Quienes me inspiran a seguir

martes, 26 de marzo de 2013

Fluir


Trata de correr, trata de esconderse. Trata de alejarse del abrumador sentimiento de soledad que se escabulle dentro de su corazón. Sentimiento extraño, inusual, invasivo. Mucho de nada, poco de todo.

Trata de ocultarse a ese sentimiento, pero sabe que está atrapada. No tiene salida. Sabe que debe permanecer a su merced porque es lo único seguro, envuelto en toda la inseguridad caótica que es su vida. Solo se tiene a sí misma, como siempre se ha tenido. Aunque es difícil de asimilar bajo esa tormenta que la azota.

Quiere irse lejos, flotar más allá de todo lo que cree que conoce. Pero no sabe nada, no entiende nada. Y eso, en cierta forma, la hace fuerte.

La hace atractiva a la vez de inalcanzable.

No quiere que nadie la alcance, no quiere que nadie la toque o la abrace.

Porque está aterrada.

Porque tiene miedo de perder lo poco bueno que puede llegar a tener. Porque tiene miedo de querer más, y más, mucho más de lo que puede ser capaz de llegar a cargar. Porque es ambiciosa, y lo sabe.

Abre los ojos...

Niega con la cabeza, en su mente grita que no con todas sus fuerzas. Porque tiene miedo de lo que puede pasar. Porque tiene miedo de volver a creer.

No todo es tan malo, A.

Aunque no lo parezca, ella quiere creerle. Quiere entregarse sin tapujos ni problemas, quiere decir que en realidad toda la tormenta ya ha pasado de una buena vez y para siempre.

Pero el miedo continúa allí.

Miedo al rechazo. Miedo a perderse a sí misma como se ha perdido antes.

Pero ella lo sabe, sabe que tiene que dejar atrás. Sabe que ella es agua, sabe que debe seguir adelante.

Sabe que, aunque cueste...

Debe volver a fluir.

Sabe que el camino será difícil, sabe que estará lleno de rocas y desvíos que la harán parecer incluso más pequeña e indefensa. Sabe, también, que a veces hará frío y que otras veces sentirá que se evapora porque las fuerzas la abandonan nuevamente.

Pero no quiere rendirse.

No te rindas.

La voz se lo dice, en su memoria y, más allá de eso...

Gritando desde su corazón.

jueves, 14 de marzo de 2013

Literalmente: Piña



Allí estaba ella, caminando penosamente hacia su hogar con una bolsa con dos piñas y arrastrando los pies por culpa del futuro que acababa de ver que la esperaba. Se sentía deprimida, muy deprimida. Era uno de esos días en los que prometía responder lo que fuese solo levantando el dedo medio e ignorando todo a su alrededor. Lo que era peor... el calor le hacía doler demasiado la cabeza y la fiebre no terminaba de bajarle.

Dobló la última calle para llegar a su casa, viendo como los pocos metros que le faltaban para llegar a un refrescante vaso de agua se hacían cada vez menos. Pero entonces... La vio. Ella. Por su mente pasaron mil y una imágenes de tortura, cosas que le encantaría aplicar en ese despojo de ser humano. Y como si su día no fuera ya lo suficientemente malo, ella la miró, una sonrisa maldita extendiéndose por ese rostro horrible, redondo y aniñado.

Quedaron frente a frente a escasos dos metros de distancia, fulminándose con la mirada.

—Que asco, apenas me levanto y tengo que toparme contigo —dijo la chica, sonriendo ampliamente.

Tuvo grandes, enormes deseos de golpear a esa... esa... lo que fuese ella. Porque si había algo que esa chica no era, en definitiva, era un ser humano. Pero no iba a darle en el gusto, por lo que solo le levantó el dedo medio antes de suspirar y retomar su camino, pasando de largo a la muchacha.

—Eso es, huye —continuó la chica, su voz socarrona creándole un enorme dolor de cabeza—. Eres una cobarde, una vulgar, una soez... Y encima, hablas de manera terrible, tartamudeas y escribes mal.

Vanessa se detuvo en seco, girando su cuerpo en 360° solo para ver el rostro de esa chica de frente. Apenas se había alejado un metro, fácilmente podría volver sobre dos o tres paso y darle la merecida paliza de su vida a la chica pero, en lugar de eso, solo metió la mano en la bolsa, extrajo una piña de ella y la lanzó con todas sus fuerzas.

En realidad no esperaba darle, nunca había tenido muy buena puntería.

Pero le dio. Increíblemente le dio. Y en plena nariz.

Fue como si el mundo se moviera en cámara lenta. Vanessa vio la piña salir despedida de su mano, recorrer el espacio lentamente y estrellarse contra la nariz de la chica con un sonido sordo, hueco. La chica calló al suelo sujetándose el rostro con las manos mientras la piña asesina rebotaba sobre el pavimento. Vanessa esbozó una sonrisa justo al tiempo que una de sus vecinas se acercaba corriendo a ellas, vecina que, curiosamente, lo había visto todo.

—¡Pero niña! ¡¿Cómo se te ocurre tirarle una piña?! —gritó la mujer escandalizada, ayudando a la chica a sentarse en el suelo.

Vanessa se acercó a su piña y la devolvió a la bolsa sin dejar de sonreír antes de decir:

—No me iba a ensuciar las manos dándole otro tipo de piña. Si es que sabe a lo que me refiero...

Y luego se dirigió a su casa muy campante, casi saltando de felicidad.


Las risas estallaron en el campamento con tal estruendo que parecían más el sonido de miles de taladros perforando el cemento.

Henrietta estaba tendida en el suelo, revolcándose de risa junto a un par de mujeres más. Otros soldados le palmearon la espalda a Vanessa en son de compañerismo.

Labadie no podía dejar de mirar esa sonrisa repleta de travesura que su Capitana tenía dibujada en su rostro pálido y cansado.

—Así que... una piña —dijo Labadie apenas las risas bajaron su intensidad. Ness lo miró sin perder la sonrisa.

—Sí, una piña.

—¡Literalmente! —exclamó Henrietta Francesco.

Las risas volvieron a estallar incluso con más fuerza que antes.

Labadie y De Lellis se miraron sin poder parar de reír y, como si esa piña hubiera sido la solución a todos sus problemas, una ventana se abrió en el interior de la Capitana. Una ventana que dejó entrar mucha luz en un lugar que, durante mucho tiempo, había permanecido en completa oscuridad.