Aún
no entendía por qué había accedido a hacer la locura que estaba a punto de
hacer, pero por cosas de ese loco mundo en el que vivía, lo estaba haciendo.
Pero es que no había podido ignorar ese mensaje, aunque la hubiera despertado a
los cinco minutos de apoyar la cabeza en la almohada. Tampoco había podido
ignorar el lugar y la hora del encuentro, pero claramente tampoco tenía muchas
opciones. Si salía de día, su hermana la ametrallaría con preguntas a las que
ella no sabría responder. Si salía de madrugada, cuando ella durmiera, lo más
probable era que no se diera ni por enterada. Además, tampoco quería tenerlo
metido en su departamento. No de nuevo.
Encendió
un cigarrillo y suspiró, sintiendo dolor de cabeza. Tenía que dejar de darle tantas
vueltas al asunto, pero no podía, le costaba demasiado. El mensaje había sonado
tan desesperado, tan horriblemente desgarrador y lleno de emociones que, otra
vez se recordó, había sido imposible ignorarlo. Estaba en un verdadero dilema,
dilema del que no quería conocer la solución.
—Becca
—ella alzó la mirada para encontrarse con los ojos grises repletos de
desolación. Él se sentó a su lado, taciturno—. No pensé que vendrías…
—Te
respondí en un mensaje que lo haría —sin poder evitarlo suavizó la mirada y le
abrazó por sobre el hombro, sintiendo el calor de él llegando a su cuerpo—.
¿Qué pasó?
—Rompí
con mi novia —dijo él, bajando la vista y alejando sus ojos grises de ella.
Rebecca era adicta a esa mirada, por eso sintió un enorme vacío en sus entrañas
al no tenerla—. Le dije que estaba confundido, que no me sentía querido y que…
No sé. Son muchas cosas, no creo que entiendas.
—Puedes
tratar —como no había hecho en mucho tiempo con nadie, Rebecca sonrió. Y él le
devolvió la sonrisa cuando la miró—. Oye, Leo, sabes que siempre entiendo todo
—le animó antes de darle una calada al cigarrillo.
—Sí,
tienes razón —Leo suspiró antes de acomodarse mejor en la banca, recargándose
contra ella suavemente—. Hace tiempo que veníamos con problemas, ¿sabes? Ella
me engañó y yo dejé a una chica maravillosa por ella, que al final siempre
termina buscándome cuando yo ya no puedo más. Y ahora que no pude, ella
simplemente me dijo que me amaba, cosa que jamás hace. No la entiendo… Te
abandoné por ella y no valió la pena. Ahora me odias y sé que lo merezco, pero
en todos estos años no he logrado arrancarte de mi corazón.
Rebecca
se quedó congelada, con el cigarrillo a medio camino en la trayectoria a sus
labios. ¿Había escuchado bien? ¿Leo se acordaba de… lo que habían tenido? ¿En
serio lo recordaba? ¿Y ahora le decía que, básicamente, había terminado con su
novia por… ella? Rebecca no lo podía creer. Sabía que tenía una expresión
impagable, pero no le importó. Sabía que debía decir algo, pero no sabía qué
debía decir. Sabía que Leo estaba esperando una respuesta, la que fuese, pero
no tenía siquiera el impulso de contestar un “también te quiero” o, en el mejor
de los casos, golpearlo por haber tardado tanto. Pero lo que sí sabía era que
estaba feliz.
Ahora
miles de sentimientos reprimidos escapaban de sus jaulas. Aceptación, cariño,
dolor, alegría, angustia. Eran tantos que no sabía dónde terminaba uno y
comenzaba el siguiente. Lo que era peor, los sentimientos estaban acompañados
de una infinidad de recuerdos que había tratado por años de borrar de su mente
al pensar que él la había olvidado. Pero Leo no la había olvidado. Leo la
recordaba y sentía cosas por ella al igual como ella siempre sentiría cosas por
él.
—Ah…
—Rebecca espabiló, llevándose el cigarro a los labios antes de removerse
incómoda— No sé qué decir, Leo. Perdona.
—Tranquila,
no espero que me digas nada —él le sonrió de esa manera tan despreocupada que
solo él tenía y ella sintió que se derretía—. Solo quería decirlo, que lo
supieras. Cuando estuvimos juntos no nos dijimos muchas cosas y ese fue mi
error. O sea, tú siempre fuiste sincera conmigo, pero yo me encargué de joder
las cosas a base de bien. Perdón por eso, Becca.
—No
hay nada que disculpar —ella apagó el cigarrillo, deshaciéndose del abrazo y
levantándose de la banca con gesto despreocupado—. Creo que necesitaré unos
días para pensar y asimilar esto. Digo… No es que no me haga feliz, pero quiero
estar segura de que esto que sientes y de lo que yo puedo llegar a sentir está
bien.
—No
hay problemas —Leo se levantó y la abrazó por la espalda, apoyando su barbilla
en el hombro de Rebecca—. Pero tienes que saber que eres perfecta para mis
brazos, igual que lo eras entonces.
—Tonto…
—gruñó por lo bajo ella, escondiendo el sonrojo de sus mejillas bajo su alocada
mata de cabello corto— Tengo que volver, si Cass despierta y no me ve seguro le
entra un ataque de nervios.
Rebecca
no esperó a despedirse, no tuvo el valor siquiera de mirarlo a los ojos. Se
escabulló de los brazos de Leo y corrió en dirección a su edificio a todo lo
que daban sus piernas, con el corazón golpeando dentro de su pecho y no
necesariamente por la carrera. Se suponía que lo odiaba, se suponía que debía
odiarlo con todo su ser por lo que le había hecho pero… ¡Dios! Siempre que lo
veía miles de cosas se removían en su interior y ahora, con ese nuevo
conocimiento, sabía que estaba total e irremediablemente perdida.
Cuando
llegó al departamento se encerró en la habitación, se escondió entre las mantas
y se quedó allí, muy quieta hasta que, justo cuando estaba a punto de quedarse
dormida, su móvil vibró en el bolsillo de su pantalón. Lo sacó y miró la
pantallita brillante que iluminó su rostro escondido entre las sábanas.
Buenas noches,
princesa de mis sueños congelados.
Y
luego de leerlo cinco veces, Rebecca se permitió llorar hasta que el sueño la
venció.
Aquí todo lo que puedo decir es: Rebecca, pegale un combo en todo lo que se llama hocico, por lo hijo de puta que fue por lastimarte. Y que agradezca que soy una dama :D xD
ResponderEliminarMabel :)
ahahaha xD!
EliminarTe salió todo lo homo-chilensis, Mab. Pero comparto tu opinión, Rebe tiene que puro pegarle a Leo, por cabrón, cobarde y mujeriego. Encima y para peor, recordemos que mentiroso.
x)