandarín o algo así.
Ángel
explotó en una sonora carcajada, sintiendo su corazón inundado en felicidad.
Ella era igualita a Edén, tenían los mismos gestos y usaban las mismas palabras
rebuscadas pero adorables. Incluso eran del mismo tamaño, altas y delgadas,
hermosas. Tan hermosas que él no podía simplemente ignorar el magnetismo de esa
segunda Edén que se presentaba en su vida para sanar las heridas.
—Pues
para que sepas, me llamo Ángel —rió él, viendo la expresión contrariada de
ella.
—Oh…
—Cassandra observó fijamente a Ángel, sorprendida— Pues, para que sepas y para
que te suba el ego, ese nombre es muy apropiado para ti.
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