No
esperó una respuesta, simplemente gritó antes de cerrar la puerta del
departamento con fuerza solo para encontrarse con esos ojos avellana que
lograban poner su mundo de cabeza. Sonrió, una sonrisa demasiado real y
sincera, impulsiva. Sintió los brazos de él rodeando su cintura, levantándola
del suelo a pesar de ser ella casi igual de alta que él. Los labios de él se
pegaron a los suyos con tanta suavidad que sintió se derretía por culpa de esa
caricia.
—
¿Lista para nuestra cita? —consultó Ángel, abrazando a Cassandra contra su
cuerpo.
—Yo
nací lista —rió ella, remeciendo todos los sentidos de él.
Ángel
estaba cada vez más seguro de que esa era una nueva oportunidad de la vida para
volver a estar con su Edén. Y aunque su cuerpo había abandonado aquel mundo
hacia no mucho tiempo, estaba completamente seguro que el alma de su amada
había emigrado para salvarse, refugiándose en el cuerpo de esa chica que estaba
ahora entre sus brazo.
Tomó
la mano de la muchacha y tiró de ella hacia el ascensor, escuchándola reír a
cada paso que daba mientras le comentaba sin parar cosas que él no alcanzaba a
entender. Se había acostumbrado a esa nueva parte de ella, ese factor hablador
y sincero, pero al mismo tiempo enfurruñado y vergonzoso. Le gustaba eso de
ella, le gustaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.
—
¿Me repites los nombres de quienes te molestan? —inquirió Ángel mientras salían
del edificio, mirándola fijamente mientras hablaba de sus compañeros de
universidad.
Cassandra
lo miró como si le hubiera salido un tercer brazo pero en medio de la frente.
—Nadie
me molesta, Ángel —dijo ella, curiosa—. Si alguien se atreviese, seguramente
moriría en las garras de Ange. Aunque ella es buena cuando la conoces, no te
asustes —agregó riendo, sin percatarse en la expresión de Ángel.
A
veces se le olvidaba que no era ella al cien por ciento. Eran iguales en muchos
sentidos, menos en ese. Cassandra era una muchacha amada por todos, que
repartía su cariño a partes iguales entre quienes le rodeaban. Le era extraño.
De pronto se sentía celoso, poco valorado, molesto porque la atención de ella
no le perteneciera por completo. Pero se obligó a recordarse que esa “nueva
Edén” venía así y que tendría que acostumbrarse a eso si quería mantenerse a su
lado. No le gustaba que ella no dependiera tanto de él como antes.
—Llegamos
—sonrió triunfal Ángel, saliendo de sus pensamientos y sonriendo casi como el
Jocker.
—
¡Qué lindo! —exclamó Cassandra, con los ojos brillantes y una sonrisa
deslumbrante en el rostro.
—Sabía
que te gustaría —Ángel la abrazó por sobre el hombro, orgulloso—. He querido
traerte desde hace mucho.
—Claro,
mucho tiempo —la muchacha le dio un codazo juguetón, guiñándole un ojo—. ¿Desde
hace dos semanas, quizás?
—Puede
ser —él se encogió de hombros, perdiéndose en la vista de las flores
multicolores que se extendían ante ellos.
—Pero
bueno, no te equivocaste —ella se inclinó hacia él y besó su mejilla,
sonriente—. ¿Cómo sabías que me encantan los girasoles?
—Lo
sé porque eres tú —Ángel la miró un segundo, perdiéndose en esos expresivos
ojos color chocolate de los que se había enamorado—. Porque tus ojos son como
las páginas de un libro, esperando ser leídos solo por mí. Esperando a que
descubra todos tus secretos, mi Edén…
Cassandra
abrió los ojos como platos y sintió que se le desencajaba la mandíbula. Ángel
la miraba como si no la hubiera visto en muchísimo tiempo, la observaba con una
clara devoción y tanto amor que se sintió perdida. De pronto todo su cuerpo
temblaba, sentía la garganta obstruida por una roca y apenas podía mantener las
lágrimas fuera de sus ojos.
—
¿Cómo… me llamaste? —inquirió Cassandra, alejándose de él un paso y obligándolo
a salir de su ensoñación.
—Cassandra
—dijo él rápidamente, sin pensarlo, casi de manera mecánica—. Ese es tu nombre
—sonrió, acercándose lentamente a ella y tratando de tranquilizarla con un
abrazo—. ¿Por qué? ¿Qué escuchaste, preciosa?
—Yo…
—ella tartamudeó, sin saber qué pensar. Tal vez había escuchado mal, tal vez se
estaba imaginando cosas. Como fuese, las manos de Ángel acariciando su espalda
con cuidado y delicadeza lograron calmarla, hacerla sonreír— Nada, perdona.
Esta semana la universidad me tuvo de cabeza y estoy actuando como una
desquiciada.
—Una
desquiciada adorable —rió Ángel, abrazándola con más fuerza para que no viera
su expresión culpable.
En
ese momento se sentía como un verdadero hijo de puta por hacerle eso.
Nena haz hecho algo que jamás pensé que pasaría, comienzo a detestar a Carlos. Porfa, dime que Ange le pateará las bolas! D: xD
ResponderEliminarTengo demasiadas ganas de saber que ocurrirá >w< nos leemos en la otra entrega :D
Mabel
Exijo saber qué es lo que no pensaste que pasaría xD!
EliminarY sí, probablemente Ange lo pateará hasta cansarce :D