—
¡Imbécil! —gritó Cassandra antes de soltarle una tremenda bofetada.
Ángel
sabía que merecía ese golpe, pero jamás pensó que en verdad ella fuera capaz de
levantarle la mano a alguien alguna vez en su vida. Se llevó la mano a la
mejilla y sintió el ardor, aunque más le dolió la mirada herida que la muchacha
le entregaba.
—Merecía
eso, lo acepto —asintió Ángel, rascándose la cabeza y evitando que la muchacha
le arrojara la mochila, retrocediendo un paso en el pequeño ascensor—. ¿Ahora
puedes escucharme?
—
¡Soy paciente pero no idiota, Ángel del demonio! —continuó gritando ella, roja
de cólera— ¡La próxima vez que quieras hablar conmigo, llámame por mi nombre!
Las
puertas del ascensor se abrieron y Ángel vio a Cassandra bajar como una
exhalación, dando fuertes pisadas y lanzando maldiciones a diestro y siniestro.
Quiso sentirse mal por lo que le estaba haciendo, pero incluso molesta esa
muchacha era capaz de sacarle una sonrisa y hacerle pensar que no había mujer
más dulce y tierna que ella en el mundo. Por eso, aún sabiendo que llegaría
tarde a su trabajo, bajó corriendo del ascensor tras ella hacia la puerta del
departamento de Cassandra, donde ella peleaba con sus llaves.
—No
te enojes, Cass —rió él al llegar a su lado, abrazándola por la espalda y
reteniéndola contra su pecho— Te prometo que no volverá a pasar.
—
¡Suéltame! —chilló ella, pataleando y empujando para tratar de soltarse—
¡Ángel, déjame en paz! ¡Basta! ¡Vete!
—Solo
te soltaré si dejas de gritar, los vecinos piensan que te estoy secuestrando
—anunció él, sonriente.
Cassandra
dejó de patalear y observó a su alrededor, donde todos sus vecinos estaban
asomados a las puertas de los departamentos. Pudo ver que uno de ellos llevaba
incluso un bate y un teléfono en las manos. El color inundó sus mejillas y ella
agachó la cabeza, totalmente avergonzada.
—No
gritaré, lo prometo —dijo Cassandra de manera sumisa antes de mirar a sus
vecinos y comenzar a repartir disculpas por el escándalo.
Ángel
la observó con una sonrisa hasta que el último de los mirones se hubo escondido
en la tranquilidad de su hogar. Luego la vio suspirar, cansada de la situación
antes de voltearse a mirarlo con esos ojos que a él tan loco lo ponían. No
podía evitar llamarla de esa manera cuando la veía, pero para cuanto comenzaban
a hablar él ya había asimilado que esa muchacha no era Edén, sino Cassandra.
—Oye,
no me mires así —rogó Ángel, tomándole las manos y retomando la palabra antes
de que ella pudiera quejarse o decir nada—. Lamento llamarte siempre Edén,
Cassie, pero cuando te veo de lejos apenas puedo distinguirlas, se parecen
demasiado. Aunque en mi defensa, sé que eres tú. No hay chica más linda en el
mundo que tú…
—Seguramente
se lo decías a ella también, ¿o no? —Cassandra se soltó de las manos de Ángel y
puso los brazos en jarra, aún demasiado molesta— Seguramente la enamoraste de
la misma manera en la que enamoraste a mí, tonto grave, idiota, imbécil,
tarado…
Él
no pudo evitar sonreír ante las palabras de ella. Sabía que Cassandra no tenía
mala intención al decir lo que le había dicho, sino más bien que no era capaz
de contener su enfado. Por eso se inclinó hacia ella y la abrazó, pegándola con
fuerza contra su pecho para no darle oportunidad de escape mientras susurraba
contra su oído:
—Entonces…
¿Estás enamorada de mí?
—
¡No ignores mis insultos, maldición! —chilló ella otra vez, roja hasta la raíz
del cabello.
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