Podía
sentir tanto, con tanta intensidad, que se sentía colapsada de emociones, de
sensaciones, de cosas que pensó jamás volver a sentir. Era una mezcla de
cariño, amor, alegría, satisfacción y placer, todo reunido en el mismo punto
solo para chocar y hacer erupción, creando un cataclismo de cosas
incontrolables. Y ella odiaba no tener el control, aunque fuera en una minucia.
Rodeó
el cuello de él con sus brazos y apretó los labios hasta convertirlos en una
fina línea, ahogando un gemido. Incluso teniendo los ojos cerrados podía verlo
sobre ella, mirándola con esos intensos ojos grises que él poseía, liberándola
de parte de las cadenas forjadas por el miedo y la costumbre de permanecer en
solitario. Podía sentir gracias a sus ojos cerrados las caricias de él incluso
con más intensidad. Su toque era mágico, relajante y le causaba ligeras
cosquillas ardientes.
—Te
amo… —susurró él en su oído, haciéndola estremecer.
Hizo
la cabeza hacia atrás y despegó los labios que ya estaban rojos de tanto haberlos
apretado, soltando un suspiro que chocó contra el cuello de él, que se pegó a
su cuerpo incluso con más fuerza. Como si de pronto ella fuese a desaparecer.
Aunque Rebecca no lo culpaba, al tener los ojos cerrados podía pensar, imaginar
que el sueño sería eterno.
—Mírame
—ordenó Leo, besándole ambas mejillas casi con devoción.
—No
quiero —negó Rebecca con los ojos muy apretados, sintiendo como él ahora le
besaba y mordía el cuello.
—
¿Porqué? —inquirió él, colándose entre las piernas de ella.
—Porque
tengo miedo de que al abrir los ojos, me dé cuenta que es solo un sueño… —sus
labios temblaron ligeramente y él los besó con tanta dulzura que sintió deseos
de llorar— No quiero que sea un sueño…
—No
es un sueño… —aseguró él en un susurro suave y cariñoso— Abre los ojos.
Rebecca
dudó, pero abrió los ojos finalmente. La habitación estaba oscura, pero podía
ver la figura de él, su rostro de facciones afiladas muy cerca del de ella. Lo
primero que vio fueron sus ojos grises que relampagueaban de deseo, luego sus labios
entreabiertos que manaban una cálida respiración irregular que chocaba contra
sus propios labios, haciéndola estremecer. Y cuando quiso decir algo, una
palabra bonita, lo sintió.
De
pronto se encontró en una caída sin retorno. Él se aferró tan fuerte a ella
desde todos los puntos de su cuerpo al mismo tiempo que tuvo que obligarse a
morder su labio inferior para no gemir de placer. Y él, al parecer consciente
ello la torturó con calma y precisión, recordándole todas las veces en las que
ella se había rendido a sus pies. Todas las veces en las que se había entregado
a él.
Y
habían sido demasiadas para recordar sin sentir vergüenza.
Era
como si nunca hubieran estado lejos del otro, sobre todo por él. Tocaba cada
rincón de su cuerpo con maestría y precisión, causándole un placer
inimaginable. La besaba en lugares que no sabía podían arder de esa manera y la
sujetaba contra la cama como si fuera el único lugar al que pertenecía. Y a
pesar de todo, le gustaba. Se sentía controlada y querida, aunque ligeramente
asustada.
Desde
la última vez no había permitido que nadie más fuera tan indecente con ella.
Pero con Leo era diferente. Él la trataba incluso con devoción a la par de
posesividad. Era como si quisiese recordarle que era de su propiedad. Y cuando
ese pensamiento se coló en su mente justo al momento en que explosiones
recorrieron todo su cuerpo, sintió pánico. Pánico porque no quería ser
propiedad de nadie, ni siquiera de él por mucho que lo amara. Sentirse así era
la única regla que no se permitiría romper, ni siquiera con él. Por eso esperó
a que Leo, después de interminables minutos de arrumacos y caricias se durmiera
para poder abandonar la cama y darse una ducha de agua congelada en el baño.
Al
salir ya vestida se dirigió a la cocina, se preparó un café el triple de
cargado de lo normal y encendió un cigarrillo de camino al balcón, donde se
sentó en una de las sillas de plástico, admirando el panorama nocturno. No
podía creer lo que estaba pasando, ¿desde cuándo la entrega era comparable a
pertenecerle a alguien? Ella había decidido, luego de un mes tonteando con
besos y abrazos, llevarlo a su departamento una noche en la que Cass se iba a
la casa de su mejor amiga. Y pensó, ingenuamente, que solo pasarían la noche
conversando y tonteando, como siempre hacían. En lugar de eso habían terminado
en la cama.
—No
tiene nada de malo, Rebecca —se dijo en voz alta, dándole un sorbo a su café—.
Eres una mujer adulta, tienes derecho a…
¿A
qué tenía derecho? ¿A acostarse con Leo aunque llevaran un mes saliendo? ¿A llevarlo
al departamento solo porque ya habían estado juntos miles de veces? ¿A pensar
que él estaba siendo posesivo al empujarla a una situación sin retorno o a
pensar que estaba siendo la mayor imbécil de la historia? ¿A entregarse a él,
aunque en realidad fuera más parecido a un pacto sellado con una noche
revolcándose en la cama? Porque le había entregado su corazón y ahora su
cuerpo. ¿Qué tendría que entregarle luego, en qué tendría que ceder?
Lo dije antes y lo repetiré ahora... detesto a Leo xDDD
ResponderEliminarCreo que es un manipulador disfrazado de buena persona D:
Por mi que Rebecca lo golpee hasta sacarle las tripas :D
Mabel :)
Habrá masacre, tú tranquila x)
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